Capítulo 1: La Luz y la Sombra
Lyanna
La luz del amanecer se filtraba a través de las grandes ventanas de la Ciudadela, tiñendo el suelo de mármol con un resplandor dorado. Era hermoso, casi irreal. Pero no me importaba. Estaba demasiado centrada en la batalla que se libraba en mi mente.
El viento agitaba mi capa dorada mientras me asomaba a los muros más altos, donde la ciudad parecía una sinfonía perfecta de orden y pureza. Mi ciudad. El Círculo de la Luz. Todo lo que representaba, todo lo que amaba, estaba aquí. Pero todo eso estaba en peligro.
Escuché pasos detrás de mí. Sabía quién era sin tener que voltear. La Reina Isolde. Mi madre. A veces pensaba que era la única persona que aún me entendía, aunque no siempre compartiera sus ideales. Pero esta vez, sentía que su presencia era un recordatorio constante de lo que estaba por venir.
—Lyanna —su voz resonó suave, pero firme—. Ya sabes lo que tenemos que hacer.
Me giré para enfrentarla. Sus ojos, tan serenos, estaban llenos de una tristeza que nunca había visto antes. Era una mirada que solo una madre podría tener, pero detrás de esa tristeza también había una determinación inquebrantable.
—¿La misión? —pregunté, tratando de ocultar la tensión en mi voz.
—Sí. El Círculo de la Sombra no es solo un rumor. Están más cerca de lo que pensamos —respondió ella, dando un paso más cerca de mí—. Y tú eres nuestra única esperanza. Si hay una oportunidad de salvarnos, de salvar lo que nos queda, está en tus manos.
Me quedé en silencio, observando el brillo dorado de mi espada a un lado. El peso del deber caía sobre mis hombros, y aunque lo había aceptado, nunca fue fácil.
—¿Debería confiar en ellos? Los del Círculo de la Sombra... no se puede negociar con el caos.
Isolde colocó una mano sobre mi hombro, apretándola ligeramente.
—No puedes negociar con la oscuridad. Pero, ¿y si lo que los mantiene en la sombra no es algo irreversible? Solo tú podrás verlo, hija mía. Nadie más puede.
Me mordí el labio. No me gustaba, pero entendía. Mis ojos, como los de mi madre, veían solo la luz. Pero no toda la luz era buena. Y no todo lo oscuro era malvado.
Asentí, tomando una última mirada a la Ciudadela.
—Iré —susurré—. Haré lo que debo hacer.
Cuando pisé la tierra del Círculo de la Sombra, lo primero que noté fue el aire. No era frío, pero sí... espeso. Como si la oscuridad lo empapara todo. Las sombras se alargaban, moviéndose con un ritmo que solo podía ser descrito como antinatural. Cada paso que daba me sentía más fuera de lugar. Y, sin embargo, sabía que debía continuar.
Las calles, empedradas y cubiertas de un polvo grisáceo, estaban desiertas. A lo lejos, pude ver una silueta, una figura que caminaba con paso lento, seguro, hacia mí. Mi corazón dio un brinco. No me esperaba encontrarlo tan pronto.
—Zethar.
Lo reconocí incluso antes de que los rumores lo describieran: alto, de cabello negro como la obsidian, su mirada dorada destilando una calma inquietante. Algo en su presencia me hizo sentir vulnerable, aunque era yo quien debía imponer mi poder. Algo en sus ojos, esa chispa de fuego atrapado en la oscuridad, me traspasó el alma.
—¿La hija de la luz? —Su voz resonó en el aire como un susurro que cortaba el viento—. ¿Has venido a iluminar este lugar, o a sumergirte en la oscuridad?
Mis dedos se apretaron alrededor del pomo de mi espada, aunque no la desenvainé. No lo haría. No en ese momento.
—He venido a negociar —dije con firmeza, con la esperanza de que mi voz no traicionara mi duda interna—. No busco nada más que paz.
Zethar dejó escapar una risa baja, burlona, como si me viera como a una niña inocente que aún no entendía el mundo en el que había caído.
—¿Paz? —repitió, como si la palabra tuviera un sabor ácido en su boca—. La paz nunca ha sido lo que buscamos aquí. La paz es un lujo. El caos, la lucha... eso es lo que ha sido nuestro destino. Y eso es lo que nos define.
No supe si debía seguir hablando. Mi boca se sentía seca, pero no podía mostrar debilidad. No con él.
—No todos los que se alimentan de la oscuridad son irremediables —respondí, con un tono desafiante, pero con un nudo en la garganta—. Tal vez lo que necesitas no es una lucha, sino una oportunidad para cambiar.
—¿Una oportunidad para cambiar? —Zethar dio un paso hacia mí, su presencia tan imponente que sentí la necesidad de retroceder. Pero no lo hice—. ¿Crees que alguna vez dejaremos de ser lo que somos? La oscuridad no es algo que se pueda cambiar. Es lo que somos. Y tú, Lyanna, lo descubrirás de la forma más difícil.
El aire entre nosotros se volvió espeso. Había algo, una tensión palpable, que ni siquiera la distancia entre nosotros podía disipar. Miré sus ojos dorados, y por un segundo, me pregunté si de alguna manera, yo también le representaba algo más que una simple enemiga.
—¿Qué harás, entonces? —le pregunté, sin saber bien lo que esperaba como respuesta.
—Eso depende de ti, hija de la luz —dijo Zethar, su voz volviéndose más grave, más peligrosa—. Depende de cuán dispuesta estés a adentrarte en las sombras. Porque créeme, Lyanna, la oscuridad no perdona.
