El arte de recordar tus besos.

Once

Por un momento me imaginé a una Catalina de 8 años, siendo feliz sin preocuparse del mundo, y al instante me imaginé a la Catalina de 13 años que comenzó a ser como su padre quería. Que empezó a guardar sus sueños en algún lugar, escondidos de quienes los pudieran destruir.

Pagué la cuenta luego de haberme peleado con Catalina porque ella quería pagar su parte. Al final no la dejé. Salimos del restaurante y fuimos hacia su casa. Llegamos y me bajé junto con ella.

—Para la próxima yo pago la cuenta.

—¿Puede haber una próxima vez?

—Me refiero a que... —se comenzó a sonrojar— olvídalo. Gracias.

—Cuando quieras. Después de todo no eres tan mala persona.

—Tengo mi lado bueno de vez en cuando.

Me acerqué a ella quedando a centímetros. Estaba a punto de abrazarla cuando una voz masculina se escuchó.

—¡Catalina! —gritó el hombre desde la puerta principal.

—Ya llegó —cerró los ojos y respiró profundo— ¡ya voy!

—Te veo mañana.

Caminó hacia su casa y yo me subí al auto para irme hacia la mía.

Los siguientes días fueron iguales a los demás, la misma rutina de ir a la universidad y regresar a mi casa. El viernes me propuse salir más temprano para llegar antes que Cata y esperarla en la entrada de la escuela. La gente comenzaba a llegar, yo la esperaba, me moría de sueño y trataba de mantenerme despierto con un café. Llegó y se bajó del auto de su amiga, quien me saludó desde su asiento y se fue. Cata llegó hasta donde estaba, con cara de confundida.

—¿Qué haces aquí tan temprano?

—Te vengo a proponer algo.

—No te pienso pasar una tarea.

—No es nada relacionado con las clases, o bueno, algo así. Te propongo que hoy no asistas a ninguna.

—Ya falté dos semanas.

—¿Tienes examen?

—No.

—¿Entregas un trabajo hoy?

—No.

—¿Alguna exposición?

—No.

—Entonces no veo el problema en que faltes, un día más no te puede afectar.

—¿Y a dónde quieres ir a las siete de la mañana?

—Eso lo descubrirás cuando lleguemos.

Lo pensó por un momento, miraba entrar a todos los alumnos, incluso saludó a Iván, creo que ese era su nombre. Finalmente aceptó, salimos del campus y comencé a manejar hacia la carretera.

—Me sorprende la confianza que tengo de dejar que me lleves a algún lado lejos de la ciudad.

—Si fuera tú avisaría que estarás fuera de casa el fin de semana.

—¿Qué?

—Es un viaje de seis horas, sería muy cansado para mí ir y venir en un mismo día.

—No, no, no, Eduardo regresa a la universidad, si no llego a mi casa mi papá me va a matar.

Comenzó a moverse en su asiento, empezó a respirar muy acelerado, sus nervios la dominaron por completo. Me orillé, paré el coche, me quité el cinturón de seguridad y la tomé de los hombros obligándola a verme a los ojos.

—Escucha, no tienes que tenerle miedo a tu papá, sé que aun eres menor de edad y que si se enteran yo soy el que va a pagar las consecuencias. Pero no me importa, quiero hacer esto por ti, para que seas feliz sin importar qué. ¿Entiendes?

Asintió con la cabeza, esperé a que se calmara y regresé a la carretera para continuar con el viaje. Durante media hora o más ella se quedó en silencio, jugando con sus dedos debido a los nervios.

—Sarah —dijo hablando por teléfono— necesito que me hagas un favor... Si mi mamá te marca dile que me voy a quedar contigo el fin de semana... Estoy bien solo tuve que salir de la ciudad por un asunto... No, tranquila solo dile eso... Gracias te quiero.

Colgó y guardó su celular.

—¿No le marcas a tu mamá?

—Lo haré hasta que sea la hora de mi salida. ¿Dónde nos vamos a quedar?

—Eso lo vemos llegando.

—¿Y la ropa?

—Allá compramos lo necesario. No te preocupes de nada.

Seguí conduciendo, hicimos una parada para comprar algo de comida para el camino, y recargar combustible. Después de unos 20 minutos retomamos la ruta. Al rededor de las 2 de la tarde llegamos a nuestro destino.

—La playa —dijo viendo hacia el mar mientras yo buscaba un hotel— ¿Manejaste más de seis horas para traerme aquí?

—Sí ¿por qué?

—¡Es lo mejor que me ha pasado!

Comenzó a sonreír, seguía viendo todo, las olas, la arena, las personas caminando, los edificios. Sacó su celular y tomó varias fotos. Llegamos hasta el hotel que había buscado días atrás, estacioné el auto y entramos a la recepción.

Pedimos dos habitaciones, la recepcionista nos atendió amablemente y comenzó a hacer el registro.

—Puede cobrarse de aquí —le dijo Catalina entregándole una tarjeta.

—No te voy a dejar que pagues el hospedaje —bajé su mano y le entregué mi tarjeta a la recepcionista.

—Ya pagaste la gasolina, la comida que compramos en el camino y la vez que me llevaste a comer. Me toca pagar el hotel.

—Que no.

—Que sí.

—No te voy a dejar Catalina.

—No me importa.

—Jóvenes les voy a pedir que decidan porque tenemos más clientes por atender.

Miramos hacia atrás y habían dos familias esperando para ser atendidas, nos miraban con enojo y desesperados. Nos disculpamos y nos giramos de nuevo.

—Con mi tarjeta y fin de la conversación.

Pasó Catalina la tarjeta por la terminal para cobrar, volteó hacia mí y sonrió cantando victoria. Nos entregaron las llaves y nos guiaron hacia las habitaciones. Sólo llevábamos una mochila cada quien así que no hubo necesidad de recibir ayuda.

—¿Quieres bajar a comer?

—Sí porque muero de hambre.

—Bien, después podemos ir a buscar un centro comercial para comprar ropa y cosas que necesitamos.

Y así fue, bajamos al restaurante que tenía el hotel y después de comer nos fuimos hasta el centro comercial más cerca que encontramos, entramos a distintas tiendas buscando ropa que nos gustara, luego fuimos a buscar lo necesario para el aseo personal. Mientras pagábamos, Catalina llamó a su madre diciéndole que había quedado con Sarah para pasar el fin de semana en su casa, tal vez era algo que hacían seguido porque le creyó a la primera.



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En el texto hay: juvenil, romance, novela romatica

Editado: 06.05.2022

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