el beso de un conde

capitulo 22

Ambos se levantaron al instante; estaban intentando hablarles cuando una voz los detuvo: un hombre de aspecto antiguo, barba blanca y con el rostro pintado el cual se hacía llamar el piloto.

—¿Habla nuestra lengua? —indagó Vladimir.

—¿Qué si hablo su lengua? ¿No es obvio?... ¿De dónde son?

—De Rusia—contestó el Conde.

—Están muy lejos de su país ¿Cómo se llaman?

—Vladimir Patchenco, y ella es mi esposa, kiara.

—Un placer, mi nombre es Joseph Anderson… ¿Patchenco? Conozco ese apellido ¿Tiene algo que ver con Adam Patchenco?

—Sí, es mi abuelo.

—Oh, que coincidencia, yo luché en la guerra con él ¿Cómo está?

—De hecho, murió hace años.

—Que mal ¿Pero cuánto tiempo ha pasado?

—Desde que el murió, treinta años.

—¡¿Qué?! Oh Dios.

—Señor Anderson ¿Sabe dónde estamos? —le preguntó Vladimir.

—En la isla Guatchmana—contestó Joseph—¿Tienen hambre?

—Sí—se adelantó Kiara.

—Es normal con todo ese ejercicio.

—¿Qué? —ella no pudo evitar el sonrojo.

—Descuiden—rió—, después hablamos de eso. Vengan, les presentaré a Askalana, la sacerdotisa de la tribu.

Caminaron unos metros hasta llegar a una aldea. No se crerían lo que veían, ya que habían pensado que estaban solos; entraron a la choza y era pequeña, afuera una tribu los miraba sigilosamente. En cuanto entraron, Joseph les presentó a su esposa Askalana, curandera de la tribu.

—Tu debes ser la Condesa, supongo.

—¿Qué? ¿Cómo lo sabe?

—Cariño, yo lo sé todo. Bienvenidos, pasen, pasen, deberían comer.

—Sí, coman, después del ejercicio viene bien algo de comer—bromeó Joseph.

—Cariño, no seas indiscreto—le reprende su esposa, Askalana—Disculpen a mi esposo, es la costumbre. No se asusten, aquí es normal, y más cuando se ponen las siete lunas, una tradición. Han llegado casi al final.

—¿Cada siete lunas? —indagó Kiara.

—El apareamiento. Dicen que cada siete lunas las parejas despiertan de su pudor y se dejan llevar por el placer para concebir, aquí lo hacen así, nuestra tribu es así.

—¿Lo hacen a la vista de todos? —cuestionó Kiara, de nuevo.

—Solo una noche.

—Ven muchacho, dejemos que las mujeres hablen un poco. Te mostraré el lugar—le propuso Joseph.

—De acuerdo. Regreso enseguida, amor.

Mientras ellas hablaban, Joseph le mostraba a Vladimir su tribu; él miraba la tranquilidad de su gente, trabajaban para su familia y los padres les enseñaban a sus hijos a cosechar y arar la tierra.

—¿Cómo fueron parar aquí? —le preguntó Joseph mientras caminaban.

—Mi esposa y yo caímos del barco en medio de una tormenta, pero créame, le agradezco a la tormenta, si no fuera por esto mi esposa jamás me habría escuchado.

—¿La engañaste?

—Si tan solo supiera… Fue... Bebí demasiado y creo que una ex que tuve lo utilizó para engañarme, ahora trataré de demostrar que miente.

—Santo Dios... Es por eso que decidí quedarme aquí, esta tribu no conoce la maldad.

—Eso veo. kiara sería muy feliz aquí, señor Anderson.

—Joseph, dime Joseph.

—Joseph ¿Qué tanto vieron esta mañana?

—Todo, pero descuida, estaban dentro de la ley de la tribu. Espero que conciban un niño.

—Eso es lo que mi esposa quiere.

—¿Y usted?

—Más de lo que pensé, pero solo de ella.

—Tiene que ser así.

Mientras tanto Askalana le regalaba una piedra brillante de color azul cielo a kiara, y ella, al recibirla, sintió en sus manos un calor humano, como si recibiera un regalo de su propia madre.

—¿Qué es?

—Es la piedra de la vida. Esta piedra te ayudará a ser fuerte cuando lo necesites; vendrán tiempos difíciles mi niña, tendrás que ser fuerte, sacar tu valor más profundo, te garantizo que Dios te premiará con creces—Askalana posó sus manos en su vientre.

—Eso espero, ya he perdido uno.

—Tranquila—la consoló ella al ver sus ojos llenos de lágrimas—, aún no era su tiempo.

[…]

—En san Petersburgo, Diana le informó a Igor de lo sucedido y él le contó lo que habló con Olivia, algo que a Diana le extrañó.

—Bueno, me tengo que ir, Diana, le llamaré a Stapleton para decirle, quizás él pueda averiguar. Si ese hombre nos vigila debe de ser por algo, hay que tener cuidado.

—¿A dónde vas?

—Tengo que salir, no me esperes.

En ese mismo instante, Stapleton llegó su casa, como de costumbre; saludó a su madre, Miranda Page y revisó el correo. Era sencillo para él, pero su madre aún le decía que debía encontrar una esposa, algo que le hacía recordar su juventud.

—¿Cuándo me traeras una novia a la casa?

—Aún no, madre ¿Ya comiste?

—Sabes que no, siempre te espero ¿Qué ha pasado con los Condes, te dan trabajo?

—Como siempre. Vladimir y kiara se divorciarán, al parecer.

—¿Y te gusta la Condesa?

—¡Madre! No, por supuesto que no, es la esposa de mi mejor amigo, jamás… Vamos a comer, tengo que regresar a la oficina.

—Ay hijo mío, se te pasará el tiempo y jamás me darás ese nieto que deseo tanto.

—Aún hay tiempo, madre.

[…]

Stephan se subió a su moto para volver al hotel, cuando se volteó y vio a un hombre cerca de él. Pensó que era el mismo hombre y se bajó de inmediato de su moto, comenzando a seguirlo. Corrió unas cuadras, hasta que lo alcanzó en un callejón y lo tomó del saco para interrogarlo.

—¿Quién te envió? ¿Por qué me sigues?

—¿De qué hablas, muchacho? ¿Acaso estás loco?

—Usted nos ha estado vigilando ¿Quién lo envió?

—Yo que usted, hijo, dejaría de hacer cosas indebidas, así no se preocuparía tanto—dijo aquel hombre, antes de irse. Stephan quedó pensativo.

[…]

Más tarde, Stapleton revisaba unos documentos cuando Igor llegó a su casa. Su empleada lo hizo pasar a su despacho, él levanto la mirada y lo saludó.




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