El beso del infierno

Capitulo 12

Demasiado aturdida e ida como para decir gran cosa, observé a Roth mientras tiraba la columna vertebral al suelo. Tenía el labio fruncido en señal de desagrado mientras pasaba sobre el cuerpo de Petr y se arrodillaba ante mí.

—¿Te encuentras bien? —preguntó, y como no respondía, acercó a mí una mano ensangrentada. Su mirada cayó hasta ella, y murmuró algo entre dientes. Apartó la mano y se la limpió en los vaqueros

—. ¿Layla? Su cara no parecía ya tan afilada, pero aquellos ojos seguían emitiendo un resplandor amarillo. Había llegado hasta el punto más alto del subidón, y ahora estaba comenzando a desvanecerse como una brisa perezosa. Unos agudos estallidos de dolor comenzaban a aparecer por todo mi cuerpo. Abrí la boca, pero solo salió aire. Mi mirada se dirigió hacia el cuerpo.

—No mires —me pidió Roth, y me puso una mano en la pierna. Me aparté, y noté que la respiración comenzaba a acelerárseme otra vez

—. Vale —dijo, echando un vistazo hacia donde estaba Bambi, moviéndose y cobrando vida. Dirigió la mirada de nuevo hacia mí, soltó un silbido bajo, y la serpiente avanzó la mitad del camino hasta Roth antes de convertirse en una nube oscura. El humo viajó por su brazo y se estableció en su piel, y la cola del tatuaje se enroscó alrededor de su codo. El demonio mantuvo los ojos fijos en mí

—. Layla, dime algo. Pestañeé con lentitud.

—Gra… gracias. Un músculo se tensó en su mandíbula, y me mantuvo la mirada un momento más. Después volvió a dirigirse hacia el cuerpo.

—Tengo que ocuparme de esto, y después me… me ocuparé de ti. Roth recogió el cuerpo y las otras partes, y desapareció con rapidez en el espeso bosque. Me puse de costado y logré enderezarme, de modo que quedé reclinada contra la base de un árbol.

Unos pensamientos inconexos me recorrieron la cabeza una y otra vez. Había tomado un alma; un alma pura. Noté un calambre en el estómago. El suave resplandor que me había rodeado desapareció, y me estremecí de forma incontrolable. Había tomado un alma. Roth se materializó de la nada, con la parte delantera de los vaqueros húmeda y las manos limpias de sangre. Debía de habérselas lavado en el arroyo cercano. Sin decir una palabra, se acercó a mí con lentitud, como si le preocupara asustarme. Pasó un brazo por debajo de mis rodillas y me levantó, y se me ocurrió que probablemente debería preguntarle adónde me llevaba. Pero solo quería estar lejos de allí, tan lejos como fuera posible. Su cuerpo cambió contra el mío, y se endureció de forma parecida a como lo haría un Guardián. Su piel irradió calor, y oí el familiar sonido de la piel separándose.

Unas alas tan oscuras que casi se fundían en la noche se extendieron desde su cuerpo, arqueándose grácilmente. Había cuernos en las puntas, curvados y muy afilados. Las alas tenían que medir al menos tres metros de ancho; eran las más grandes que había visto nunca. Me aparté un poco y tomé aire bruscamente. Su piel era del color del ónice pulido, y parecía más esqueleto que piel. A diferencia de los Guardianes, no tenía cuernos en la cabeza, tan solo piel suave y negra. Una fría puñalada de miedo me atravesó el corazón. Ver a Roth en su auténtica forma era un claro recordatorio de lo que era realmente: un demonio. Pero yo era mitad demonio, y Petr… Petr había sido Guardián, y había querido matarme. Las cosas ya no me parecían tan blancas o negras. Levanté la mirada hasta la cara de Roth. Sus ojos dorados se encontraron con los míos, y fue como si supiera lo que estaba pensando.

—Es gracioso lo mucho que se parecen los demonios y los Guardianes, ¿verdad? —No respondí, pero la comisura de sus labios se elevó, tal como hacía siempre

—. Cierra los ojos, Layla. Esto va a ser rápido. No tuve ocasión de responder. Con su mano libre, colocó mi cabeza en el espacio entre su garganta y su hombro. Se agachó, y un poderoso temblor hizo vibrar su cuerpo antes de que se lanzara hacia el cielo.

Con el corazón latiéndome con fuerza, cerré los ojos y me apreté a él. Solo Zayne había hecho eso antes; llevarme hasta el cielo. Requería mucha confianza por mi parte. Si Roth decidía soltarme, no iban a salirme alas para salvarme de acabar aplastada contra el suelo. Y aunque dudaba que eso fuera parte de su plan maestro, mi nivel de ansiedad se elevó por las nubes e hizo que mi corazón, que ya me palpitaba con rapidez, se desbocara por completo. Roth me sujetó con más fuerza y murmuró algo que se perdió en el viento. El vuelo hacia dondequiera que me estuviera llevando fue un borrón, pero no mató el zumbido que seguía sintiendo. Cuando finalmente aterrizó, mi cuerpo entero tamborileaba de dolor. Estaba temblando tanto que ni siquiera me di cuenta de que había vuelto a cambiar a su forma humana hasta que se reclinó hacia atrás y pude verle la cara.

—¿Te encuentras bien? —me preguntó. Las pupilas de sus ojos color miel seguían siendo verticales. Asentí con la cabeza, o al menos creo que lo hice. Por encima de su hombro no podía ver nada salvo edificios de apartamentos, iluminados como un tablero de ajedrez.

—¿Dónde… estamos? Hice una mueca al notar un dolor en la mandíbula.

—En mi casa. ¿Su casa? Roth no explicó nada más mientras comenzaba a avanzar. Tardé unos pocos segundos en darme cuenta de que nos encontrábamos en un callejón estrecho detrás de un edificio bastante grande. La puerta que teníamos delante se abrió, y un hombre apareció en la oscuridad. Parecía tener veintipico años. Llevaba el pelo, de un rubio pálido, recogido en una coleta baja, pero sus cejas finas y arqueadas eran oscuras. Sus ojos eran como los de Roth, de un color miel intenso. Era claramente un demonio, pero mantuvo la puerta abierta.

—Vaya sorpresa —dijo.

—Cállate, Cayman. Los pasos de Cayman coincidieron con los de Roth. Estábamos en una escalera, subiendo.

—¿Debería preocuparme? —preguntó el hombre

—. Porque si esta es quien creo que es, y tiene ese aspecto por algo que has hecho, de verdad que necesito saberlo antes de tener a una bandada de Guardianes destrozando mi edificio. Me pregunté cómo de malo sería mi aspecto, y cómo sabría ese tío quién era yo.




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