el beso de un conde

capitulo 28

—Tú cállate, te salvé la vida, a esta hora te estarían llevando a la cárcel ¿Es lo que deseas?

—No, pero así no ¿Te has vuelto loco?

—Sí. Aquí tienes, un pasaje en tren ve a donde quieras, yo pronto me reuniré contigo.

—¿Qué es lo que harás tú?

—Tengo una cuenta pendiente con cierta mujer—murmuró.

[…]

La policía rodeaba la mansión; Olivia había escapado, sin dejar rastro. La buscaron por días, pero ya no estaba. Kiara estaba intranquila, así que Vladimir la convenció de que ya la habían atrapado, una noche tibia, mientras los dos se acostaban y hablaban acerca del nombre de su nueva hija.

—¿Mía? ¿Quieres que nuestra hija se llame Mía? —cuestionó Vladimir.

—Sí ¿Por qué? Es un lindo nombre.

—Aún así, es un poco ególatra, porque Mía es como decir que es tuya.

—No Vladimir, Mía es como decirle que es un milagro.

—Okey, okey, Mía será, Mía Pachenco suena bien—culminó, antes de darle un beso en el cuello.

—No pares—susurró en un corto gemido—Dios, como me haces falta ¿Hace cuánto que…?

—No lo sé ¿Quién lleva la cuenta? Kiara, te amo, más que mi propia vida. Mírame, mira como me tienes, hecho un tonto a tus pies, no hay día que no piense en ti.

—Yo tampoco, no quiero que pienses que no te amo—articulaba, mientras le quitaba la camisa.

Esa noche Vladimir le hizo el amor con dulzura, sin importar nada más que ellos dos, ella jadeaba, tocando su pecho, deslizando sus manos por su piel, hasta llegar a presionar su espalda, tocando las cicatrices de aquellos látigos, mientras Vladimir posaba sus labios encada punta de sus pechos.

—Me perteneces, Kiara, eres mía desde el momento en que te vi, con solo un beso fui tuyo, mi amor.

—Oh, mi amor, lo soy, solo tuya.

Pero esa noche algo fue diferente, Kiara se sintió diferente, su vientre lo sentía arder, mientras la el éxtasis de Vladimir recorría su ser. Esa noche el amor fue consumado finalmente, esa noche durmieron tranquilamente y al siguiente día despertaron plácidamente, uno al lado del otro, rodeados con sus brazos

—Buenos días, Condesa.

—Buen día, Conde. El ambiente está como para quedarse aquí todo el día, pero debo ir a ver a Mía. Vladimir, nos urge una nodriza, no sé cuánto más podre amamantarla.

—¿Qué dijo el doctor?

—Que es por lo del bebé que perdí, que quizás mi organismo se adaptó, ya que cuando pasó el accidente estaba recién comenzando a adaptar mi organismo, pero ¿Y si se corta?

—De acuerdo, haremos esto, mientras tanto dale tú, así nos da tiempo de buscar una nodriza que la alimente, pero ahora, Condesa—sonrió, halándola hacia la cama—, ahora quiero cumplir con mi promesa ¿Recuerdas? Lo de hacerte un bebé.

—Sí, lo había olvidado, que buen marido eres, Vladimir—sonrió—, pero ya sé por qué lo haces.

—¿Qué? Cumplo mis promesas.

—No, lo que pasa es que a ti te gusta hacerlo a todas horas, no te importa si es de día o de noche, tú y tus deseos son incontrolables.

—Mira quien lo dice—ironiza mientras toca todo su cuerpo—Kiara, me vuelves loco.

—Calla, Conde, solo calla.

[…]

Stephan y Diana se preparaban para bajar a desayunar. Stephan aún no se acostumbraba a vestir traje y Diana había despertado con una sensación extraña ese día, lo mirÓ y sin decir nada, lo besó.

¿Por qué fue eso? —indagó él.

—Porque me amas, porque te amo, niño tonto.

—Yo amé lo de anoche.

—Ay por Dios, Stephan, ya madura. Hoy es tu primer día en la oficina, aprovéchalo.

—Lo haré, mi amor, pero ¿Crees que Vladimir acepte que nos casemos?

—Stephan, vas muy deprisa, aún eres joven ¿Para qué quieres casarte con una vieja?

—No eres vieja, mi vida—le dio un corto beso, que fue interrumpido por el llanto de la bebé.

—Por Dios, cuanto hacía falta un niño en esta casa. Iré a verla, tu baja a desayunar.

—¿Qué la bebé no tiene padres? —la detuvo, sosteniéndola de la cintura—Deja que ellos vayan.

Vladimir y Kiara salieron en búsqueda de la bebé y los vieron salir.

—Buen día, madre. Stephan, te ves bien.

—Veo que despertaron temprano—comentó Stephan.

—Sí, es que el llanto de Mía se escucha hasta nuestro cuarto—respondió Kiara, riendo.

—¿Mía? ¿Le…Pondrás Mía? —indagó Diana.

—Sí ¿Por qué?

—Porque… Vladimir, ese es el nombre de tu abuela, mi madre—reveló Diana, un poco abrumada.

—¿Qué? ¿Por qué jamás me lo habías dicho? —preguntó Vladimir.

—Wow… Es una coincidencia, lo juro, no sabía…

—Lo sé, jamás se los dije. Es un bello nombre y ella es una bella niña, bienvenida al mundo, Mía Patchenco.

—Bueno, bajen a desayunar, yo le daré de comer a Mía—avisó Kiara antes de entrar a la habitación.

—Bien, iré a ducharme, ya que veo que mi hermano está listo.

Todo comenzaba de nuevo, la tranquilidad ya casi los alcanzaba, Vladimir y Kiara mimaban a Mía cada día que pasaba. Stapleton llegó con los documentos listos, Mía ya era hija de Vladimir y Kiara.

Mariksa y Dimitri hacían lo mismo con su hijo, un bebé de ojos azules llamado Nikolai.

Mientras, en esos días, Olivia había tomado un tren a París, donde decidió cambiar de nombre y de vida, tratando de olvidarlo todo, pero siempre tendría la sed de venganza, así que no era de extrañarse que volviera algún día.

Leopold se enteró de que sería apresado y también decidió desaparecer por un tiempo, pero antes, dejó una jugada: fortuitamente se dirigió a la oficina de Vladimir, donde en una caja fuerte secreta Vladimir tenia todos los comprobantes de los embarques y mapas de los lugares donde Vladimir cargaba y descargaba, y también una foto que lo incriminaba, así que sacó lo necesario y lo otro lo envió a la policía, incriminado a Vladimir.

Los Condes se despedían en la entrada cuando un auto llegó rápidamente, se detuvo y se abrió de inmediato. Stapleton llegaba deprisa para decirle a Vladimir lo que su tío había hecho y para ayudarlo a escapar junto a Dimitri.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.