Abrió los ojos.
Estaba de pie sobre un campo marchito, interminable.
Y frente a él, Belfegor: reducido a un feto ciego, con una boca enorme y sin ojos, flotando como un insecto.
—Donde estoy?—pregunto Evaristo
—Estas fuera del tiempo caballero, lo logramos, vencimos al avatar de Belfegor, y mira como esta el... reducido a nada.— Satanás explico la situación.
El demonio del pecado capital miro fijamente al humano, tan profundamente que el propio Satanas se sintio observado
—que quieres Pecado de la ira? Ya estoy derrotado... otra vez en esta prisión que tu mismo creaste...— por primera vez se oía a Belfegor sin fuerzas.
Por primera vez, la voz de Satanás no fue burla, ni fuego, ni locura: fue un lamento.
Sintió la curiosidad quemar la mente de Evaristo y supo que no podía callarse más.
—Hace millones de años… —empezó, cada palabra retumbando en la médula del caballero—
…yo era el Regente Supremo del Inframundo.
El equilibrio entre Cielo, Infierno y la Tierra de los Hombres.
Pero los demonios… mis hijos bastardos… querían más, maquinaron contra mí, me traicionaron, me encadenaron.
Me arrojaron a una prisión de hielo, el Noveno Círculo.
Y antes… —su voz se quebró en un silbido— …antes drenaron mi esencia.
Cada uno se llevó un fragmento de mi fuego.
Así nacieron los Pecados Capitales.
Su jerarquía es un parásito de lo que fui.
Satanás dejó que Evaristo respirara el horror de esas palabras.
Belfegor rió, una risa que contenía cierto dolor y vergüenza.
—Lo que no comprendieron —continuó Satanás, como si ignorara esa risa—
…es que yo no fui engendrado del odio, ni del miedo, ni de la podredumbre…Yo fui un ángel, Evaristo, el Portador de Luz, el custodio de la Ira Sagrada que limpia la escoria.
El campo marchito crujió bajo sus pies.
El viento trajo memorias: ciudades ardiendo, reyes empalados, cruzadas bañadas en vino podrido.
—Incluso encadenado, mi influencia sangró al mundo humano, encontre asi, una forma de frenar el avance de mis hijos.
He poseído hombres antes… grandes reyes, generales, tiranos…
El último fue un príncipe empalador. Sí, hizo horrores, pero nadie vio lo que contuvo, ni la plaga que mantuvo a raya.
Mi maldición… —rió Satanás — es que nunca seré reconocido, Evaristo.
Ni en el Cielo, ni en el Infierno, ni aquí, entre la carne de los hombres.
Siempre seré el Maligno, el Caído, el Traidor.
Belfegor soltó un escupitajo de pus.
Sus labios hinchados susurraron un insulto incomprensible.
—Para que estos parásitos no devoren a la humanidad toda de una sola vez… —siguió Satanás—
…creé prisiones dentro de este vacío.
Encierro a cada Pecado… milenio tras milenio… les arrebato su forma y los obligo a pudrirse.
Así doy a tu especie… un poco de tiempo para soñar.
Para vivir sin monstruos… al menos un parpadeo.
Los ojos de Evaristo ardieron.
Sentía el peso de un universo de traición sobre.
Y supo, de pronto, que su lucha no era solo por Lucía.
Belfegor comenzó a reír.
Una risa que era como una llaga supurando burlas.
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Editado: 24.07.2025