El beso del abismo

2.

Capitulo 2: la prisión de los condenados

El aire seguía siendo espeso, pero ya no quemaba como antes. A cada paso que daba, la sensación pegajosa de la lujuria se disipaba, dejando en su lugar un frío seco, una ausencia de emoción. Como si todo lo que había sentido hace unos instantes hubiera sido una alucinación... o una revelación.

Zethar caminaba delante de mí, su postura relajada pero con una seguridad inquebrantable. Yo, en cambio, sentía el peso de mi propia existencia presionando contra mis hombros.

—Dijiste que me llevarías a otro lugar —dije, rompiendo el silencio.

—Y lo haré —respondió sin girarse—. Pero primero, dime… ¿Qué fue lo que viste en el Sector de la Lujuria?

Su pregunta me hizo fruncir el ceño. Sabía lo que estaba intentando hacer. No quería darle la satisfacción de escucharme dudar, pero tampoco podía mentirle.

—Vi a personas consumidas por sus deseos —contesté con firmeza—. Sin control, sin razón. Vi lo que sucede cuando uno se abandona a su propia oscuridad.

Zethar se detuvo. Su mirada dorada se posó en la mía, intensa, evaluadora.

—¿Y sentiste algo?

Mi mandíbula se tensó.

—No más de lo necesario.

Él sonrió, divertido.

—Eres una mala mentirosa, hija de la luz.

Quise responder, pero antes de que pudiera hacerlo, sentí un cambio en el ambiente. La temperatura descendió bruscamente, y el suelo bajo mis pies se tornó más áspero, casi cortante. Miré a mi alrededor. Ya no estábamos en las calles empedradas del Dominio de la Sombra. Ahora, nos encontrábamos frente a una estructura inmensa, una fortaleza hecha de piedra negra y cadenas colgantes.

—Bienvenida a la Prisión de los Condenados —anunció Zethar, extendiendo una mano hacia la edificación.

Un escalofrío recorrió mi espalda.

—¿Qué es este lugar?

—Aquí traemos a aquellos que han sido juzgados por sus pecados más imperdonables. —Su tono era casi despreocupado, como si estuviera hablando del clima—. Ladrones, traidores, asesinos… pero no todos ellos son lo que parecen.

Caminó hacia la entrada y, sin dudarlo, empujó las enormes puertas de hierro. Un sonido metálico resonó en el aire mientras se abrían, revelando un pasillo estrecho e iluminado por antorchas de fuego azul.

—Sígueme.

Entré tras él, mis pasos resonando en la fría piedra. El pasillo estaba flanqueado por celdas de barrotes gruesos, y dentro de ellas, sombras de lo que alguna vez fueron personas se encogían en rincones oscuros. Algunos murmuraban para sí mismos, otros nos observaban en silencio, con ojos vacíos.

—¿Por qué me trajiste aquí? —pregunté en voz baja.

Zethar se detuvo frente a una celda en particular. Dentro, una figura se mantenía erguida, apoyada contra la pared con los brazos cruzados. A diferencia de los demás, su mirada no era de derrota ni desesperación. Era desafiante.

—Porque quiero que conozcas a alguien —respondió Zethar, con una media sonrisa.

El prisionero levantó la cabeza, revelando un rostro marcado por cicatrices y unos ojos de un azul gélido. Su cabello era de un plateado apagado, casi blanco, y su expresión era inescrutable.

—Lyanna, te presento a Caelum —dijo Zethar, apoyándose en los barrotes—. Un hombre que, al igual que tú, una vez creyó en la pureza de la luz… hasta que descubrió lo que realmente significa.

Caelum me observó con una intensidad que me puso incómoda.

—¿La princesa de la luz? —su voz era profunda, con un tinte de burla—. Vaya, nunca pensé que vendrías a un lugar como este por voluntad propia.

Ignoré su tono y di un paso adelante.

—¿Por qué estás aquí?

Caelum sonrió, pero no era una sonrisa amable.

—Por traición —respondió sin vacilar—. Por cuestionar lo que nos enseñaron desde niños. Por ver más allá de lo que nos dijeron que era la verdad.

Mis labios se separaron, pero ninguna palabra salió.

Zethar se cruzó de brazos.

—Caelum era uno de los guardianes del Círculo de la Luz. Uno de los más fuertes. Hasta que dejó de creer en su causa.

Lo miré con sorpresa.

—¿Eso es cierto?

Caelum soltó una risa sin humor.

—Dímelo tú, princesa. ¿Alguna vez cuestionaste lo que te enseñaron? ¿Alguna vez dudaste de que la luz fuera realmente lo que decían que era?

Mis dedos se apretaron. Quise decir que no. Quise afirmar con seguridad que la luz era justicia, que la oscuridad era el enemigo. Pero después de lo que vi en el Sector de la Lujuria… después de lo que sentí…

No pude responder.

Caelum inclinó la cabeza, su sonrisa afilada como una daga.

—Ah… ya veo.

Zethar se giró hacia mí.

—Te lo dije, Lyanna. Todo corazón tiene su sombra. Incluso el tuyo.

Me estremecí. No solo por sus palabras, sino porque, por primera vez en mi vida, temí que fueran verdad.

Caminaba con cautela, pero mis ojos se detuvieron en aquellas plantas horribles. Retorcidas, de un color enfermizo, con pétalos oscuros como la piel de una herida podrida. Sus fauces babeaban una sustancia traslúcida que olía a metal y putrefacción.

—¿Qué son estas cosas? —pregunté, incapaz de apartar la mirada.

Zethar tardó en responder.

—Vorzhak —su voz sonó fría—. Se alimentan de la energía vital.

Fascinada, estiré la mano.

—¡No las toques! —Zethar se movió rápido, pero ya era tarde.

Mis dedos rozaron la flor más grande y, de inmediato, un destello de luz me envolvió. Sentí calor, una vibración profunda en la piel. La planta se convulsionó, como si estuviera ardiendo desde dentro. Sus pétalos se marchitaron en segundos y el tallo se partió con un crujido seco.

El suelo rugió bajo mis pies. Un muro de la prisión estalló, la piedra oscura desplomándose en una cascada de escombros y polvo.

Y entonces lo oí.

Una voz.

Un susurro gélido, rasposo, que no venía de ningún lado y de todas partes al mismo tiempo.

Tienes que matarla.




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