El Canto de la Sirena

Capítulo 2

2

Creí que preso de un insomnio delirante la había imaginado, pero no, ella estaba allí, y su rostro era hermoso, sus ojos fluorescentes, y su cola de pez era azulada, pero con colores verdes y anaranjados entremezclados, su piel brillante como la luz de las estrellas en el cielo añil, y sus largos cabellos ondulaban al ritmo copioso de las aguas del océano, eran rojizos y algunos mechones eran negros, un color intenso, extraordinario. Y ella me miró también, fue entonces que dejó de cantar, pero sólo por unos breves minutos para luego entonar una dulce y armoniosa melodía, su voz era metálica, como si fuera de un instrumento de música, entre el sonido de un violín y el de un arpa, sumamente impactante. Yo no pude sacar mis ojos de su figura, y ella continuaba cantando, sus labios eran rojos, y lo más increíble es que estaba ya tan cerca, a un metro de distancia, o poco más, hasta que pudo acercarse aún más hacia mí, quien parecía un pájaro hipnotizado cuyas alas mojadas no podían alzar vuelo, y de pronto ella estaba frente a mí, con sus cabellos rozándome los hombros. Su rostro en frente del mío, y entonces, como si no tuviera ningún temor, sonrió, y su sonrisa fue tan cautivadora y hechizante, que di unos pasos hacia atrás y ella río con rebeldía, retrocedió y cuando fui a ella, ya no estaba y la canción se había detenido. Me di vuelta y giré mi cabeza en todas direcciones, corrí de un lado al otro del extenso barco, de una esquina a la otra, pero no la encontré, y cuando me disponía a terminar con mis locas alucinaciones, y el dolor del pecho se había agravado, sentí una fugaz sensación ardiente en mi espalda. Caí al suelo, y sentí un calor muy intenso que iba desde la parte superior de mi cuello, recorriendo mi espina y hasta mis piernas, para concluir en mis pies, y allí la vi nuevamente, estaba sobre mí. Su cuerpo pegado al mío como si fuéramos dos hojas de un libro, y el dolor de mi pecho estaba por llevarme a un estado de inconsciencia cuando sentí sus manos sobre mi piel. Ella había desabotonado mi camisa, y sus dedos estaban encima de mi pecho, sus ojos me miraban emocionados, y unas lágrimas suyas cayeron sobre mis mejillas, heladas lágrimas de una criatura sobrenatural. Movió su mano sobre el área donde yo más sentía dolor, y toda su piel brillaba, suaves líneas de luces intermitentes debajo de su piel, y se iluminaban a medida que ella movía sus manos sobre mi cuerpo.***




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