Habían pasado días interminables buscando una salida, intentando mudarme a otro lugar, pero la realidad era dura. Las opciones eran escasas y el mercado estaba saturado. Le había contado todo a Luci, esperando encontrar apoyo, una forma de consuelo, pero al escucharme, su rostro se desfiguró de preocupación.
—Eso es… es aterrador —murmuró, su voz temblorosa, como si cada palabra que salía de su boca estuviera impregnada de miedo. Su reacción no me sorprendió, pues yo misma sentía cómo el miedo se apoderaba de mí, una sensación que se había ido intensificando día tras día.
Quería huir, pero las alternativas eran pocas y muy lejanas. El miedo era palpable, sí, pero aún más fuerte era la angustia de no tener adónde ir. Esta casa, aunque aterradora, era todo lo que tenía. En medio de la desesperación, me di cuenta de que no podía escapar tan fácilmente. No solo se trataba de un lugar que me aterraba, sino de la angustia de quedarme en la nada, sin opciones. No había cómo seguir adelante si no tomaba el control de la situación.
Esa noche, sentí cómo el terror se incrementaba. El peso de todo lo que había pasado hasta ese momento, las amenazas y las constantes inquietudes, me empujaba a una decisión aún más aterradora. No se trataba solo de descubrir lo que ocurría en esa casa. No. Esa noche se trataba de sobrevivir, de enfrentarme a lo que fuera que estaba acechando y seguir adelante, sin importar lo que viniera.
Caminé por la casa, mis pasos resonando en el pasillo vacío, y la luz de la lámpara temblaba en mis manos, casi como si fuera incapaz de iluminar la oscuridad que me rodeaba. Al final del pasillo, la vi: una figura. No podía ver con claridad quién era, pero algo en su postura, en la forma en que se mantenía quieta frente a una puerta cerrada, me llenó de una sensación indescriptible de peligro.
Antes de que pudiera reaccionar, la puerta se abrió de golpe, dejando escapar una ráfaga de aire helado que me golpeó en la cara. Mi corazón dio un brinco. Algo se movió en el interior, y el ambiente se volvió aún más denso. No era una corriente de aire, era la sensación de que algo estaba por suceder. La figura se adelantó, desapareciendo tras la puerta.
Mi mente corrió a mil por hora. No podía quedarme allí, no podía simplemente dar un paso atrás. Los ruidos, los extraños movimientos en la casa, la sensación de que algo o alguien me acechaba en cada esquina, me empujaron a seguir. Corrí por el pasillo, el sonido de mis pasos retumbando a mi alrededor. El tiempo se alargó y se distorsionó, como si la casa quisiera engullirme. Cada giro que tomaba me llevaba a un nuevo pasillo, a un nuevo rincón oscuro, como si las paredes mismas estuvieran cambiando para atraparme.
De repente, Luci apareció a mi lado, corriendo hacia mí con el rostro pálido de miedo.
—¡Debemos salir de aquí! —gritó, pero su voz temblaba, no era solo el pánico lo que la hacía hablar de esa manera, sino el miedo palpable que nos rodeaba. Sabía que no estábamos solas.
Antes de que pudiera responderle, escuchamos un ruido fuerte proveniente de la parte trasera de la casa, un crujido seguido de un estallido sordo. El sonido de los muebles moviéndose violentamente, algo que solo podía significar una cosa: alguien estaba en la casa con nosotros.
—¡Tenemos que irnos ya! —exclamó Luci, tomada de mi brazo. Pero antes de que pudiéramos movernos más, una figura apareció de la nada, bloqueando nuestra salida. Una presencia que no podíamos identificar, pero que nos hacía sentir atrapadas, como si estuviéramos bajo su control.
—¡No podemos salir! —dijo con voz baja, casi como un susurro. Algo en sus ojos me dijo que era consciente de lo que iba a suceder a continuación.
Con el corazón en un puño, vi cómo Luci, en un acto de desesperación, se apartó de mí y corrió hacia la salida del pasillo. Yo, atónita, me quedé quieta, observando cómo desaparecía en la oscuridad, buscando ayuda.
"¡Luci, no!" Pero ya era demasiado tarde. Luci ya estaba corriendo hacia la puerta principal, gritando en busca de ayuda. Los ruidos a nuestro alrededor continuaban, el caos que se desataba me envolvía, pero el miedo de quedarme sola me hizo dudar. ¿Qué pasaría si Luci no volvía?
Mi mente estaba nublada. No podía quedarme atrás, pero tampoco podía dejar que Luci se fuera sola. Decidí, con un nudo en el estómago, correr tras ella. Al dar un paso, el eco de mis movimientos resonó a través de la casa, pero antes de que pudiera llegar al pasillo, algo me detuvo. Un empujón violento me hizo tambalear, y una voz grave, gutural, resonó a través de la oscuridad. No entendí lo que decía, pero cada palabra parecía sacar algo de lo más profundo del abismo.
El pánico se apoderó de mí, pero la rabia también comenzó a crecer. ¡No podía dejar que nos atraparan! Sentí cómo mis piernas respondían por inercia, y cuando finalmente llegué a la entrada principal, la luz de la calle iluminó la escena: Luci, al otro lado de la puerta, giró hacia mí con un gesto de terror. Había alcanzado a pedir ayuda, pero el miedo de que algo nos persiguiera nos mantuvo paralizadas.
La puerta se cerró de golpe tras ella. Yo, sin pensarlo, corrí hacia la salida, dispuesta a no dejar que la oscuridad nos atrapara.