El beso del infierno

Capitulo 2

Morris no habló durante todo el camino hasta la casa de Dunmore Lane. Aquello no era ninguna sorpresa; Morris jamás hablaba. Quizás eran las cosas que veía en el interior de nuestra casa lo que lo dejaba sin habla, pero la verdad es que no lo sabía. Estaba de los nervios por haberme quedado sentada en el banco durante casi una hora esperando a Morris, y di golpecitos con el pie en el salpicadero durante todo el camino a casa. Tan solo eran unos seis kilómetros y medio, pero eso en Washington D. C. equivalía a un millón de kilómetros en cualquier otro lugar. La única parte del viaje que fue rápida fue el trozo privado de calle que conducía hasta la monstruosa casa de Abbot.

Con cuatro plantas, incontables habitaciones para invitados e incluso una piscina cubierta, parecía más un hotel que una casa. En realidad era un lugar donde los hombres Guardianes solteros del clan vivían y trabajaban, como si fuera una central de mando. Mientras nos aproximábamos, pestañeé y solté una maldición entre dientes que me hizo ganarme una mirada desaprobadora de Morris. Seis gárgolas de piedra que no habían estado allí aquella mañana se encontraban posadas en el borde de nuestro tejado. Visitantes. Genial. Bajé el pie del salpicadero y tomé mi mochila del suelo. Incluso con las alas plegadas y las caras hacia bajo, las formas encorvadas eran una visión formidable contra la noche estrellada. En su forma de descanso, los Guardianes eran casi indestructibles.

El fuego no los dañaba. Los cinceles y los martillos no podían romper su coraza. La gente había probado toda clase de armas desde que los Guardianes se revelaron al público. Lo mismo llevaban haciendo los demonios desde, bueno, desde siempre, pero los Guardianes tan solo eran débiles cuando parecían humanos. En cuanto el coche se detuvo enfrente del enorme porche, salté al exterior, subí los escalones a toda velocidad y derrapé hasta detenerme enfrente de la puerta. En la esquina superior izquierda del porche, una pequeña cámara se movió en mi dirección, con una luz roja que parpadeaba. En algún lugar, en las habitaciones enormes y los túneles que había bajo la mansión, Geoff se encontraba en la sala de control, detrás de la cámara. Sin duda se lo estaba pasando muy bien haciéndome esperar. Le saqué la lengua. La luz se volvió verde un segundo más tarde.

Puse los ojos en blanco cuando oí la puerta desbloqueándose, y después la abrí y solté la mochila en el recibidor. Me dirigí de inmediato hacia la escalera, pero después de pensarlo mejor di media vuelta y corrí hacia la cocina. Encontré la habitación felizmente vacía, y saqué la masa de galletas de azúcar del frigorífico. Tomé un pedazo y subí la escalera. La casa se encontraba tan silenciosa como un cementerio. En ese momento del día, la mayoría de la gente estaría en las instalaciones de entrenamiento bajo tierra o se habría marchado ya para cazar. Todos menos Zayne. Desde hacía tanto tiempo como podía recordar, él jamás se había marchado a cazar sin esperar a verme a mí primero. Subí los peldaños de tres en tres, masticando la masa. Me limpié los dedos pringosos en la falda vaquera, abrí la puerta con la cadera y me quedé paralizada. Tenía que aprender a llamar antes de entrar a toda prisa. Primero vi su resplandor de un blanco perlado y luminoso; un alma pura.

La esencia de un Guardián era distinta al alma humana, pura, un producto de lo que eran. Muy pocos humanos conservaban un alma pura en cuanto comenzaban a ejercitar esa cosa llamada libre albedrío. A causa de la sangre demoníaca que había en mi interior, sabía que yo no tenía un alma pura. Ni siquiera estaba segura de tener un alma; jamás podía ver la mía. A veces… a veces no me parecía que mi lugar estuviera con ellos… con Zayne. Una sensación de vergüenza se enroscó en mi estómago, pero, antes de que pudiera expandirse como un humo nocivo, el alma de Zayne se desvaneció, y ya no pude pensar en ninguna otra cosa. Recién salido de la ducha, Zayne se puso una camiseta negra y lisa, pero no lo bastante rápido como para que no captara un tentador vistazo de sus abdominales.

Un riguroso entrenamiento mantenía su cuerpo bien formado y duro como una roca. Me obligué a levantar la mirada cuando el trozo de piel desapareció. El pelo húmedo de color arena se le pegaba al cuello y a sus mejillas esculpidas. Sus facciones habrían sido demasiado perfectas de no ser por los ojos de un azul aguado que tenían todos los Guardianes. Fui hasta el borde de su cama y me senté en ella. No debía pensar en él como lo hacía, pues era lo más parecido que tenía a un hermano. Su padre, Abbot, nos había criado juntos, y Zayne me miraba como si fuera una hermana pequeña que de algún modo hubieran acabado endosándole.

—¿Qué hay, bichito? —dijo. A una parte de mí le encantaba que utilizara mi mote de la infancia. La otra parte, la parte que ya no era una niña pequeña, lo detestaba. Le eché un vistazo a través de las pestañas. Ya estaba completamente vestido… una pena.

—¿Quiénes son los del tejado? Se sentó junto a mí.

—Unos cuantos viajeros de fuera de la ciudad necesitaban un lugar donde descansar. Abbot les ofreció camas, pero prefirieron el tejado. No… —Se detuvo de repente y se inclinó hacia delante para sujetarme la pierna

—. ¿Por qué tienes rasguños en las rodillas? A mi cerebro le dio una especie de cortocircuito en el momento en que su mano tocó mi pierna desnuda. Un rubor ardiente brotó en mis mejillas y se extendió hacia abajo, muy abajo. Observé sus pómulos altos y aquellos labios… oh, Dios, aquellos labios perfectos. Un millar de fantasías brotaron en mi mente. Todas tenían que ver con él, conmigo y con la capacidad de besarle sin absorberle el alma.

—Layla, ¿en qué lío te has metido esta noche? Me soltó la pierna, y yo negué con la cabeza, disipando esos sueños inútiles.

—Hum… Bueno, en nada. Zayne se acercó más, mirándome como si pudiera ver a través de mis mentiras. Tenía una habilidad impresionante para hacerlo. Pero, si se lo contaba todo, como la parte del demonio de Nivel Superior, jamás me dejarían volver a salir de la casa sola. Me gustaba mi libertad; era prácticamente la única cosa que tenía. Suspiré.




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