El beso de la muerte

CAPÍTULO 3

La muerte es el comienzo de la inmortalidad
-Maximilian Robespierre

Nadie sabe cómo se incendió la casa.

Nadie sabe cómo una pequeña de 8 años logró salir sola.

Ni siquiera esa niña.

Ese día, luego de que la policía investigara como se inició el incendio, dijeron que una fuga de gas pero yo sabía que mi mamá siempre cerraba la llave de antes de dormir.

¿Se le había olvidado? Tal vez.

No sabía que había pasado.

¿Por qué estaba ese montón de gente en mi casa?

¿Dónde está mi papá y mi mamá? Me dijeron que no hablara con extraños pero ellos me hacen muchas preguntas.

"¿Cómo te llamas?"
"¿Qué edad tienes?"
"¿Cómo saliste cariño?"
"¿Tienes algún familiar que podamos contactar?"
"Todo estará bien ahora pequeña"

Me llamo Ilay.
Tengo 8 años pero en marzo 28 cumplo 9.
Mi ángel de la guarda me sacó.
Mi tío Esteban pero no sé de él.
Nada estará bien ahora.

20 de febrero del 2009

Dos funerales en uno

Un cura, mi tío Esteban con su esposa Madeleine y algunos amigos cercanos de mis padres.

13 personas.

Eso era todo.

No había llorado.

¿Para qué? Mi papá me dijo que me veo como un sapo cuando lloro, además ellos solo están descansando.

¿Me porte mal que no me quisieron llevar?

–Mami– Soy una niña grande, pero aun así no quiero entender que está pasando –prometo ayudarte a poner los platos mañana, mi papá deja el maletín en la mesa todos los días, ¿por qué te lo llevaste a él y no a mí?

–Princesita– veo a mi tío Esteban con lágrimas en los ojos, a él también le duele – ¿sabes que significa la muerte?

–Mi hámster murió el año pasado, papi dijo que me traería otro pero no-o tuvo tiempo – Se me rompe un poco la voz y sé por la cara de mi tío que se dio cuenta.

– ¿Y te has olvidado de berenjena? – ¿Cómo se le ocurre? Berenjena se comía mi ensalada cuando mi mamá no veía, desde que murió me tocó comer todo, me sorbo la nariz mientras le digo -Claro que no, Berenjena fue un buen amigo.

– ¿Ya no ves a Berenjena?

–No

–Y aun así lo quieres, aun cuando no puedes verlo, lo mismo pasa con Sebastián e Isabella, son inmortales, siempre estarán en tu corazón y no importa que pase mientras tú los recuerdes, siempre estarán contigo sin importar sí no los puedes ver.

Una vez mis padres son enterrados me siento entre sus lápidas, todos se han ido, mi tío Esteban y mi tía Madeleine están un poco separados pero siempre vigilando.

–Pensé que no ibas a llorar, las princesas no lloran.

Volteo inmediatamente y veo a un señor… extraño. Completamente pálido y enfundado en un traje completamente negro.

–No soy una princesa, además ¿Qué más puedo hacer? – Se agacha hasta llegar a mi altura, volteo a ver a mi tío Esteban el cual se encuentra sentado en unas bancas con su esposa hablando cerca y sé que sí no ha venido a interrumpir es porque confía en este hombre, no es un peligro.

–Puedes dejarte consumir por el dolor o levantar la cabeza bien alta y demostrarle al mundo que si puedes seguir, tus padres no quisieran verte decaída– Devuelvo mi atención al hombre y recuerdo que aún no se su nombre.

–Muchas gracias señor, perdone ¿Cómo se llama?

–No tengo nombre.

–Eso es imposible, todos tenemos nombres – veo una mueca de confusión en sus ojos verdes y un pequeño mojin en su boca.
–Supongo que algún día tuve un nombre solo que ya no lo recuerdo.

–Mmm yo me llamo Ilay, ese nombre me lo puso mi papá, ¿tus padres no te pusieron nombre?

–No que yo recuerde– Es muy extraño, siento que lo he visto antes, supongo que era un amigo de papá, recuerdo a la señora Calíope, la pequeña muñeca que mi papá me regaló para mi cumpleaños número 6.

–Entonces te pondré un nombre– Frunce el ceño y me mira con suma curiosidad mientras inclina un poco su cabeza, parece un pequeño cachorrito.

– ¿Tu? ¿Me pondrás un nombre?

–Así es

– ¿Y cuál sería ese nombre? – Llevo mi mano a la boca en un gesto pensativo mientras lo miro de arriba a abajo, tiene cara como de Felipe o tal vez Marcelo.

– Mmmm ¿Qué tal Fernando? – en el momento que veo sus ojos sé que no le gustó

– No creo que sea un nombre adecuado para mí, pequeña. – No pienso lo mismo pero bueno.

– ¿Y qué tal Daren? – Vuelve a inclinar su cabeza hacía la derecha y a mirarme con un chispa de interés.

– ¿Darren?

– No, Darren no, D-A-R-E-N.

– Solo le quitaste un R.

– Eso lo hace diferente– Lo veo observar detrás de mí y veo como su gesto se descompone. Antes de que pueda decirle algo escucho como me llama mi tío.

–Ilay, ¿con quién estás hablando nena? – Volteo a verlo y antes que señalarle al señor ya se ha ido.

–Con nadie– No sé por qué pero siento que él es mi pequeño secreto.

Esa fue la última vez que vi al extraño y pálido señor de ojos verdes.

Sí hubiera sabido lo que pasaría luego le hubiera pedido que me llevara con él.




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