El beso del infierno

Capitulo 14

Irme del loft de Roth no había sido fácil. Durante un par de segundos, pensé que no iba a dejarme marchar. No había expresado en palabras ninguna negativa a que me fuera a casa, pero me daba cuenta de que no le hacía mucha gracia la idea. Sin embargo, si me quedaba con él, no sería más que una cuestión de tiempo que los Guardianes me encontraran. Matarían a Roth, y aunque no tenía ni idea de lo que sentía por él, no quería que muriera. Quería llevarme tan cerca de casa como pudiera, pero yo no estaba preparada para ir allí todavía.

No sabía muy bien adónde quería ir, pero necesitaba estar sola. Me había seguido hasta el exterior de su loft, y descubrí que nos encontrábamos en uno de los rascacielos cerca de los Palisades. Junto al río Potomac, era una de las zonas más acaudaladas de Washington D. C. Supongo que ser un demonio estaba bien pagado. Comencé a caminar, y no me detuve ni miré hacia atrás para ver si Roth me seguía. Sabía que no lo vería, pero también sabía que estaba ahí. Mientras caminaba, mi cerebro lo repitió todo hasta que el estómago se me revolvió despiadadamente. Quizás el café no había sido muy buena idea. Dos horas después, me senté en uno de los bancos que había en el exterior del Instituto Smithsonian. Incluso en las primeras horas de la mañana, el enorme jardín estaba lleno de corredores y turistas. Las primeras personas que pasaron junto a mí me dirigieron miradas de preocupación.

Con mi cara amoratada y mi ropa prestada, probablemente tenía el aspecto de una chica que hubiera huido de casa. Mantuve la barbilla baja, dejando que mi pelo ocultara la mayor parte de mi cara, y nadie se acercó a mí. Perfecto. Era una mañana fría, y me arrebujé en la camiseta de Roth, completamente agotada. En cuestión de horas, todo había cambiado. Mis pensamientos estaban desperdigados, y notaba como si mi mundo entero se hubiera roto. Roth probablemente se sintiera impresionado porque no hubiera perdido los papeles después de que me lo contara todo, pero ahora sí que estaba comenzando a perderlos. ¿Cómo se suponía que íbamos a encontrar un libro ancestral que nadie sabía dónde estaba? ¿Cómo iba a mantenerme a salvo de un demonio si nadie sabía de qué demonio se trataba? Y, mejor todavía, ¿cómo iba a volver a casa? Volver a casa era el plan.

Por eso me había ido del loft de Roth. Bueno, no era la única razón. Necesitaba alejarme de él, porque las cosas habían cambiado entre nosotros. Era como si hubiéramos hecho un pacto, un trato. Pero era más que eso. Lo que había pasado entre nosotros aquella mañana todavía me hacía sentir incómoda en mi propia piel, y Roth había tenido razón: sí que quería que me besara. Dios, no podía pensar en esto en esos momentos. Lo que quería hacer era ponerme furiosa. Quería tirar algo, pegarle una patada a alguien, por ejemplo a Abbot, y romper algo valioso. Muchas cosas valiosas. Quería ponerme de pie sobre el banco y gritar hasta quedarme sin voz. La ira me atravesó rugiendo como un perro rabioso, y quería liberarla, pero debajo de esa furia había algo amargo, frío y húmedo. Había algo más en los retortijones de mi estómago que solo un puñado de nervios. Sabía lo que pasaría en cuestión de horas. Necesitaba algo dulce, como zumo, pero para ello precisaba dinero.

En un par de horas, un dolor intenso me atravesaría los huesos. Notaría la piel helada, pero mi interior se prendería en llamas. Por retorcido que sonara, agradecía las náuseas que sentía después de saborear un alma. Era una tosca forma de castigo, pero era un castigo que merecía. Inhalé el fresco aire de la mañana y cerré los ojos. No podía permitirme perder el control. Lo que podría pasar era mayor que mis sentimientos de traición o furia. Si el demonio tenía éxito, el apocalipsis parecería una fiesta de cumpleaños en comparación. Necesitaba ser fuerte, más fuerte de lo que podría ser con entrenamientos rigurosos. El rugido sordo de un motor bien a punto me obligó a abrir los ojos. Era extraño saber que en una ciudad abarrotada del ruido de las charlas, los coches que pasaban y los cláxones que sonaban, reconocería el sonido del Chevy Impala de 1969 de Zayne en cualquier parte. Miré a través de una capa de pelo rubio blanquecino mientras Zayne salía del lado del conductor.

El aura que lo rodeaba era tan pura que parecía un halo. Cerró la puerta y se giró, y su mirada encontró de inmediato el banco donde estaba sentada. Se me cortó el aliento, como si me hubieran pegado un puñetazo en el estómago. Un millar de pensamientos atravesaron mi mente mientras Zayne rodeaba el Impala. Se detuvo cuando me vio, y su cuerpo se puso rígido, pero entonces comenzó a avanzar otra vez, y su ritmo se aceleró hasta que rompió a correr. Apareció junto al banco en un instante, sin preocuparse por todos los ojos que nos observaban, y entonces me rodeó con los brazos y me apretó con tanta fuerza que me mordí los labios para que no se me escapara un chillido de dolor.

—Oh, Dios mío —dijo, y su voz sonó ronca en mi oído

—. No puedo… Un temblor recorrió su enorme cuerpo, y su mano me presionó la espalda y después subió, enterrándose profundamente en mi pelo. Por encima del hombro de Zayne, finalmente vi a Roth. Estaba junto a uno de los cerezos desnudos, simplemente ahí de pie. Nuestros ojos se encontraron durante un breve momento, y entonces se giró, cruzó el césped y se dirigió hacia el este por la acera, con las manos en los bolsillos de sus vaqueros.

Que Zayne no hubiera sentido la presencia del demonio era un testimonio de su estado, y odiaba que estuviera tan preocupado. Entonces sentí una extraña necesidad. Quería ir detrás de Roth, pero eso no tenía ningún sentido. Sabía que había estado observándome y eso era todo lo que estaba haciendo, pero… Zayne me acercó más a él, situándome junto a la curva de su cuello, y siguió abrazándome. Levanté los brazos con lentitud, puse las manos sobre su espalda, y le agarré la camiseta con el puño. Otro escalofrío recorrió su cuerpo. No sé durante cuánto tiempo permanecimos así. Tal vez fueron segundos o minutos, pero su calidez calmaba parte del frío, y por un momento podía fingir que estábamos una semana antes, y que aquel era Zayne, mi Zayne, y que todo iba a salir bien. Pero entonces se apartó, y sus manos fueron hasta mis hombros.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.