el beso de un conde

capitulo 31

—¡Vladimir! ¿Qué haces aquí? Por Dios, si te expones así te descubrirán.

—No soy tu marido, soy un pirata que ha venido por su dosis de placer, por el sabor de sus labios y el aroma de tu piel— no me rechaces, sé que estmusitó, acercándose a ella—No me rechaces. Sé que estás casada, sé que aún lo amas…

—Te equivocas, soy viuda, pero no por mucho tiempo, mañana se aclará mi destino de nuevo.

—¿A sí? —sonrió.

—Enserio Vladimir, te pueden ver.

—No me verán, vine con antifaz y soy precavido—le aseguró antes de atacar su cuello—Dios mío, Kiara, me enloqueces.

Ella jadeaba mientras Vladimir acariciaba su cuerpo hasta desenvolver el vestido, mientras le susurraba al oído todo lo que le haría.

—Nunca dejaré de desearte, Kiara, eres mía por siempre ¿Tomarte? Haré más que eso. Eres el aire que respiro, eres el latido de mi corazón, sin ti no soy nada. Te deseo más que nada en el mundo.

Por inercia, sus piernas se abrieron, pues ya sabía que su Conde iba por ella; él no dejó que su ansia esperara más y atacó con sus besos y caricias, dirigiendo su hombría preparada para satisfacer su deseo; ella gimió más fuerte cuando él atacó sin pudor, sintiendo el duro sentimiento que llenaba sus pensamientos, el amor los envolvía y por un momento Kiara olvidó donde estaba y quiso gritar, pero Vladimir la detuvo, tapando su boca.

—Shh… Condesa, si haces más ruido nos descubrirán.

—Es tu culpa, por ser tan perfecto, además, es injusto, yo quiero desahogar mi placer.

—Te amo, Kiara, arriesgaría la vida por ti.

—También te amo—jadeó ella, sintiendo como Vladimir llegaba al éxtasis.

—Kiara, eres el amor de mi vida. Dime que jamás me dejarás, dime que soy tuyo y que te gusta lo que te hago.

—Sí, eres mío, lo eres, y si alguna vez amas a otra prefiero morir.

—Jamás lo vuelvas a decir, jamás amaré a nadie más que tú—gimoteó cuando sintió a Kiara encima de él, cambiando los roles; ella comenzó a moverse con suavidad y él se sentía en la gloria, acariciando todo su cuerpo y dejándose llevar por la ola de placer.

Y la noche no terminaba, apenas había empezado.

[…]

Kiara despertó al sentir el brillo de luz en sus ojos y se enderezó con rapidéz al recordar lo que había pasado en la noche; de inmediato se tapó cuando se dio cuenta de que aún estaba desnuda y la puerta se abrió, Diana le traía el desayuno y venía ayudarla a vestirse.

—Buen día, hija mía, ya casi son las ocho, vengo a ayudarte a… ¿Qué pasó aquí? —indagó la mujer al ver a Kiara desnuda.

—Ah… Diana, antes de que digas nada, debo decirte algo, cierra la puerta, por favor.

Diana obedeció al instante, sospechando que Kiara le diría que tenía un amante.

—¿Acaso tienes un amante? Si es eso… ¿Tú y Stephan…?

—¡No, claro que no! No sería infiel, además, juré que el único hombre en mi cama sería Vladimir. No, no es eso… Y sí, tengo un amante… Y es tu hijo.

—¿De qué hablas, muchacha? ¿Acaso te has vuelto loca? No juegues con eso.

—Diana, cálmate y escúchame, tengo que decírtelo, por favor.

Diana se sintió asustada, Kiara estaba actuando extraño y temía que la chica estuviera quedando loca.

[…]

—Kiara llegó a la oficina de Stapleton para cumplir con lo pactado. Entró a la sala y se sentó junto a Igor, quien la acompañaba.

—¿Nerviosa?

—Sí ¿Y tú?

—Un poco, pero ya no aguanto la espera—respondió él.

La puerta se abrió nuevamente y al entrar vieron a Leopold, quien llegaba hablando con Adolph; lo primero que vio fue a Kiara sentada al lado de Igor y no dudó en reclamar.

—¿Qué hace este hombre aquí? —inquirió Adolph.

—Es la mano derecha de mi marido y, por lo tanto, mía ¿Algún problema, tío?

—Un mayordomo como él no te sirve, para eso estoy yo.

—Ay por favor…

—Caballeros, tomen sus lugares, por favor—interrumpió Stapleton.

—¿Qué es esto? ¿Para que estos dos lugares más? —cuestionó Leopold.

—No coma ansias, Duque, pronto lo sabrá—le respondió Stapleton, justo antes de que Diana y Stephan entraran al lugar.

—¡¿Tú?! —gritó Aolph.

—Sí, yo—respondió Diana.

—La señora es la más indicada en asistir, espero no les moleste—comentó Stapleton.

—No, claro que no, es un placer ver a tan hermosa dama—sonrió, antes de besar el sorso de su mano.

Stephan lo miró seriamente y supo en ese instante que al tío de Kiara le gustaba su prometida, así que se interpuso entre ellos dos y se sentó al lado de Adolph.

—Deja de actuar como un niño, Stephan—soltó Diana.

—¿Y dejar que este cretino te coquetee?  Primero lo mato.

—Shh… Calla, por Dios.

—Bien Condesa, ya estamos aquí—articuló Stapleton, dirigiéndose a Kiara.

—Sí… Como saben, mi esposo ya no está y como el Duque exigió, debo contraer nupcias por el bien del título de Conde, pero—se levantó de su asiento—he decidido que no lo haré con mi cuñado, es impropio, además, él está comprometido con mi suegra, así que, como comprenderán…

—Que desgracia—lamentó Adolph, mirando a Diana—Entonces sobrina, ¿Quién es el afortunado?

—No me digas que este abogaducho es tu amante—intervio Leopold—Que buen amigo saliste, Page.

—Me gustaría, me encantaría gritártelo a la cara, Duque, decirte que sí, pero no ¿Crees que soy idiota? Te he seguido, investigado desde hace mucho tiempo; obligaste a tu sobrino a servirte como esclavo, lo llenaste de mentiras diciéndole que él había sido el culpable de la muerte de su propio padre cuando ambos sabemos que fuiste tú el que lo mató, también sabemos que te confabulaste para meterle un hijo que no era suyo ¡Dios! Eres tan enfermo que te acostaste con Olivia para hacerle un hijo.

—No tienes pruebas de lo que dices, muchacho. Intentas recuperar la reputación que mi sobrino perdió, no tienes pruebas.




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