Capítulo 1
¿Alguna vez has visto morir a alguien? | parte 1
5:20 p.m.
Hospital psiquiátrico Hildergard
Theodora
«Está pidiendo verte a ti, Theodora. Quiere hablar contigo», fue lo que Becca me dijo cuando apareció buscándome. «Dice que va a tirarse», añadió cuando alcanzamos el segundo piso. El ascensor seguía fuera de servicio, por segunda semana consecutiva y, dadas las circunstancias extremas de la situación, no nos quedó más que correr escaleras arriba; eran, nada más, dos pisos los que nos faltaban para alcanzar la azotea. Y, para la sorpresa de nadie, las escaleras estaban abarrotadas del personal médico que también corría a la azotea. Becca comenzó a pedirles que se hicieran a un lado, que nos dejaran pasar, que yo necesitaba llegar arriba porque era a mí a quién necesitaban. «No hablará con nadie sino contigo, está llamándote a gritos. Dimitri dijo que es mejor que vayas». Conseguí subir menos de cinco escalones antes de que las manos de Becca me soltaran y que, por la cantidad absurda de personas subiendo, necesitara un momento para recuperar el aliento.
—¡Theo! —gritó Becca tras un minuto y la vi emerger entre los otros rostros cansados por el esfuerzo—. ¡Theo, no te quedes atrás!, ¡déjenla pasar, tiene que estar ahí!
Nadie prestó mucha atención al reclamo y se vio obligada a devolverse, apartándolos con tanta fuerza que daba la impresión que en cualquier momento alguno iba a terminar en el suelo. No sucedió, pero sí consiguió alcanzarme a mí y sujetarme por el antebrazo para arrastrarme escaleras arriba hasta que llegamos al cuarto piso, faltando solo las escaleras que iban directo a la azotea. Avanzamos rápido por el pasillo y pronto me di cuenta que necesitaba detenerme a respirar, que llevaba conteniendo el aire desde hacía mucho tiempo. Becca se detuvo cuando lo hice, ubicándose frente a mí. Se arregló el uniforme quitándole las notables arrugas, terminé observando cada uno de los movimientos casi ensimismada. Pasó la mano por donde tenía grabado el apellido «Bale», al que nunca le había prestado atención sino hasta ese momento. «Becca Bale», pronuncié en mis adentros y tuve la impresión de que en realidad lo estaba murmurando, casi sentí el aliento cálido sobre la piel del cuello; dos enfermeros pasaron corriendo, lo que me hizo espabilar y, al mismo tiempo, la pesadumbre que sentía se hizo más intensa.
—¿Cuánto tiempo lleva ahí? —le pregunté a Becca.
—No sé, ¿unos diez minutos? Sí, un poco más quizá —respondió encogiendo los hombros—. No tengo la hora.
«5:20 p.m.» recordé que era esa la hora cuando se había plantado frente a mí. ¿Habrían sido diez minutos desde ese momento o diez minutos desde que la enviaron? De cualquier forma, nos había tomado por lo menos otros diez el llegar hasta ese piso. Miré el tramo que aún nos faltaba, que con celeridad serían menos de dos o tres minutos; por razón alguna las bocinas no fueron usadas, ni siquiera para advertir lo que pasaba como era usual, ¿por qué era diferente esta vez? Enviaron a Becca a buscarme, cuando un llamado en altavoz hubiese sido más práctico.
—¿Cómo es que nadie se percató de que subió cuatro pisos? —no era del todo una pregunta que esperaba respuesta, sino más bien un pensamiento que había terminado escapándoseme en voz alta—. ¿Dónde estaban los guardias?, ¿los enfermeros?
—Puede que sea un maldito loco, pero no es tonto, lo sabes ¿no? Se cruzó de frente con la oportunidad y la tomó sin dudarlo —respondió Becca como si quisiera recordarme algo y tenía razón, bien sabia yo que no lo era, no era tonto en lo absoluto—. Lo que en realidad debería preocuparnos es la razón por la cual no huyó, ahora debería estar buscando un sitio para esconderse, no en esa azotea donde no tiene salida alguna.
—Quizá no quiera huir.
—¿Qué otra cosa querría sino eso?
—Está jugando —afirmé.
Becca continuó mirándome sin darme respuesta alguna, pero no la esperaba tampoco pues la única posible era una en la que se me concedía la razón. Él, allí arriba, estaba jugando, no solo con los enfermeros y médicos, sino también conmigo, por eso necesitaba que subiera, que lo viera o él verme a mí, restregarme el triunfo en la cara. La cuestión en realidad era, ¿qué significaba para él haber ganado? Yo no tenía claro lo que para mí era ganar, mucho menos en un juego que en apariencia no era uno. Pero lo era y todos jugábamos, jugábamos y él tomó la ventaja. ¿Cómo iba a concluirlo, pretendía ser circular o prefería un final en punta?
—Tiene la atención de todos —añadí—, era lo que quería.
—¿¡Crees que quiera saltar!? —preguntó Becca.
—No sé, supongo que debemos preguntárselo.
—Fisk ya está en camino, así que lo único que debes hacer es conseguirle algo de tiempo. Cuando llegué, él lo solucionará.
—¿Cómo podría?
Hice la pregunta pese a que no esperaba que me diera una respuesta y no lo hizo, no me dijo nada. En su lugar, lo que me propuso fue intercambiar el silencio por el camino y pronto me instó a moverme, pues no teníamos tiempo para desperdiciar de tal forma. El hecho seguía siendo el mismo, él estaba allí arriba amenazando con tirarse y Fisk, fuera a hacer lo que fuera, no estaba, estaba yo y debía caminar. Había recuperado poco el aliento por fortuna y con ello mayor agilidad; tenía la impresión, mientras avanzaba a las escaleras últimas, que no conocía ni siquiera a la mitad de las personas que íbamos pasando. Quizá era por el cambio de turno o por el momento, que ya de por sí traía consigo una carga de confusión, pero miraba los rostros y no tenía memoria alguna de ellos, incluso sentía que era imposible que todos trabajaran en el hospital. Eran demasiados y no exageraba al decirlo, los pasillos estaban llenos, las escaleras e, incluso, la azotea. Becca ya antes me pareció también una extraña, pero al hablarle lo hice llamándola por su nombre y eso debía significar algo. Ella me conocía muy bien, de cualquier forma, por lo que quería creer que solo estaba golpeada por la impresión.
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Editado: 08.11.2024