Marcus estaba en su pequeña y sencilla habitación, como cualquier otro día. El sol de la mañana se filtraba a través de la ventana, proyectando suaves haces de luz sobre el suelo de madera desgastado. Aunque la vida en su pueblo era tranquila, había algo que siempre lo había mantenido a raya de los demás: su timidez, esa barrera invisible que lo separaba de todos. Las risas y conversaciones en las plazas del pueblo rara vez incluían su nombre, y eso, aunque dolía, era algo con lo que había aprendido a convivir.
Era el día de su decimoséptimo cumpleaños, un día que marcaba el final de su adolescencia y el inicio de lo que esperaba sería un cambio en su vida. Pero nada parecía diferente. Hasta que escuchó un golpe firme en la puerta.
—¿Marcus? —La voz de su madre lo llamó desde el otro lado—. Tienes una carta.
Sorprendido, se levantó de la cama y abrió la puerta. Su madre le entregó un sobre sellado con un símbolo que nunca había visto antes: una serpiente dorada enroscada en un bastón.
—¿Qué es esto? —preguntó Marcus, mientras lo abría con cuidado.
Dentro del sobre había una carta escrita con caligrafía elegante y precisa. Al leer las primeras líneas, su corazón comenzó a acelerarse:
"Estimado Marcus,
Nos complace informarte que has sido seleccionado para asistir a la prestigiosa Academia Arcana, donde podrás desarrollar y perfeccionar tus habilidades mágicas.
Te esperamos el primer día del próximo mes. Prepara tus pertenencias.
Atentamente,
La Dirección de la Academia Arcana."
Marcus se quedó paralizado, incapaz de procesar lo que acababa de leer. ¿La Academia Arcana? ¿Él, seleccionado? Siempre había oído hablar de la academia, un lugar reservado para los más talentosos y prometedores usuarios de la magia, donde los magos más poderosos del mundo habían estudiado. Era una oportunidad que solo se presentaba una vez en la vida.
—¿Qué dice? —preguntó su madre, inclinándose para leer por encima de su hombro.
—Fui... fui aceptado en la Academia Arcana —murmuró, todavía atónito.
Su madre lo miró con asombro y orgullo. A pesar de que Marcus siempre había sido retraído, ella sabía que había algo especial en él, algo que la mayoría de la gente no veía.
—¡Eso es maravilloso, hijo! —dijo, envolviéndolo en un cálido abrazo—. Sabía que había algo más para ti. La academia te cambiará la vida, lo sé.
Pero Marcus no compartía su entusiasmo de inmediato. Aunque siempre había soñado con algo más allá del pueblo, una parte de él no podía evitar sentir miedo. La Academia Arcana era un lugar de grandes expectativas y, a su alrededor, había oído historias de estudiantes que no lograban estar a la altura. Sin mencionar los rumores de los estudiantes élite, aquellos como Khoen y su grupo, que hacían la vida imposible a los más débiles.
—¿Crees que estoy listo para esto? —preguntó Marcus en voz baja.
Su madre sonrió suavemente, colocando una mano en su mejilla.
—Tienes más dentro de ti de lo que crees, Marcus. Solo necesitas encontrarlo. Y tal vez, este sea el lugar donde puedas hacerlo.
Esa misma tarde, Marcus comenzó a empacar sus escasas pertenencias. Sabía que su vida iba a cambiar, pero no estaba seguro de cómo. No podía evitar sentir una mezcla de nerviosismo y emoción mientras se preparaba para dejar atrás todo lo que conocía. El viaje hacia la academia sería largo, pero nada comparado con lo que le esperaba una vez que llegara allí.
Finalmente, el día llegó. Montado en una carreta que lo llevaría hasta la capital, Marcus miró por última vez su hogar, susurrando una despedida silenciosa. No sabía si volvería, ni en qué circunstancias lo haría.
La Academia Arcana se alzaba majestuosa al final del camino. En cuanto la vio, Marcus sintió una oleada de asombro y miedo. Los grandes torreones de piedra gris se elevaban hacia el cielo, coronados con banderas que ondeaban al viento. A lo lejos, otros estudiantes también llegaban, algunos riendo y conversando entre ellos, otros con la misma expresión de nerviosismo que él.
Al bajar de la carreta, sintió el suelo bajo sus pies como si fuera otro mundo, completamente diferente al que había conocido. Al entrar por las grandes puertas de la academia, fue recibido por una multitud de caras nuevas. Estudiantes de todos los rincones del reino y más allá. A pesar de la emoción en el ambiente, Marcus no podía dejar de sentirse pequeño e insignificante.
Mientras avanzaba entre la multitud, intentando encontrar algún indicio de lo que debía hacer, alguien lo empujó bruscamente desde atrás. Tropezó y casi cayó, pero logró mantener el equilibrio.
—¡Mira por dónde vas, ratón! —la voz burlona de Khoen sonó detrás de él, acompañada de las risas de su séquito, incluyendo a su hermana Khione.
Khoen era el centro de atención. Alto, con cabello rubio oscuro y ojos penetrantes, ya tenía una reputación de ser uno de los magos más prometedores. Pero no solo eso, también era conocido por su crueldad hacia los más débiles, y Marcus, con su naturaleza reservada, parecía ser su objetivo favorito desde el primer momento.
—Déjalo, Khoen —dijo Aelar, el elfo, aunque no con la intención de defender a Marcus, sino más por desinterés.
—Hoy no quiero problemas —respondió Khoen, girándose para seguir su camino, aunque lanzó una última mirada de desdén hacia Marcus.
Marcus se quedó ahí, solo y desconcertado. Sabía que la vida en la academia no sería fácil, pero no esperaba que comenzara tan pronto.
Antes de que pudiera reaccionar, una voz suave y amable lo sacó de su ensimismamiento.
—¿Estás bien? —preguntó una chica de cabello castaño claro y ojos verdes.
Marcus levantó la vista y, para su sorpresa, reconoció el rostro de su vieja amiga de la infancia, Alruna. Ella había sido su única amiga durante los primeros años de su vida, pero se habían distanciado con el tiempo, y ahora ella parecía diferente, más distante.