El beso del infierno

Capitulo 3

No era posible que estuviera allí. Pero así era, y yo no lograba apartar la mirada. De repente deseé saber dibujar, porque los dedos me picaban de las ganas de dibujar los contornos de su rostro, de tratar de capturar la curva exacta de su labio inferior, que era más grueso que el superior. El demonio sonrió.

—Saliste corriendo tan deprisa que no tuve ocasión de dártelo. Mi corazón dejó de latir. Aquello no estaba sucediendo. Un demonio de Nivel Superior no devolvía teléfonos móviles perdidos, y mucho menos iba al instituto. Tenía que estar alucinando.

—Eres una embustera —me susurró Stacey al oído

—. ¿Por esto es por lo que no apareciste para estudiar con nosotros anoche? La mirada del chico tenía un efecto hipnótico y paralizador. O a lo mejor se trataba simplemente de que yo era así de estúpida. Podía notar a Stacey prácticamente saliendo de su propia piel junto a mí. El demonio se agachó y puso las palmas de las manos sobre mi escritorio, emitiendo un olor que resultaba dulce y almizcleño.

—Me he pasado toda la noche pensando en ti… Stacey hizo un sonido como si se hubiera atragantado. La puerta del aula se abrió y entró la señora Cleo rápidamente, con los brazos rollizos llenos de papeles.

—De acuerdo, todo el mundo a su pupitre. Todavía sonriendo, el demonio se puso recto y se dio la vuelta para sentarse en el pupitre que había justo delante de nosotras. No transcurrió ni un segundo antes de que comenzara a balancear la silla sobre dos patas, manteniendo el equilibrio con total tranquilidad.

—¿Qué demonios, Layla…? —Stacey me agarró el brazo

—. ¿De dónde lo has sacado, de algún lugar entre el Big Mac y las patatas fritas? ¿Y por qué no pediste uno para mí? Sus dedos seguían clavándose en mi brazo, pero yo me encontraba totalmente boquiabierta. La señora Cleo apretó los exámenes contra el pecho como si fueran un bebé recién nacido.

—Ahora, silencio. Que todo el mundo mire hacia delan… Ah, tenemos un alumno nuevo. —Tomó una pequeña hoja de papel rosa y frunció el ceño mientras miraba al chico demonio

—. Bueno, el examen no contará para tu nota, pero me dará una idea de qué nivel tienes.

—Layla —susurró Stacey

—. La expresión que tienes está comenzando a darme mal rollo. ¿Te encuentras bien? La señora Cleo dejó los exámenes sobre nuestros pupitres y chasqueó los dedos.

—Nada de hablar. Es la hora del examen, señorita Shaw y señorita Boyd. Las preguntas que había en el papel estaban borrosas. No podía hacer eso… quedarme ahí sentada y hacer un examen con un maldito demonio justo delante de mí.

—No me encuentro bien —le susurré a Stacey.

—Se nota. Sin decir una palabra más, comencé a recoger mis cosas. Las piernas me temblaron mientras me ponía en pie y me dirigía rápidamente hacia la parte delantera del aula. La señora Cleo levantó la mirada cuando pasé junto a ella, con el teléfono resbaladizo en la mano.

—Señorita Shaw, ¿adónde te crees que vas? —me llamó, poniéndose en pie

—. ¡No puedes irte de clase en mitad de un examen! ¡Señorita Shaw…! Cerré la puerta de golpe, silenciando lo que quiera que dijera a continuación. No sabía adónde iba, pero sabía que tenía que llamar a Zayne; quizás incluso a Abbot.

Las taquillas grises que había a ambos lados del pasillo estaban borrosas. Abrí la puerta del lavabo de las chicas, y el rastro de olor a cigarrillos y desinfectante me cubrió el cuerpo. Los grafitis de la pared resultaban completamente ininteligibles. Abrí el teléfono y capté un vistazo de mis ojos en el espejo. Eran más grandes de lo normal y ocupaban todo mi rostro. El estómago me dio un vuelco mientras buscaba entre mis contactos. La puerta del baño se abrió una rendija. Me giré, pero allí no había nadie. Lentamente, la puerta se cerró con un suave chasquido, y un escalofrío me recorrió la piel. Mi dedo temblaba mientras seleccionaba el nombre de Zayne. Había una posibilidad de que estuviera todavía despierto, y no completamente cubierto de piedra en aquel momento. Pero era una posibilidad pequeña e improbable… El chico demonio estaba de pronto frente a mí. Rodeó mi mano con la suya, cerrando el teléfono, y se me escapó un grito de sobresalto. Frunció los labios.

—¿A quién estás llamando? El corazón me latía a toda leche.

—¿Cómo…? ¿Cómo has hecho eso?

—¿Hacer qué? ¿Salir de clase tan fácilmente? —Se inclinó hacia mí como si estuviera a punto de compartir un secreto

—. Puedo ser muy persuasivo. Es un don que tengo. Sabía que los demonios de Nivel Superior tenían poderes de persuasión. Algunos podían simplemente susurrar dos o tres palabras a una persona, y esta haría cualquier cosa que quisiera el demonio. Pero eso también estaba en contra de las reglas; el libre albedrío y todo eso.

—Me da igual lo de clase. ¡Eras invisible, joder!

—Lo sé. Mola mucho, ¿verdad? —Me quitó el móvil de entre las manos. No le costó demasiado, ya que notaba los dedos como si no tuvieran huesos. Miró a su alrededor, al baño, y alzó unas cejas oscuras

—. Tan solo es uno de mis talentos. —Me echó un vistazo por encima del hombro y guiñó un ojo

—. Y la verdad es que tengo muchos talentos. Avancé lentamente junto al lavabo en dirección a la puerta.

—Y la verdad es que no me importan tus muchos talentos.

—Quédate quieta. —Abrió uno de los cubículos con la punta de una de sus botas negras mientras seguía vigilándome

—. Tú y yo tenemos que charlar. Y esa puerta no se va a abrir para nadie que no sea yo.

—¡Espera! ¿Qué estás haciendo? No… Mi móvil salió volando por los aires y aterrizó en el retrete. El demonio me miró, encogiéndose de hombros.

—Lo siento. Esperaba que ese teléfono fuera una bandera blanca de la amistad, pero no puedo permitir que llames a esas criaturas tuyas.

—Ese es mi móvil, hijo de pu…

—Ya no es tu móvil. —Me dirigió una sonrisa traviesa

—. Ahora es propiedad del servicio de alcantarillado. Me alejé de él y logré quedarme arrinconada entre el lavabo y la pared gris de cemento, donde habían grabado un corazón bajo una ventana pequeña.




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