Continuación tras la huida del bosque…
La carretera apareció como un hilo de luz en la negrura del bosque. Luci y yo, exhaustas, levantamos los brazos, desesperadas, cuando las luces de una patrulla se asomaron entre los árboles.
La patrulla frenó en seco, y un agente bajó de inmediato.
—¡¿Están bien?! —gritó con alarma.
—¡Ayúdenos! —dije entre lágrimas—. Necesitamos volver a la casa. Nuestro amigo Iván… está allí, puede estar en peligro.
Los agentes intercambiaron miradas.
—Suban —dijo uno mientras abría la puerta trasera—. No pierdan tiempo. Comunica con central —le dijo al otro policía—. Podría haber un sospechoso en el sitio.
Mientras el vehículo aceleraba de regreso, traté de explicarme entre respiraciones entrecortadas.
—Gabriel… él nos tenía encerradas. Iván nos ayudó a escapar. Se quedó atrás, peleando con él.
—¿Gabriel es el agresor? —preguntó el conductor.
—Sí. No sabemos si sigue vivo —añadió Luci con voz temblorosa—. Iván lo empujó por la escalera… escuchamos un golpe muy fuerte.
Los policías nos miraron con gravedad a través del retrovisor. La tensión crecía a cada metro que nos acercábamos a la casa.
Al llegar, las luces del porche parpadeaban. Iván estaba afuera, pálido, con el rostro salpicado de polvo y sangre seca.
—¿Dónde está? —preguntó el agente al bajar.
Iván levantó las manos en señal de calma.
—No hay nadie más aquí —dijo con voz baja—. Déjenme explicar.
Nos condujo adentro, a la sala, donde las luces oscilaban débilmente.
—Cuando ustedes huyeron, me enfrenté a Gabriel. Forcejeamos en las escaleras… lo empujé. Cayó de espaldas y se golpeó la cabeza con el borde de un peldaño. Quedó inmóvil. Fui a buscar ayuda, a seguirlas… pero cuando regresé, su cuerpo ya no estaba.
—¿Cómo que no estaba? —preguntó uno de los oficiales, abriendo su libreta.
—Literalmente desapareció. Solo quedaba sangre en el escalón y marcas de arrastre. Lo busqué por todo el sótano, pero no había rastro. El acceso al pasadizo estaba cerrado desde dentro… como si alguien más lo hubiese ayudado.
—¿Está diciendo que hay alguien más implicado? —dijo el segundo policía.
Iván dudó.
—No lo sé. Pero Gabriel no pudo moverse por sí solo. Tenía el cráneo partido.
El oficial mayor asintió.
—Revisaremos todo con el equipo forense. Por ahora, acordonaremos la zona. Esto se investigará como intento de homicidio y posible desaparición.
Luci me abrazó con fuerza mientras nos permitían tomar unas pocas pertenencias. Las habitaciones parecían más oscuras, más vacías que nunca.
Al día siguiente, una neblina espesa cubría el terreno cuando regresamos escoltadas para recoger nuestras cosas. La abogada ya nos esperaba afuera con los papeles de la venta.
—¿Estás segura de venderla? —preguntó Luci en voz baja.
—Esta casa se queda con sus secretos —respondí sin dudar—. Yo no.
Mientras firmábamos, uno de los policías nos entregó una bolsa con documentos y fotos encontradas en el sótano.
—Esto pertenece a ustedes —dijo—. Si recuerdan algo más, contáctennos.
En la puerta, Iván se nos acercó. Tenía un vendaje en la frente, y el alma marcada por la noche anterior.
—¿Van a irse ya? —preguntó.
—Sí. Esta vez, de verdad —contesté.
—Puedo escoltarlas hasta la entrada del camino —ofreció.
—Gracias —dijo Luci, y por primera vez en días, sonrió levemente.
Caminamos los tres en silencio hasta donde el taxi nos esperaba. Mientras el chofer colocaba nuestras maletas, eché una última mirada a la casa.
—¿Y si Gabriel vuelve? —preguntó Luci en un susurro.
—Que se enfrente a sus demonios solo —dije—. Nosotras ya no pertenecemos a esta oscuridad.
Iván nos abrazó, fuerte, sincero. Luego retrocedió lentamente, observándonos partir.
El vehículo arrancó, y la verja oxidada se cerró detrás. El reflejo del amanecer se colaba entre los árboles, como una promesa.
Luci apoyó su cabeza en mi hombro.
—Hoy empieza algo distinto.
—Hoy dejamos de huir. —respondí.
Y mientras el mundo gris quedaba atrás, supimos que ese era el verdadero final… y también el inicio de todo lo que vendría.
FIN