Xiumin de dieciocho años se sentó en la sala de espera vacía sintiendo bastante lástima de sí mismo.
Suspiró y golpeó la punta de sus zapatillas en el suelo de madera pulida. Él no estaba allí porque quisiera, estaba allí porque no tenía otra opción. Su madre insistió en enviarlo a otro psiquiatra. Min sabía que era una pérdida de tiempo. Ninguno de los otros médicos había sido capaz de ayudarlo y sabía que éste tampoco sería capaz.
Su madre tenía esperanzas, porque al parecer, este psiquiatra era uno de los mejores del país en el tratamiento de conductas compulsivas extrañas. Él era reconocido mundialmente. Su madre había exclamado una y otra vez la suerte que Min había tenido al conseguir una cita con el exclusivo médico y le hizo prometer una y otra vez que de verdad iría a la cita. Su madre tenía que hacerse cargo de sus hermanos por lo que ella no podía traerlo. Xiumin era el segundo de nueve hijos.
Nueve niños. Un apartamento. Cuatro habitaciones.
Hagan las cuentas.
Eran Xiumyeon, Xiuhun, Xiuchan, Xiukai, Xiuchen, Xiudo, Xiubae, Xiulu y, por supuesto, Xiumin, pero le decían Min, para abreviar.
Así que llegó allí en autobús en un lluvioso lunes después de la escuela. Era el único en la sala de espera, pero seguía sentado después de unos treinta minutos. ¿Por qué los médicos siempre hacen eso? Dio unos golpecitos con el pie, giró sus pulgares y sacudió la rodilla. El joven era una bola de energía nerviosa. Él quería estar afuera corriendo. Sentarse siempre lo hacía sentir frustrado y enojado.
Min se removió inquieto hasta que finalmente la enfermera lo llevó a una habitación con un amplio sofá y dos sillones grandes. Era una enorme sala con paneles de madera, elegante, se sentía más como la casa de una persona rica que la oficina de un doctor.
La enfermera le presentó —Dr. Jongdae, este es Xiumin Kim.
El médico se volvió hacia ellos. Era más joven, mucho más joven que todos los terapeutas que Min conocía, y era bastante alto.
—Hola Xiumin —dijo en una voz profunda.
El médico mucho más alto que el joven rubio, sonrió con gusto hacia él.
— ¿Te gustaría que te diga Xiu?
Min sacudió la cabeza —No, suelen llamarme Xiumin o Min para abreviar.
Tuvieron que ser creativo con los apodos porque llamar a alguien Aki en su casa significaba que obtenías al menos nueve respuestas. Uno bien podría decir “¡Hey tú!”
El médico asintió —Bueno, entonces, Min, estoy encantado de conocerte. Puedes llamarme Dr. Jongdae.
Le tendió la mano y Min la tomó, sacudiéndola lentamente mientras miraba al médico fijamente. Tenía que mirar hacia arriba e inclinar la cabeza porque el hombre era mucho más alto que él.
Todo en él era grande. Incluso sus manos eran enormes, con dedos increíblemente largos. Eran muy cálidos al tacto. Era muy musculoso, con anchos hombros, y tenía una cara muy hermosa. Su mandíbula era fuerte y llevaba un traje de tres piezas bajo su bata blanca. Era muy joven. Él no se parecía a los otros médicos que Min había conocido. La mayoría de los psiquiatras eran viejos, bajos y gordos y honestamente, con aspecto de vagos. Este hombre era elegante, con lindos ojos oscuros que no se perdían nada mientras miraba hacia abajo a Min con atención.
Min ladeó la cabeza hacia un lado, pensando en voz alta. —Usted no parece un médico.
Una elegante ceja negra se curvó. —¿No? ¿Y cómo te parece que debe verse un médico?
—No lo sé, ¿tal vez calvo? Con una barba y gafas —dijo el joven con un gesto definitivo de su cabeza rubia.
El Dr. Jongdae sonrió y Min sintió que el corazón le dejó de latir. Se frotó el pecho con sorpresa. ¿Qué fue eso?
—Toma asiento Min. ¿Puedo llamarte así?
Min asintió de nuevo y se trasladó a tomar la silla frente a la butaca de cuero grande del Dr. Jongdae. Él no eligió el sofá. Estar tirado en el sofá siempre lo hacía sentir como un idiota. Y quizás era uno, pero todavía no le gustaba sentirse como tal.
El apuesto médico cruzó las piernas casualmente y presionó sus dedos juntos. —Bueno, ¿qué te trajo a verme hoy?
— ¿Mi madre no le dijo?
El hombre elegante asintió. —Sí, sin embargo, me gustaría escucharlo de ti, en tus propias palabras.
Esos ojos oscuros eran intensos. Implacables. Min sabía que no podía mentir a este hombre.
Él se movió incómodo. —Bueno, de vez en cuando es que... escapo.
—¿Huyes?
Min agarró las rodillas con nerviosismo y asintió.
—¿A dónde escapas?
Sacudió la cabeza. —No importa; a cualquier lugar, en ninguna parte. Sólo corro, corro y corro. Corro hasta que no puedo más y colapso.
El médico de pelo oscuro lo miró fijamente. —¿Por qué no te detienes antes de colapsar?
La mirada en los ojos azules de Min pedía ayuda y comprensión.
—¡Porque no puedo! Todo el tiempo que estoy corriendo, sé que debería dejarlo, sé que debo detenerme y volver. Pero yo sólo no puedo parar.