El beso del infierno

Capitulo 4

Zayne se encontraba reclinado sobre el escritorio, polvoriento por la falta de uso, y sus musculosos brazos estaban cruzados por encima del pecho. Tenía una ligera sonrisa en la cara, una sonrisa afectuosa. Y Danika le había puesto una mano sobre el hombro, con el rostro tan iluminado y feliz que me entraron ganas de vomitarles encima. Eran de la misma altura, y los dos tendrían más o menos la misma edad. Debía admitir que harían una pareja encantadora y tendrían un montón de bebés preciosos que cambiarían de forma y no tendrían nada de sangre manchada dentro. La odiaba. Zayne levantó la mirada y se puso rígido mientras sus ojos se clavaban en los míos.

—¿Layla? ¿Eres tú? —Danika se apartó de Zayne, sonriendo mientras su mano le recorría el pecho. Un rubor suave y rosado le cubría los altos pómulos

—. Te ha crecido el pelo. El pelo no me había crecido tanto desde la última vez que la había visto, que había sido tres meses antes.

—Ey. Sonaba como si me hubiera tragado un puñado de clavos. Cruzó la biblioteca y se detuvo poco antes de abrazarme, porque ni de coña íbamos a abrazarnos.

—¿Cómo has estado? ¿Qué tal va el instituto? El hecho de caerle bien de verdad a Danika hacía que todo fuera aún más intolerable.

—Va genial. Zayne se apartó del escritorio.

—¿Necesitabas algo, bichito? Me sentí como una grandísima idiota.

—Tan… tan solo quería saludar. —Me giré hacia Danika, con la cara ardiendo

—. Hola. Su sonrisa flaqueó un poco mientras le echaba un vistazo a Zayne.

—De hecho, estábamos hablando de ti. Zayne me ha dicho que estabas pensando en enviar una solicitud a Columbia. Pensé en la solicitud a medio rellenar para la universidad.

—Solo era una idea estúpida. Zayne frunció el ceño.

—Pensaba que habías dicho que ibas a hacerlo. Me encogí de hombros.

—¿Qué sentido tendría? Ya tengo un trabajo.

—Layla, tiene mucho sentido. No tienes que…

—No tenemos que hablar de esto —le corté

—. Siento haberos interrumpido. Nos vemos después. Me apresuré a marcharme antes de quedar aún más en ridículo, pestañeando para contener unas lágrimas ardientes y humillantes. Para cuando llegué hasta el frigorífico notaba un hormigueo en la piel. No tenía que haber ido a buscarlos, porque ya sabía lo que iba a encontrar. Pero al parecer me iba torturarme. Saqué el cartón de zumo de naranja, y también tomé la masa de galletas de azúcar. El primer trago de zumo fue el mejor. Me encantaba el sabor ácido. El azúcar me ayudaba cuando el anhelo por tomar un alma me golpeaba con fuerza. Era una necesidad mortificante, y me recordaba a los drogadictos.

—Layla. Cerré los ojos y dejé el cartón sobre la encimera.

—¿Zayne?

—Solo va a estar aquí un par de semanas. Podrías tratar de ser agradable con ella. Me giré y centré la vista en su hombro.

—Estaba siendo agradable con ella. Se rio.

—Sonabas como si quisieras arrancarle la cabeza de un mordisco. O quitarle el alma.

—Lo que tú digas. —Tomé un pedazo de masa y me lo metí en la boca

—. No deberías hacerla esperar. Zayne se acercó a mí y me quitó la masa de las manos.

—Quiere ayudar a Jasmine con los mellizos.

—Ah. Me giré, tomé un vaso del armario y lo llené hasta arriba.

—Bichito. —Su aliento me movió el pelo

—. No actúes de este modo, por favor. Tomé aire, y me entraron ganas de acercarme a él, pero sabía que jamás podría.

—No estoy actuando de ningún modo. Deberías ir a pasar el rato con Danika. Con un suspiro, Zayne me puso una mano en el hombro y me hizo girarme. Sus ojos fueron hasta el vaso que tenía en la mano.

—Un día duro en el instituto, ¿eh? Retrocedí y choqué contra la encimera. La imagen de Roth arrinconándome en el lavabo acudió a mi mente de inmediato.

—N… no ha sido diferente a cualquier otro día. Zayne dio un paso hacia delante y dejó la masa sobre la encimera.

—¿Ha sucedido algo interesante? ¿Lo sabía? No, no tenía forma de saberlo. Siempre me preguntaba por el instituto.

—Eh… Una chica me ha dicho que era la puta de las gárgolas.

—¿Qué? Me encogí de hombros.

—Cosas que pasan. Da igual. Agudizó la mirada.

—¿Quién te ha dicho eso?

—No importa… —Me detuve mientras él tomaba mi vaso, y observé cómo se movían los músculos de su garganta. Se bebió la mitad del zumo antes de devolvérmelo

—. Es solo una estupidez que dicen.

—Tienes razón. No importa, siempre y cuando no dejes que te moleste. Me estremecí, irremediablemente atraída hacia sus pálidos ojos.

—Lo sé.

—¿Tienes frío? —murmuró

—. Alguien ha encendido el aire acondicionado mientras dormíamos.

—Es septiembre. Ya no hace tanto calor como para poner el aire. Zayne rio entre dientes mientras me pasaba el pelo por detrás del hombro.

—Layla, nuestra temperatura corporal es diferente a la vuestra. Veintiún grados es calor para nosotros.

—Hum. Por eso me gusta estar contigo. Eres cálido. Volvió a quitarme el vaso, pero esa vez lo dejó sobre la encimera. A continuación me tomó la mano y me acercó a él.

—¿Por eso te gusta estar conmigo? ¿Porque soy cálido?

—Supongo.

—Estaba seguro de que habría otras razones —me provocó. Mi irritación anterior se desvaneció, y me encontré sonriéndole. Zayne siempre ejercía ese efecto sobre mí.

—Bueno, también me ayudas con los deberes. Levantó las cejas.

—¿Eso es todo?

—Hum… —Fingí pensar en ello

—. Estás de buen ver. ¿Eso te hace sentir mejor? Él me miró, boquiabierto.

—¿Que estoy de buen ver? Solté una risita.

—Sí. Stacey también ha dicho que estás buenísimo, tan bueno como quieres.

—¿De verdad? —Me colocó junto a él y me pasó un brazo por encima del hombro. Era como si me hicieran una llave de cabeza, salvo porque notaba un hormigueo por todo el cuerpo

—. ¿Tú piensas que estoy buenísimo?

—Claro —resollé.

—¿Piensas que estoy como un tren? Mis mejillas se sonrojaron, y también otras partes de mi cuerpo.




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