El ascensor espacial

Ladrones de planetas

 

 

Toda civilización que se desarrolla en un sistema en el que alguno de sus elementos centrales es una enana amarilla sabe que tarde o temprano tendrá que mudarse, cuando su estrella empiece a acumular helio y se transforme en una gigante roja. Antes de que lo haga, para ser exactos. Desde que una pequeña reacción química genera lo que insistimos en llamar vida o cualquiera de los múltiples organismos que vagan de diferentes formas por el espacio llegan a un planeta iluminado por los rayos de una enana amarilla empieza una meteórica carrera para obtener los medios de llegar a otro sistema habitable. Si lo consiguen, y hay mucha vida en el universo que se ha extinguido sin hacerlo, el éxodo debe empezar mucho antes de que sea realmente necesario para conseguir mover una ingente cantidad de población antes de la fecha límite.

 

Eso le pasó a los que se denominaban a si mismos los Namoi, una de las múltiples raza etnohumanas que pueblan la galaxia enana de Draco. Para su fortuna alcanzaron pronto la tecnología para desplazarse por la galaxia y el éxodo se produjo a las cuatro colonias principales que ya se habían asentado en sendos planetas habitables. Desmantelaron todo lo que querían llevarse, pero dejaron atrás muchas cosas para que se consumieran en el crecimiento de su estrella. También dejaron en su noveno planeta una estación científica para detallar todo lo que iba a suceder y comprobara el cambio del que había sido su sistema, por si alguno de sus últimos planetas podía ser habitable a gran escala después del cambio.

 

Lo que no esperaban es que grandes naves zavaranas entraran en el sistema. Nadie conocía el sistema original de los zavoranos que se repartían por la galaxia en los sitios más improbables. Varios planetas errantes estaban colonizados por ellos sin orden ni concierto, así como sistemas aparentemente aleatorios. En cualquier caso los científicos de la estación de Naw estaban obligados a informarles de la situación y su pequeña nave Gwyddoniaeth se dirigió a los visitantes.

 

Cuando se aproximaron vieron que las naves zavaranas eran más grandes de lo que habían calculado y estaban en órbita de Trivyd. Solicitaron un encuentro con el almirante o capitán de la flota y les dirigieron al hangar de una de las naves. Allí les recibió el capitán con su grupo de confianza, cosa importante puesto que si un capitán mandaba en la flota esta no era de guerra. Tras las expresiones de bienvenida y las presentaciones les comunicaron el mensaje que les habían ido a llevar.

 

—Nuestra estrella, que nosotros denominamos Haul, pronto se convertirá en una gigante roja que destruirá los tres planetas más cercanos y convertirá el resto del sistema en una zona probablemente extrema, difícil de habitar. Nuestra gente ya se ha ido y solo quedamos nosotros para observar y aprender de la situación.

 

—Podéis estar tranquilos —le respondió el propio capitán—; tenemos en cuenta vuestras inquietudes y preocupaciones.

 

Esa críptica respuesta fue lo único que le pudieron sacar al capitán y pronto se despidieron para volver a su estación; ellos les habían avisado, no era su problema si no entendían o no querían entender la situación. No estaban preparados para lo que ocurrió los siguientes meses.

 

La primera anomalía que observaron fueron las naves zavaranas disparando a la estrella. Sintieron vergüenza ajena por tamaño sinsentido, pero aún así decidieron no comunicarse con ellos de nuevo. Otras grandes naves llegaron y descendieron a la superficie del planeta, colonizando las zonas que habían escogido y generando gran alarma entre los científicos que les creían condenados a la destrucción. Mientras tanto los datos que recogían de la estrella eran confusos pues no coincidían con los de una enana amarilla que estuviera casi agotada y en proceso de transformación.

 

La segunda anomalía fue la llegada al sistema de un planeta errante, que entrando en un ángulo perfecto de 21,99 grados se asentó en la órbita de Trivyd a 60 grados del planeta original. Un tercer planeta repitió la entrada varias semanas después, y después vino un cuarto y después un quinto, formando los vértices de un hexágono imaginario en una misma órbita estable alrededor de Haul. Mientras tanto la estrella no daba signos de cambio sino más bien todo lo contrario, se mantenía en una perfecta estabilidad que les hizo sospechar que los zavaranos le habían hecho algo.

 

La tercera anomalía les sorprendió más que el resto, puesto que con alguna ciencia que desconocían movieron los planetas exteriores del sistema, Pedwar, Pump, Chwech, Saith y Wyth hasta que salieron despedidos del sistema en diferentes direcciones, que varios cálculos rápidos descubrieron como la mayoría se movían hacia otros sistemas estelares. Tardarían miles de años en llegar y les sobrecogió la grandeza de los planes a lo largo del tiempo que hacían los zavaranos.

 

Por segunda vez se montaron en la Gwyddoniaeth y solicitaron hablar con el capitán. Esta vez le indicaron una de las estaciones que se encontraban en órbita sobre Trivyd y cuando aterrizaron en el hangar faltaba el capitán en la comitiva. Antes de que acabara el protocolo de bienvenida aterrizó otra nave que venía del planeta y de ella se bajó el capitán que se sumó a la comitiva.

 

—Estamos sorprendidos por todo lo que habéis hecho en el sistema —les dijo el jefe científico—. No esperábamos que los zavaranos tuvieseis una tecnología tan avanzada.

 

—No nos ha quedado más remedio que desarrollarla —les contestó el capitán—. Nuestro planeta originario orbitaba alrededor de una enana amarilla y nuestros científicos desarrollaron un sistema para rejuvenecerla. Pero fue cuando alcanzamos la singularidad tecnológica para trasladar nuestras mentes a cuerpos inmortales cuando tuvimos necesidad exponencial de espacio y recursos. Si las poblaciones etnohumanas sin control de población tienden a crecer de una manera exagerada el eliminar casi por completo las muertes nos hizo forzar al máximo nuestras posibilidades.




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