Él

CAPÍTULO 1: LA CASA Y SU MISTERIO

El auto avanzaba lentamente por aquel camino de tierra, levantando una nube de polvo que parecía disolverse en el cielo gris, casi como si el paisaje entero suspirara tristeza. Mantenía ambas manos firmes en el volante, como si aferrarme a él pudiera sostener también mis pensamientos desordenados. A medida que nos acercábamos, la silueta de la casa comenzó a emerger entre los árboles. Era imponente, envejecida… con una atmósfera sombría que parecía absorber los últimos rayos del atardecer, como si estuviéramos entrando a una vieja película de terror. Pero esto era real.

Sentí un nudo en el estómago. Nunca pensé que este día llegaría. La casa que nos dejó la abuela... la misma que apenas recordaba de niña, la misma que apenas era mencionada en las reuniones familiares. Una mezcla de culpa y nostalgia se apretó en mi pecho. Aún me dolía no haber estado cuando más lo necesitaba, y aunque trataba de justificarme, siempre terminaba sintiéndome en deuda con su ausencia.

Lucía iba sentada a mi lado, con los auriculares puestos, absorta en el paisaje. Su silencio me hablaba más que cualquier palabra. Era su forma de sobrellevar el cambio. Adolescente, rebelde, cerrada... apenas si me permitía entrar en su mundo. Para ella, este era solo un traslado temporal. Y yo... yo no tenía el corazón para corregirla. Tal vez fuera temporal, o tal vez no. Ni siquiera yo lo sabía.

Cuando la casa apareció por completo ante nosotras, contuve el aliento. A pesar de su aspecto lúgubre, había algo cautivador en ella. Tenía dos pisos, una arquitectura antigua con detalles góticos que evocaban esas mansiones de cuentos siniestros. La pintura se desprendía en varios puntos, las ventanas eran estrechas y altas, y el porche de madera parecía quejarse con solo mirarlo. Me recordó un poco a la casa de Coraline, esa sensación de que algo no está del todo bien, aunque no puedas nombrarlo.

Apagué el motor y, por un momento, simplemente me quedé sentada, observándola. El silencio era espeso, y una brisa proveniente del bosque cercano me trajo un aroma a tierra mojada y hojas secas. Era delicioso… y a la vez inquietante. Había un olor más... uno que no sabía describir. Como si el bosque tuviera un aliento propio. Como si alguien —o algo— hubiese dejado su presencia impregnada en el aire.

—Bueno, aquí estamos —murmuré con una sonrisa forzada, intentando sonar animada para Lucía. Lo intentaba, en serio. Pero a veces sentía que le fallaba de formas que ni siquiera podía explicar.

Mientras ella terminaba de organizar su mochila antes de bajar, no pude evitar imaginar cómo sería todo si mamá aún estuviera viva… o si el abuelo no nos hubiese dejado tan pronto. Ese pensamiento me desgarró el pecho. Tragué saliva con fuerza, apretando los labios, tratando de no dejar que las lágrimas empañaran ese momento. No quería que ella me viera caer.

Lucía bajó con un suspiro que se sintió más largo que el viaje entero. Arrastraba su maleta con desgano, mientras su mochila colgaba de un solo hombro. Cuatro días de carretera y ninguna promesa de alegría.

—Es más grande de lo que imaginé —comentó, mirando la fachada con una curiosidad inusual en ella.

No respondí. Algo me tensaba por dentro. Una sensación extraña, como si cientos de ojos invisibles me observaran desde el bosque, o desde las mismas paredes de la casa. Me ardían las ganas de mirar hacia todos lados, de confirmar que estaba sola… pero no lo hice. Respiré profundo, obligándome a ignorar esa opresión en el pecho.

Tomé las llaves que tía Alisia me había enviado por correo. Según ella, la casa había pertenecido a un pariente lejano. Alguien de quien nunca se hablaba demasiado. Ahora, después de años abandonada, nos pertenecía a nosotras. Era un alivio, en cierto modo. Una responsabilidad que no había buscado… pero también una oportunidad.

Me acerqué a la puerta. El sonido de la cerradura cediendo fue seco y crudo, como un hueso rompiéndose. Empujé la hoja de madera y una ráfaga de aire frío me envolvió, acariciándome el rostro con dedos invisibles. Era como si la casa hubiera estado esperando, conteniendo la respiración durante años.

—Vamos —murmuré, encendiendo la linterna del celular.

El olor fue lo primero que me golpeó. A encierro. A polvo, humedad… a tiempo detenido. Cada paso que daba hacía crujir el suelo de madera como si protestara por nuestro regreso. El recibidor era amplio, cubierto de sombras. Una escalera se erguía frente a nosotras, dividiendo el espacio. A los lados, dos puertas cerradas parecían ocultar secretos de otra época.

Mis pasos resonaban, amplificándose como si el eco jugara con nosotras. Me sentí diminuta.

—¿Sientes eso? —escuché la voz baja de Lucía detrás de mí.

—¿El qué? —Intenté sonar casual, aunque mi piel ya se había erizado sola.

—No sé… como si hubiera alguien más aquí.

Tragué saliva. No quería asustarla. Pero lo sentía. Esa mirada invisible en mi nuca. Esa presión en el ambiente que no sabía explicar. Algo en esta casa no estaba bien.

Y lo peor de todo era que... apenas estábamos comenzando.



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En el texto hay: misterio, suspeno

Editado: 20.04.2025

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