Matar, destripar, sangre, dolor
Hubo un tiempo en que esas palabras lo eran todo para él, pues era su trabajo, su hobby. Al fin y al cabo, era un asesino, mataba porque había gente que le pagaba por ello y también mataba por placer.
Había matado a una gran cantidad de personas, a niños, gente adulta y personas jóvenes. Excepto a chicas. No sabía bien por qué, pero no era capaz de hacerlo. O al menos nunca lo había intentado. Así que lo hizo. Durante días había estado espiando a chicas en la calle para ver si había alguna que le llamase la atención. Hasta que un día encontró a la indicada.
Su elegida era una chica de 23 años de complexión delgada, pelo castaño oscuro muy largo y ojos azules. La engañó con halagos y fingió que estaba enamorado de ella para llevarla a su casa y así encerrarla en su sótano. Ella se dio cuenta de su engaño, pero cuando trató de escapar, él la pilló y la ató a una silla para que no se moviera. Ella, asustada, comenzó a gritar, pero el asesino le tapó la boca y la chica empezó a llorar.
¿Por qué le hacía esto? Pensó ella, si cuando le conoció era un chico muy dulce y atento. Así que le preguntó entre lágrimas:
La chica cerró los ojos tratando de tranquilizarse. Vale, no podía hacer que cambiara, pero al menos podía hacer que sí se arrepintiera, o por lo menos hacerle creer que sí le importaba…
El asesino se dedicó a contemplarla con indiferencia. No, no era posible que ella le hubiese confesado eso, le estaba engañando una vez más. ¡Por favor, si había confesado que también le estaba espiando!
Ella negó con la cabeza y dijo en un susurro: - No espero a que me creas, pero necesitas saber que, aunque es verdad que durante un tiempo te estuve espiando al igual que tu también lo hacías conmigo, me di cuenta que en el fondo no eres tan malo como quieres aparentar ser. Y que no sé el por qué, pero me estoy enamorando de ti. Ahora, adelante, mátame, o haz lo que quieras conmigo. Total, no soy nada ni nadie para ti
Ahora él no la miraba con indiferencia, sino que lo hacía sorprendido mientras sentía una sensación extraña en el pecho. Se descubrió a si mismo yendo hacia ella para desatarle los nudos de las manos y los pies y quitarle la mordaza de la boca. Ella desvió la mirada mientras él hacía todo esto, encogida de miedo. Una vez que el asesino terminó su labor, la chica aun muerta de miedo, se alejó de él y corrió a esconderse en un pilar que había en el sótano, pero él le tendió mano y le dijo:
El asesino negó con la cabeza, y la chica al cabo de unos segundos, salió de su escondite y avanzó un par de pasos hacia él y miró su mano tendida, dubitativa. Se miraron mutuamente, pendientes uno del otro. Tras al cabo de lo que parecía una eternidad, la chica aceptó su mano y le abrazó. Y el asesino se refugió en sus brazos. Porque sí, un monstruo como él podía amar y sentirse amado.