El beso del infierno

Capitulo 13

Cuando desperté, ya casi había amanecido y el cielo, más allá de los toldos, que se movían con suavidad, seguía aferrándose a la noche. Los eventos del día anterior acudieron a mi mente con alarmante claridad. Mi ritmo cardíaco se incrementó, pero no me moví. Mi cuerpo no era el problema; los dolores habían disminuido, e incluso la palpitación que notaba en la cara no era nada comparada con la que había sentido unas cuantas horas antes. Era simplemente que sabía que los Guardianes ya se habrían dado cuenta de que no estaba.

Ya habrían comenzado a buscarnos a mí y a Petr. Zayne… Ni siquiera podía pensar en él en ese momento. Nada volvería a ser igual. El calor del cuerpo esbelto y duro que estaba apretado contra mí era un claro recordatorio de ese hecho. El pecho de Roth subía y bajaba a un ritmo constante contra mi costado. Nuestras piernas estaban enredadas, y su brazo estaba por encima de mi cintura. Aquella cercanía, por alocado que pareciera, apartaba todas las demás cosas importantes. Nunca me había despertado en los brazos de un chico. Cuando Zayne y yo éramos pequeños a veces dormíamos juntos, pero aquello… aquello era muy diferente.

Una calidez lánguida comenzó en los dedos de mis pies y ascendió por mi cuerpo a una velocidad alarmante, ardiendo con fuerza en cada lugar donde nuestros cuerpos se tocaban. Pensé en el beso que habíamos compartido; mi primer beso. Estaba tan sin aliento como lo habría estado practicando técnicas de evasión. Teniendo en cuenta todo lo que estaba pasando y lo que ya había pasado, parecía que eso fuera lo último en lo que debía pensar. Pero era tan natural como respirar, y notaba un hormigueo en los labios por el recuerdo.

Dudaba de que Roth hubiera pensado siquiera dos veces en ello, pero yo lo había hecho unas cuantas veces desde el viernes. Giré la cabeza ligeramente y tomé aire con suavidad. Roth estaba tumbado de lado, al igual que antes de que yo me quedara dormida. Tenía la cara relajada y los labios separados. Quería tocar la línea de su mandíbula, la curva de su frente, y no tenía ni idea del porqué. Pero los dedos me hormigueaban por las ganas de hacerlo. Descansando de ese modo, ese matiz duro de su belleza estaba ausente. En ese momento tenía el aspecto que imaginaba que tendrían los ángeles. Entonces abrió la boca.

—No deberías mirarme de ese modo —murmuró. Una clase diferente de calor me inundó las mejillas, y me aclaré la garganta.

—No te estoy mirando de ningún modo. Me dirigió su habitual sonrisa torcida.

—Sé lo que estás pensando.

—Ah, ¿sí? Abrió un ojo. Sus pupilas estaban verticales, y me estremecí; no por miedo, sino por algo completamente diferente. Estiró la mano y me apartó de la cara unos cuantos mechones de pelo. La dejó sobre mi mejilla, sorprendentemente suave en comparación con lo que salió de su boca a continuación.

—Para que lo sepas, tu virginidad no está a salvo conmigo. Así que cuando tengas cara de querer que devore cada centímetro de tu boca, lo haré sin una pizca de remordimientos. Sin embargo, dudo que tú sientas lo mismo después.

—¿Cómo sabes de qué voy a arrepentirme? En cuanto las palabras abandonaron mi boca, me di cuenta de que probablemente debería haberme guardado el comentario para mí. Los ojos de Roth se abrieron y se fijaron en mí, y entonces se movió con increíble rapidez. Se puso encima de mí y me miró con unos ojos que eran un mosaico de cada tono dorado imaginable.

—Sé muchas cosas.

—Apenas me conoces.

—Llevo mucho tiempo observándote, siempre a un par de pasos por detrás de ti. No estaba tratando de ser un acosador cuando te dije eso. — Pasó el dedo por el dobladillo de mi camiseta prestada, y sus nudillos rozaron la curva de mi pecho

—. ¿Sabes lo que vi? Pestañeé con lentitud.

—¿Qué? Dejó de toquetearme el dobladillo y deslizó la mano por la curva de mis costillas mientras agachaba la cabeza. Sus labios se movieron junto a mi oreja.

—Vi algo que intentas esconder desesperadamente a todo el mundo. Algo que me recordaba a mí. Tomé aliento rápidamente, con la boca seca. Roth presionó los labios contra mi sien y deslizó la mano bajo el borde de mi camiseta. Di un salto cuando sus dedos me tocaron el vientre.

—Siempre parecías sola. Incluso cuando estabas con tus amigos, estabas sola. Noté un espasmo en el pecho.

—Y tú… ¿tú estás solo?

—¿Tú qué crees? —Se movió de modo que una pierna quedara entre las mías

—. Pero en realidad eso no importa. Ahora mismo no estoy solo, y tú tampoco. Quería continuar la conversación, pero su mano subió por mi estómago y se detuvo en el borde de mi sujetador. Mi cuerpo tenía mente propia y se arqueó contra la mano, alentándolo a seguir sin saber realmente por qué.

Sus ojos se encontraron con los míos. Había algo ardiente y calculador en su mirada; fiero y predatorio. La mirada de Roth cayó sobre mi boca, y noté cómo su pecho se alzaba bruscamente contra el mío. Una suave brisa comenzó a soplar, agitando los toldos, que se movieron sin producir ningún sonido, mostrando el cielo. Entonces supe que iba a besarme. La intención estaba en su mirada, en su forma de bajar la cabeza hacia la mía y separar los labios. Levanté la mano y la puse sobre su mejilla.

Su piel era cálida, más caliente que la mía. Roth se apretó contra mí, y mi corazón latió a una velocidad de vértigo. Nuestros cuerpos estaban casi alineados, como si encajaran, y su aroma almizcleño y salvaje me envolvía. Hubo un breve momento en el que la parte inferior de su cuerpo se movió contra la mía y todos mis nervios cobraron vida, pero entonces soltó un suspiro lleno de arrepentimiento y se apartó de mí. Se me quitó de encima. Se puso en pie junto al diván y estiró los brazos por encima de la cabeza, mostrando un vistazo tentador de sus abdominales y el tatuaje del dragón.

—Voy a por café. Tenemos que hablar. No tuve oportunidad de responder; simplemente desapareció. Se desvaneció tal como lo había hecho Cayman en el pasillo la noche anterior. ¿Qué diablos…? Me senté, presioné mi frente con la mano y solté un gruñido. Utilicé su ausencia para recobrar la compostura y calmar mi caótico pulso. Cinco minutos más tarde regresó con dos vasos de café humeante. Pestañeé.




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