El Canto de la Sirena

Capítulo 5

5

Al salir junto a las olas del océano, estaba lloviendo fuertemente y la tormenta dibujaba rayos y truenos sobre el cielo. Los marineros estaban gritando mi nombre ¡Francisco, Francisco!, y escuché a mi tío también ¡Francis, sobrino mío!, ¡¿dónde te encuentras?!, y luego lo oí claramente cuando me vio en medio de las turbulentas aguas ¡Bendito sea Dios que te ha traído hacia nosotros nuevamente!. Mi sirena se alejaba, y sus ojos lloraban, aquellas lágrimas traslúcidas. Nadé hasta que la sujeté en mis brazos, no quise dejarla ir, pero ella luchó para apartarse de mí, aún sollozando, quiso hablar pero no pudo, no hablaba mi mismo lenguaje, entonces me tomó el rostro con sus manos y nos besamos largo y despacio. Sus labios tan suaves, su piel desnuda sobre mi cuerpo aún débil y adormecido, mi corazón latía fuerte, pero ya no dolía, y sentía que todo sufrimiento me había abandonado, ella me había curado, me había salvado. Acaricié sus cabellos y nos abrazamos una última vez, después la vi hundirse lentamente a medida que me cantaba, jamás pude olvidar su canto y la manera en que la magia de su amor había tocado mi alma. Nunca creí que sería merecedor de ese honor, de conocer y estar ante un ser único y tan puro como lo era mi sirena, no conocí su nombre, ni supe si alguna vez volvería a verla.

Pasaron los días en el barco, como solitarias horas en el más insondable desierto, mi salud mejoró de tal forma que el médico de la embarcación se vio maravillado. Todos dijeron que había sido un milagro de Dios, que tenía una oportunidad en mi vida que a pocos se les ofrecía, y yo no creí que fuera digno de aquella oportunidad, era un simple muchacho sin grandes virtudes ni grandes anhelos. Terminé el secundario con muy buenas calificaciones y pude entrar en la facultad de leyes, pero pronto la dejé y me vi inscripto en la universidad de medicina de Santa Catalina de Oregón. Nada fue más acertado como elegir esa profesión, los años transcurrieron rápidamente, y sin notarlo ya era un médico especialista en cardiología que dictaba clases en la facultad y que tenía mi puesto en el hospital de la ciudad donde vivía. Mis padres no podían estar más orgullosos de mí, y había logrado conocer amigos verdaderos. Podía decir que en mi vida lo tenía todo, más mi corazón estaba incompleto, estaba solo, y añoraba a mi bella sirena, a mi ángel.***




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