El beso del infierno

Capitulo 10

El impacto fue ensordecedor. El metal chirrió y cedió en una explosión blanca que me hizo caer hacia un lado y después hacia atrás. Un segundo antes de que el airbag me golpeara la cara, vi el borrón de los árboles que se aproximaban a toda velocidad hacia la parte delantera del coche. Bendito fuera Morris, porque de algún modo, incluso con el airbag en la cara, logró mover el volante para hacer girar el vehículo, de modo que fue la parte trasera y no la delantera la que se estampó contra el grueso tronco de un árbol viejo. Pero el impacto no fue menos brutal, y nos lanzó hacia atrás. Cuando finalmente dejamos de movernos, estaba segura de que iba a darme un ataque cardíaco.

—Morris. ¡Morris! —Empujé el airbag que se desinflaba, tosiendo mientras se elevaba un humo blanco

—. ¿Te encuentras bien? Se reclinó hacia atrás y pestañeó varias veces mientras asentía con la cabeza. Tenía las mejillas cubiertas de polvo blanco, pero, aparte de un hilillo de sangre bajo la nariz, parecía estar bien. Dirigí mi atención hacia el otro coche y me quité el cinturón con dedos temblorosos. Toda la parte delantera del taxi era una masa de metal retorcido y aplastado. Había un agujero de tamaño humano en el parabrisas, y unas manchas de una sustancia de color rojo oscuro cubrían los bordes del cristal roto y salpicaban el capó.

—Oh, Dios —dije, dejando que el cinturón volviera a su sitio

—. Creo que el otro conductor ha salido volando. Busqué la mochila para sacar el móvil y golpeé el maldito airbag. Necesitaba llamar a alguien para pedir ayuda. Incluso aunque el taxista nos había golpeado, estaba poseído, así que no resultaba responsable en absoluto por sus acciones. Era un ser humano inocente, y me veía obligada a hacer algo. No solían pasar muchos coches por aquella carretera… Una cara ensangrentada y desfigurada apareció al otro lado de la ventana del copiloto. Me aparté hacia atrás, tragándome un grito, y noté unas fuertes náuseas.

La cara… oh, Dios; la cara estaba destrozada. Tenía trozos de cristal clavados en las mejillas, y la carne estaba desgarrada. Unos riachuelos de sangre bajaban por la cara como si fueran lluvia, y parecía que un ojo casi se le había salido. Su labio inferior apenas sobresalía ligeramente, y la cabeza estaba inclinada en un ángulo antinatural. El tío debería estar muerto, o al menos en coma. Pero seguía en pie y caminando. Eso no era bueno. Tomó la manecilla y tiró de ella, arrancando la puerta del Yukon de sus goznes. La lanzó a un lado y después trató de entrar, dirigiendo sus manos ensangrentadas directamente hacia mí. Uno de los brazos de Morris me rodeó los hombros mientras me esforzaba por salir del asiento, pero el maldito poseído seguía tratando de alcanzarme. Me recliné contra Morris, eché las rodillas hacia atrás y estampé ambos pies en la camiseta destrozada del hombre, empujándolo de espaldas. El poseído se levantó de inmediato, completamente decidido. Su mano me rodeó el tobillo mientras yo volvía a lanzarle una patada, y entonces tiró de mí y me sacó del coche. Unas burbujas de sangre salían de su boca… y de un maldito agujero en su garganta. Grité y moví las manos salvajemente, y después rodeé la palanca de cambios con ellas.

Durante un segundo mi cuerpo se elevó en el aire, la mitad de él fuera del Yukon mientras el poseído tiraba de mí como si estuviera dispuesto a partirme en dos. Morris se lanzó hacia delante y abrió la guantera. Hubo un destello de metal negro y brillante, y después una explosión reverberó en el interior del coche. El poseído dio una sacudida y me soltó. Caí de costado sobre el asiento y el compartimento central. Un dolor sordo me recorrió el cuerpo, y un humo acre me quemó los ojos. El poseído permaneció inmóvil, con los ojos vidriosos y un agujero de bala justo en el centro de la frente. A continuación, su cabeza cayó hacia atrás y su boca se abrió. Un grito inhumano salió de él, una mezcla entre el chillido de un bebé y el aullido de un perro. Un humo rojo salió de la boca abierta, llenando el aire con su hedor.

Continuó saliendo hasta que la última voluta estuvo fuera, y formó una nube de humo que se retorcía. El poseído se desmoronó, pero la nube continuó expandiéndose, y unas formas aparecieron en su interior. Unos dedos y manos se extendieron hacia fuera, como si algo estuviera buscando la forma de escapar. La masa retrocedió repentinamente, y se formó una figura oval alargada, casi como una cabeza. Se lanzó hacia nosotros, y el pánico me abrió un agujero en el pecho. Aquella cosa no estaba dispuesta a morir. Más allá de la masa, las copas de los árboles comenzaron a temblar, como si Godzilla estuviera a punto de aparecer. A esas alturas, cualquier cosa era posible. Las ramas se agitaban hacia atrás y hacia delante, desprendiéndose de las últimas hojas que les quedaban, que cayeron como lluvia y cubrieron el cielo de marrones y verdes apagados.

Algo grande se aproximaba. Entonces, por el borde del bosque tembloroso que rodeaba la carretera, el sol que se apagaba se reflejó en una cola de ónice gruesa y reluciente que serpenteaba por el suelo cubierto de hojas. Contuve el aliento. Bambi. La masa latía y se retorcía, pero la maldita serpiente era muy rápida. Salió disparada por el suelo, dibujó un arco en el aire y se tragó la esencia malvada en un segundo. Y entonces no quedó nada; ni la esencia ni la serpiente gigante. Un horrible hedor a sulfuro permaneció en el aire, pero ya no era tan potente, y la sensación maliciosa se había desvanecido. Tan solo quedaba el sonido de la pesada respiración de Morris y de mi corazón, que retumbaba en mi pecho.

—¿Has visto eso? —Miré a Morris a la cara, pero su expresión decía «¿ver qué?». Bambi se había movido con tanta rapidez que no estaba segura de que la hubiera visto

—. Jesús —murmuré. Morris sonrió.

* * * La mansión estaba sumida en el caos. Desde el momento en que Morris y yo explicamos lo que había sucedido, la furia y la tensión se filtraron por todas las habitaciones de la enorme casa. Que un poseído fuera detrás de alguien no era nada bueno, y la idea de que uno se hubiera acercado tanto a la casa hizo que todos los Guardianes se pusieran de los nervios. Todos menos Zayne, porque no tenía ni idea de dónde se encontraba. Incluso con todos los elementos de seguridad y los encantamientos que cubrían las hectáreas de tierra sobre la que descansaba la casa, la cantidad de cosas que se podían hacer era limitada. La razón… Bueno, la razón era yo.




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