El beso de la libélula

Capitulo 88

LAIA SALERNO

Me levanto temprano, camino un poco por la habitación, mientras Adem duerme profundo. Está muy cansado, lo sé por sus ronquidos. Miro a través del ventanal, y las calles están vacías; afuera está lloviendo, sin contar el frio en esta época invernal.

Me voy al baño, lentamente. Lavo mis dientes y luego la cara. Inspecciono mi rostro, y veo mi cara demacrada, ojerosa.

Me hago una cola en el pelo, mientras toco mi vientre; siento un ardor al rozar con mis dedos la herida.

Ya tome la pastilla, ahora solo quiero ver a mi hijo. Para cuando salgo, me encuentro a Adem, desperezándose en el sofá. Me mira y sonríe, yo le sonrío.

-¡Buen día mi amor! –Me dice, se levanta y me da un beso en la frente-.

-¡Buen día mi vida! –Le respondo, mientras lo abrazo y ahueco mi cara en su pecho-

-¿Estás bien? –Asiento con la cabeza-.

Entonces la puerta se abre, el doctor ingresa. Nos separamos y lo miramos atentos.

-¿Cómo amaneció, Laia? –Me pregunta-.

-Bien, un poco dolorida. Pero me siento mejor. –Le respondo, y me aferro a Adem-

-Yo venía a comentarles que le hicimos varios estudios y análisis a Murat. Y los resultados fueron alentadores.

Su respiración y frecuencia cardiaca es estable; según el informe de las enfermeras de neonatología, de cuidados intensivos.

Me comentaron que la alimentación intravenosa que le estamos suministrando lo mantiene en buenas condiciones. Y los análisis de sangren también resultaron positivos. Sus pulmones están óptimos.

Y a través de una ecografía pudimos ver sus partes internas, las cuales están en perfectas condiciones. Su bebe es fuerte, y como siga así, muy pronto podrá irse con ustedes a su casa.

Estamos controlando su peso y cualquier eventualidad que pueda surgir, pero hasta ahora, nada por lo cual preocuparse. –De mis ojos caen lágrimas, mientras que Adem me sostiene fuerte-.

-No sabe lo feliz que me hace escuchar que mi hijo está bien, doctor. –Le responde Adem, un poco emocionado-.

-Tenemos dos meses por delante, pero confío que podrá llegar a su peso, y en óptimas condiciones. –Dice el doctor, mientras sonríe amigablemente-.

-¿Cuándo podrá verlo doctor? –Le pregunto, con lágrimas en mis ojos-.

-Cuando guste, solo unos minutos. Al bebe le hará bien sentir su calor. –Sonrío con lágrimas en mis ojos, mientras observo a Adem-.

-Bien, me retiro. Solo vine a darle las buenas noticias. Cualquier duda me pueden llamar y vendré urgente a verlos –Asentimos y se marcha de la habitación-.

Con Adem nos abrazamos y lloramos de emoción. Segundos después, entramos a la unidad de cuidados intensivos neonatales. Hay muchos bebes en incubadoras. Nos pusimos el delantal, confía y barbijo correspondiente.

Mientras caminaba rumbo a donde estaba mi hijo, apenas podía escuchar lo que la enfermera me hablaba. Adem me abrazaba, y en el fondo agradecía, porque apenas podía mantenerme en pie.

Nos indica donde esta nuestro pequeño. No paraba de llorar, la enfermera se encarga de sacarlo de la incubadora, y nos lo entrega.

Apenas lo alzo, se calma; es tan pequeño. Tiene algunas pelusas en la cabeza, de color negro. Su rostro blanco.

Sus ojitos avellana, como su padre. Acerco mi rostro al suyo. Le doy besos en la frente. Adem acaricia sus deditos, mientras caen lágrimas de sus ojos.

Besa su manito, mientras acaricia su cabecita con la mano. Toda la mano de Adem, sobraba en su cabecita, tan pequeñita.

-Es tan hermoso nuestro hijo. –Le digo, Adem asiente con la cabeza-

-Tiene tanto de ambos, que me siento orgulloso de su fortaleza. –Me dice Adem, mientras besa su cabecita-.

Lo acomodo a mi pecho, mientras beso su mejilla. Esta es la mejor medicina para mi hijo, estar con sus padres. Sentir el calor de su madre, y saber que no está solo.

-Te amo tanto hijo, solo espero salgas pronto de este lugar. Pero quiero que sepas que no me voy a separar de este lugar hasta que eso suceda. –Le digo; Adem besa mi cabeza y me abraza-.

Pasamos unos minutos abrazado de nuestro pequeño. Pero cuando llego el momento de separarnos, agradecía que se haya dormido en mis brazos, no iba  a soportar verlo llorar.

Beso su carita, con lágrimas en mis ojos. Adem hace lo mismo y la enfermera lo mete de nuevo en la incubadora. Nos indica la salida, y lentamente salimos. No puedo dejar de darme vuelta y ver a mi hijo.

Cuando salimos de cuidados intensivos, siento mis piernas aflojarse. Me desvanezco y Adem me sostiene. Me socorren en cuestión de minutos y después ya no recuerdo nada más.

En un abrir y cerrar un ojos, habían pasado los 3 meses. Murat ya estaba bien. Por suerte había pasado por todo, y resistido, como todo otomano.

Durante esos días, me sentí muy contenida, por mi madre, la cual no se despegó de mí un solo minuto, salvo cuando Adem venía a verme.




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