El beso del infierno

Capitulo 8

—¿Te encuentras bien? —me preguntó Stacey en cuanto se sentó junto a mí en Biología

—. Tienes aspecto de estar hecha una mierda. Ni siquiera me molesté en levantar la mirada.

—Muchas gracias, amiga.

—Bueno, lo siento, pero es la verdad. Parece que te hubieras pasado toda la noche llorando.

—Es la alergia. —Me moví hacia delante, de modo que mi pelo ocultara la mayor parte de mi cara

—. Tú, sin embargo, pareces terriblemente alegre hoy.

—Sí, ¿verdad? —Soltó un suspiro soñador

—. Mi madre no me ha fastidiado el café, como hace siempre. Ya sabes cómo me pongo cuando lo hace, que es casi cada maldita mañana, pero hoy no. Hoy todo va de perlas y mi mundo es luminoso y resplandeciente. En fin, ¿qué es lo que te ha hecho Zayne?

—¿Qué? Levanté la cabeza, frunciendo el ceño, y ella me dirigió una mirada compasiva.

—Zayne es la única persona que puede hacerte llorar.

—No estaba llorando. Se apartó el flequillo hacia atrás.

—Lo que tú digas. Tienes que superarlo y liarte con algún buenorro. — Hizo una pausa y asintió con la cabeza en dirección a la puerta

—. Como él, por ejemplo. Él te dejaría llorando por una razón totalmente diferente.

—No estaba llorando por… —Me detuve cuando me di cuenta de que estaba señalando a Roth

—. Espera, ¿cómo crees que me haría llorar él? Mi amiga abrió mucho los ojos.

—¿Lo dices en serio? ¿Es que necesitas que te lo deletree? Le eché un vistazo al demonio. Al igual que Stacey, mis compañeros de clase habían dejado de hacer lo que estuvieran haciendo solo para mirarlo. Se movía con un contoneo natural cuando caminaba, y de pronto comprendí a qué se refería Stacey.

Me puse roja como una remolacha y volví a mirar mi libro. Ella se rio. Ese día tocaba prácticas de laboratorio. Nos habían puesto en el mismo equipo que Roth, para deleite de Stacey. Sorprendentemente, el chico me ignoró durante la mayor parte de la clase y se dedicó a charlar con Stacey. Ella le contó todo a excepción de su talla de sujetador, y creía sinceramente que si la campana no hubiera sonado, también le habría dicho eso. Mi humor de mierda se mantuvo durante el resto del día. Durante la hora del almuerzo, moví la comida por el plato mientras Stacey entablaba una épica batalla de miradas con Eva. Sam me pinchó con su tenedor de plástico.

—Oye.

—¿Hum?

—¿Sabías que todos los estados del norte tienen una ciudad llamada Springfield? Noté cómo una sonrisa estiraba mis labios.

—No, no lo sabía. A veces me gustaría tener la mitad de memoria que tú. Sus ojos centellearon por detrás de sus gafas.

—¿Cuánto tiempo crees que va a tardar Stacey en fulminar a Eva con la mirada?

—Te estoy oyendo —respondió nuestra amiga

—. Ha estado extendiendo unos rumores bastante desagradables. Creo que voy a allanar su casa por la noche para cortarle el pelo. Después a lo mejor se lo pego a la cara. Sam sonrió.

—Esa es una forma muy extraña de vengarse.

—Sí, la verdad es que sí —dije, y bebí un poco de agua. Stacey puso los ojos en blanco.

—Si oyeras las gilipolleces que está diciendo, tú también te apuntarías a pegarle el pelo a la cara.

—Ah, ¿tiene algo que ver con lo de que me dejo hacer tras una cerveza o que soy una sirvienta en mi propia casa? Le puse el tapón a la botella de agua, aunque consideré brevemente la posibilidad de tirárselo a la cara a Eva. Sam se quitó las gafas.

—Yo no había oído eso.

—Eso es porque tú no oyes nada, Sam. Eva ha estado diciendo cosas horribles sobre Layla. No voy a consentírselo. Un escalofrío me recorrió la columna vertebral, cortando mi respuesta. Miré hacia la izquierda y me sorprendió ver ahí a Roth. Era la primera vez que lo veía en la cafetería; por alguna razón no pensaba que comiera. Stacey ni siquiera trató de ocultar su sorpresa.

—¡Roth! ¡Has venido!

—¿Qué? Me sentía tan confusa como Sam, a juzgar por su expresión. Roth se sentó en el asiento libre que había junto a mí, con una sonrisa arrogante en el rostro.

—Stacey me ha invitado a comer con vosotros en clase de Biología. ¿Es que no estabas prestando atención? Le lancé a mi amiga una mirada de incredulidad, pero ella se limitó a sonreír.

—Qué amable por tu parte —dije con lentitud. La mirada de Sam alternó entre Stacey y yo antes de posarse en Roth. Extendió la mano con torpeza, y quise darle un porrazo para que la apartara.

—Yo soy Sam. Encantado de conocerte. El demonio le tendió la mano.

—Puedes llamarme Roth.

—¿Roth, como las cuentas de jubilación? —preguntó Sam

—. ¿En serio te llamas así? Las oscuras cejas de Roth se alzaron mientras miraba fijamente a Sam.

—Lo siento —dijo Stacey con un suspiro

—. Sam no tiene absolutamente ninguna habilidad social. Debería habértelo advertido. El chico la miró, entrecerrando los ojos.

—¿Qué pasa? Hay unas cuentas de jubilación que se llaman así: Roth. ¿Cómo es que no lo sabías?

—Estoy en el instituto. ¿Por qué iba a preocuparme por la jubilación? Además, ¿quién iba a saber algo así, aparte de ti? —preguntó Stacey mientras tomaba un tenedor de plástico y se lo agitaba delante de la cara

—. Ahora seguro que vas a impresionarnos con tu conocimiento acerca de los utensilios de plástico y cómo los crearon.

—Siento que tu falta de conocimientos te ponga incómoda —replicó él, y apartó el tenedor con una sonrisa

—. Debe de ser difícil vivir con un cerebro tan pequeño como el tuyo. Roth me dio un codazo, y yo casi salté de la silla.

—¿Siempre están así? Me planteé la posibilidad de ignorarlo, pero cuando lo miré a la cara me di cuenta de que no podía apartar la mirada. Verlo en la cafetería del instituto era más que desconcertante. Suponía que tan solo iría a clase de Biología, y después desaparecería. ¿De verdad se pasaba todo el día en el instituto?

—Siempre —murmuré. Sonrió mientras bajaba la mirada hasta la mesa.

—Entonces, ¿de qué estabais hablando antes de las cuentas de jubilación y la creación de utensilios?




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