El aire pesado me envolvía como un manto oscuro. A mi alrededor, las sombras parecían moverse, como si fueran criaturas vivas. No había nada que pudiera hacer para escapar de esa sensación de claustrofobia, de que todo lo que había aprendido sobre la vida y el bien, se desmoronaba ante mis ojos. Estaba en el Dominio de la Sombra, un lugar del que jamás quise saber nada, pero aquí estaba. Lo que más temía..
—Ven, dijo Zethar, su voz suave, como si me ordenara seguirle, sin espacio para rechazarlo. —Te mostraré algo.
Ni siquiera me preguntó si estaba lista. Ya sabía que no tenía opción. Aunque mi mente gritaba que debía alejarme, mis pies se movieron, llevándome de la mano del mismo hombre que representaba todo lo que mi corazón odiaba.
El aire a nuestro alrededor se hizo más denso, más cálido, como si hubiéramos cruzado una frontera invisible. De repente, vi que todo a nuestro alrededor cambiaba. Las sombras se alargaban, volviéndose más oscuras y más reales, casi como si intentaran atraparnos.
—¿Qué es esto?, murmuré, mi voz temblorosa mientras el miedo crecía dentro de mí.
Zethar no respondió de inmediato, solo se limitó a seguir caminando, guiándome sin prisa. Fue entonces cuando lo vi: una entrada, adornada por dos figuras que se desvanecían en la niebla, figuras humanas, pero deformadas, como si estuvieran atrapadas entre el deseo y la desesperación.
—Bienvenida al Sector de la Lujuria, dijo Zethar finalmente, su tono cargado de algo que no entendí. —Aquí, los deseos más oscuros toman forma.
Mis ojos no podían apartarse de lo que veía a continuación. Cuerpos desnudos entrelazados en un torbellino de placer y desesperación. No eran simplemente personas; eran sombras de lo que alguna vez pudieron haber sido, entregadas por completo a la necesidad, a la lujuria. Sus pieles brillaban en la penumbra, sus movimientos eran lentos y desesperados, como si se tratara de marionetas cuyos hilos ya no pudieran ser controlados.
—Esto... no... Traté de apartar la mirada, pero algo dentro de mí no me dejó hacerlo. Sentí el calor subiendo por mis mejillas, el aire cargado de un ardor extraño. Quería huir, pero mis pies parecían clavados al suelo.
—Lo ves, ¿verdad? Zethar dijo, como si hubiera leído mis pensamientos. —Esto es lo que sucede cuando una persona se entrega completamente a sus deseos más oscuros. No hay regreso. No hay control.
Mis manos temblaron a su lado, mi cuerpo resistiéndose a la atracción que esa atmósfera tan peligrosa ejercía sobre mí. Podía escuchar los susurros, los gemidos, como si todo mi ser estuviera siendo arrastrado hacia el centro de ese caos. Era imposible no sentir algo... algo dentro de mí que respondía a ese ambiente cargado, como si las mismas sombras me invitaran a unirme.
—No, no quiero, dije, mi voz quebrada, sintiendo un calor que no sabía cómo explicar. Mi corazón latía rápido, mi cuerpo reaccionaba de manera que no podía controlar. Estaba aterrada, pero también sentía una extraña fascinación.
—¿No quieres? preguntó Zethar, y su sonrisa se dibujó en su rostro, algo que parecía conocerme mejor de lo que yo misma me conocía. —¿Entonces, por qué tu cuerpo reacciona así, Lyanna?
Mi garganta se apretó. No podía responder. No quería, pero lo hacía. Un ardor me recorría, la lujuria se infiltraba en mi piel, en mis huesos. Cada suspiro, cada roce de la piel contra la piel en ese sector sombrío, parecía llevarme más lejos de quien creía ser.
—¡Detente! grité, dando un paso atrás, pero Zethar no me dejó huir. Su mirada era tan penetrante que parecía leer cada uno de mis pensamientos más oscuros. —¡Llévame fuera de aquí!
Zethar se acercó lentamente, como si estuviera disfrutando del tormento que causaba en mí. —La oscuridad está dentro de todos, Lyanna. Todos tienen algo de lo que avergonzarse. La pureza no es lo que piensas. No es algo que se pueda mantener cuando todo lo que eres se ve atraído hacia la oscuridad.
—No soy como ellos, respondí, más fuerte, aunque mi voz temblaba. —No soy como tú.
Zethar levantó una ceja, su expresión inmutable. —Claro que lo eres. Lo que ves aquí, lo que sientes, está en todos los corazones. Solo que algunos se niegan a aceptarlo. Pero algún día lo harás.
Me miró por un momento que pareció eterno, y luego, con un movimiento sutil, me alejó de la zona en la que todo se volvía más denso y confuso. La niebla se dispersó a su paso, y con ella, el calor. Pero la sensación en mi pecho permaneció.
—Lo que experimentaste no fue solo el Sector de la Lujuria, Lyanna. dijo Zethar, su voz cargada de un significado más profundo. —Fue un recordatorio de lo que está dentro de ti misma.
La habitación se cerró detrás de nosotros, el aire regresó a su normalidad, pero yo no podía dejar de sentir lo que había despertado en mí. ¿Era cierto? ¿Lo que vi, lo que sentí, era parte de mí también?
Con la respiración agitada, Zethar me condujo fuera de ese lugar, y aunque las sombras seguían a nuestros pies, su presencia al menos me daba la sensación de control.
—Te llevaré a otras zonas, Lyanna, dijo sin mirarme. —Pero esta vez, te llevaré a una que te ayudará a entender la verdad.
—¿Cuál es esa verdad? pregunté, temerosa de lo que seguiría.
Zethar sonrió, una sonrisa fría y enigmática. —Que todo corazón tiene su sombra. Incluso el tuyo.