El baile de las almas

Prólogo

Prólogo

Hay un camino cuya verdad permanece oculta, y es el camino de la muerte. Y, como en cada aspecto de la vida, la religión siempre ha dado o tratado de dar una explicación: nos vamos al cielo o al infierno. Aquellos que no corren con tanta suerte terminan en el limbo, pero no es todo una desgracia, pues el camino a la salvación se encuentra con unos cuantos rezos (pesos), y la posibilidad del ascenso está al alcance de los que fueron malos, pero no tan malos. Lo que nos lleva a la conclusión de que todo es un negocio, incluso la muerte. Hoy en día, al igual que miles de años atrás, todo es nada más que un negocio: intercambiable, permutable. Un trueque. ¿Qué cuestión humana no lo es? La muerte es un tema de muchas cuestiones, pero lo es más la vida. La vida debe ser poseedora de muchos más secretos, todos a la vista, pero ocultos ante los ciegos, que, irónicamente, somos todos. Quienes pueden ver la verdad son los muertos, y quienes acceden a un grado más de esa verdad están locos. Por ello todos tienen miedo a la locura, porque significa saber. Saber es tristeza y sufrimiento.

En los pasillos de un hospital psiquiátrico, hay una mujer que está loca, quizá con acceso infinito a la verdad; por ello anhela la muerte, pero sobre todo porque su locura le impide hablar y contar al mundo aquello que ha visto. Contarles que ha sido condenada a vivir, porque cometió un crimen: vivir sabiendo la verdad de la muerte. La misma que en silencio habló con el vacío y le pidió que la llevara consigo, hasta que la escuchó. Pero no murió porque su condena había sido la vida.

En ese mismo hospital psiquiátrico hay un hombre que también fue condenado a la vida. Estaba loco de igual manera, uno que sabía que no iba a morir, por ello no tenía miedo al acceso a la muerte y la provocaba tantas veces como fueran necesarias, necesarias para llamar la atención suya. En ese hospital hay muchos hombres terribles, que no fueron lo suficientemente buenos para acceder al cielo, ni lo suficientemente malos para pagar por salir del limbo. Tampoco tan malos como para ir al infierno, sino que fueron más allá de la maldad, tanto que fueron castigados con la vida.

¿Cómo puede ser la vida un castigo si el cuerpo físico cumple su ciclo natural? Un ciclo que incluye la muerte. Quizá la equivocación está en pensar en la muerte como un proceso que ocurre al final del camino, y no como un hecho constante. Los hombres son la suma de las pequeñas muertes: mueren los momentos, muere el tiempo, las memorias y las palabras, muere el viento y el sonido, muere la voz y también muere el silencio. La equivocación está en creer que la vida no es una muerte en sí misma, y que la muerte no es una vida en sí misma. No hay puntos intermedios. El limbo es la invención de los tontos, o quizá de los sabios. Los ecos de la historia no parecen conocer la respuesta y, en este caso, tan solo en esta oportunidad, tampoco tendrá la religión forma de explicarla. Pero, ¿quién la tiene entonces? Los hombres conocen la maldad, aquella que es tan terrible incluso para los más malos, porque siempre hay alguien mucho peor.




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