el beso de un conde

caoitulo 16

Vladimir tardó ocho meses en regresar a San Petersburgo y después de aquel encuentro, no volvió a pensar en Olivia, se olvidó por completo del asunto y se centró en repartir las cargas y hacer los negocios de siempre, pero no podía dejar de pensar en kiara. Ansiaba regresar y luchar por su perdón.

Era el día más esperado por él, sin saber que también lo era para ella. Se cambió de ropa y se alistó antes de llegar al puerto, subió al auto que lo conducía hacia su casa y cuando llegó, bajó, decidido a todo, pero no fue necesario el esfuerzo. Kiara bajaba las escaleras cuando se topó con Diana y una mucama.

—¿Qué pasa niña? ¿Por qué corres? —le preguntó Diana a la mucama.

—El amo llegó, el amo llegó, mi Lady.

Kiara sonrió y no pensó más que en salir, corrió hacia la puerta y lo vio bajarse, él levantó la mirada y la miró a los ojos. Iba a pronunciar palabra cuando kiara se lanzó a sus brazos, dejándolo aónito.

—¿Qué es esto? ¿Qué ocurre, mi cielo? ¿Acaso me has…

—Sí. Soy una tonta, no debí culparte a ti de un accidente.

—Shh… Mi niña, mi amor—susurraba una y otra vez mientras la estrechaba en un abrazo.

[…]

Vladimir ansiaba estar con su esposa a solas. Se despidieron de todos y ella fue la primera en subir, mientras Vladimir se despedía. En cuanto Vladimir se desocupó subió a su alcoba y al entrar la vio cepillándose el cabello; no dudó en caminar hacia ella y besarle el cuello, como de costumbre.

—No sabes cuánto extrañaba esto. Tu piel, tu sonrisa, tus labios—expresó, dejando un camino de besos en su piel.

—Perdóname, perdóname Vladimir, actué como una niña tonta.

—Shh… No digas eso, actuaste por tu dolor, dolor que también es el mío, era nuestra ilusión, pero habrá otros, lo prometo.

—¿Lo prometes?

—Te doy mi palabra, kiara patchenco, tendremos más de uno.

—¿Enserio me extrañaste tanto?

—Con cada parte de mi ser, esposa.

Vladimir comenzó a quitarse la camisa y kiara esperó hasta que él se desnudara por completo para apartarse unos centímetros de él y dejar caer su bata. Ya desnudos, ella bajó hasta su abdomen, donde tenía una cicatriz, y comenzó a besarlo.

—Mi Conde, cuanto has sufrido.

—Mi ángel, esas con marcas del pasado, tú eres mi presente y mi futuro—recitó él, tomándola en sus brazos.

Kiara reía mientras él la ponía en la cama. Sintió las cosquillas de su rostro de, ya que tenía un poco de barba que le picaba. Vladimir besaba su ombligo, subiendo hasta sus senos y comenzó a presionarlos y besarlos, haciendola jadear.

—Te amo kiara, te amo tanto.

—Yo también Vladimir… Hazme el amor, házmelo ahora, te quiero sentir dentro de mí.

Sus deseos no esperaron, su amor fue consumado una vez más en su cama y la felicidad de Vladimir era evidente al ver que su esposa disfrutaba de aquel encuentro, de aquel amor.

—Te amo Vladimir, no podría siquiera pensar en estar con nadie más. Sé que pensaste que Stephan…

—Sí, lo pensé, estaba ciego, debí confiar en ti, tu eres mía y de nadie más.

—Tu hermano se equivocó y está arrepentido, lo sé, pero aún no puedo perdonarlo ¿Está mal?

—No, pero dale tiempo. Quizás, mientras no está se te pase el enfado.

—Tantas cicatrices… Debiste haber sufrido mucho—lamentó ella, refiriéndose a sus cicatrices.

—No pienses en eso, no ahora que estamos pasando una preciosa noche.

—¿Cómo te sentiste cuando…

—¿Me golpeaba? Era un niño kiara, creo que todo lo que hacía estaba mal, pero ya no pienses en eso y piensa en que debemos ser felices, mi amor.

—Lo soy, pero aún siento algo que no puedo explicar, no sé por qué cuando estamos más felices algo malo pasa.

—Bueno, entonces te haré sentir feliz, para que ya nada te haga pensar en eso—agregó antes de besarla—¿Me deseas, kiara?

—Siempre.

—¿Confías en mí?

—Por supuesto que sí.

—Entonces…—susurró en su oído algo que la hizo sonreir.

—¿Por ahí? ¿No dolerá?

—No lo sé, pero deberíamos probar ¿No crees?

—Sí—asintió.

Ella se volteó, recostándose de lado y Vladimir atacó con su hombría por su parte trasera. Al principio kiara sintió molestia, pero poco a poco comenzó a disfrutar aquel juego de su esposo.

—¿Te duele?

—Un poco, pero no importa, soy tuya Vladimir, siempre será así.

—Y yo tuyo.

Vladimir aceleró sus movimientos, estando a punto de llegar al éxtasis, pero eso fue interrumpido por un golpe en su puerta. Los dos se enderezaron para escuchar, pero no era nadie.

—Quizás era una de las muchachas—supuso Vladimir.

—Quizás… Ven, acuéstate.

—Sus deseos son órdenes, mi Condesa. En estos ocho meces no he pensado más que en ti, en cómo luchar por tu perdón, por estar así de nuevo.

—Lo sé, y yo con el alma en el pecho, pidiendo que nada te pase. Me dijeron que ibas a una guerra y yo me asusté muchísimo.

—¿Una guerra? No mi cielo, estábamos un poco lejos, traté de alejarme del coronel lo más que pude.

—¿El coronel?

—Sí, alguien que espero nunca conozcas.

[…]

Mariksa soportaba el tormento de el silencio de Dimitri, deseaba hacerlo reaccionar con alguna cosa, pero él no lo había. Claro que ella no sospechaba que él deseaba lo mismo, sentado en su despacho y ella tras la puerta.

—¿Qué quieres? —preguntó él al encontrase con ella.

—No lo sé, una palabra tuya, algo que me dé la esperanza de que me perdonarás algún día.

—¿Para qué?... Está bien Mariksa, dime algo, dime lo que sea, convénceme de que solo fue una vez y que no volverá a pasar nunca más. Dímelo, dímelo.

—¿Qué? ¿Qué puedo decir? ¿Que me citó allí, diciéndome que debía decirme algo? Creí tontamente que era algo de los dos, que el viaje sería el último, pero no fue así, sentí su pasión y no lo soporté, me sentía tan sola que me entregué a él para que te liberara de eso a que le llama trabajo.




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