El Castigo del Rey Alfa

Que el caos te acompañe

Lucian había enfrentado guerras, duelos a muerte, incluso reuniones diplomáticas con vampiros con halitosis.

Pero esto…

—¿¡POR QUÉ HAY HARINA EN EL TRONO!? —rugió, con una nube blanca envolviendo su figura digna de póster de propaganda Alfa.

—¿Por qué no? —contestó Arielle desde la escalera, cruzada de brazos, mirando la escena como quien disfruta un incendio con palomitas—. Le da un toque más… accesible.

Lucian apretó los dientes.

Kael había coronado al gato Sir Pelusa como nuevo rey. Bren estaba haciendo un “experimento de fermentación de jugo de bayas” en la sala de guerra. Y Lya había pintado lunas en todas las paredes con algo que… él rezaba no fuera lo que sospechaba.

Intentó delegar. Por supuesto.

Ordenó a la niñera real que tomara el control. Ella renunció antes del desayuno.

Ordenó al chef. Terminó encerrado en la despensa, temblando y murmurando “nunca más”.

Al mediodía, con una vena palpitándole en la sien, Lucian escribió un decreto.

Todo el personal debía encargarse de los trillizos.

Pero entonces… el Consejo apareció.

Literalmente. Se materializaron en medio del comedor.

—¡Esto es interferencia directa! —bramó Lucian—. ¡Soy el Rey!

—Y esta es una lección —dijo el Anciano Mayor, con la tranquilidad de quien ha soltado un huracán en una taza de té—. Aprendan a cuidar de su manada… empezando por estos tres.

—¡Esto es una burla! ¡No tienen autoridad para quitarme a mi personal!

—Claro que la tenemos. Está en el artículo 13, párrafo 7, inciso "Cuando el Alfa necesita ser bajado de su nube de superioridad".

Arielle no se contuvo. Se rió. En su cara.

—¡Por supuesto que te encanta esto! —espetó Lucian—. Tu idea del liderazgo es gritar y patear puertas.

—Y la tuya es mirar desde arriba mientras el mundo se prende fuego y te preguntas por qué huele a humo.

—¡Yo planeo! ¡Organizo! ¡Domino!

—Y fallas. Como esta mañana, cuando te dejaste robar el sello real por un niño de ocho años con una rana en el bolsillo.

Lucian sacó su espada.

Arielle sacó… un cucharón.

No preguntes.

La discusión se convirtió en gritos, sarcasmos y amenazas veladas.

—¡Eres insoportable!

—¡Y tú un ególatra obsesionado con su peinado perfecto!

Fue entonces cuando el suelo crujió.

Lucian y Arielle se miraron.

Luego miraron abajo.

Demasiado tarde.

CLAC.

El suelo bajo sus pies cedió y ambos cayeron en un hoyo perfectamente tallado… cubierto con hojas y decorado con cintas de colores.

En una pared del foso, pintado con tiza:

“Bienvenidos al juego del castigo. Nivel uno desbloqueado. – Kael, Bren y Lya”

Desde arriba se oyeron risas infantiles.

—Te odio —murmuró Lucian, sentado en el barro.

—El sentimiento es completamente mutuo —dijo Arielle, con una rana sobre la cabeza.

Y así terminó el primer día del castigo: con barro, trampas, humillación… y una chispa que, aunque ambos negaran, ardía bajo la superficie.

—¿Esto es lodo o caca de troll? —preguntó Arielle, mirando con repulsión su bota sumergida.

—A esta altura ya no distingo la diferencia —respondió Lucian, apoyado contra la pared fangosa del foso.

Ambos estaban cubiertos de barro hasta las rodillas, despeinados, y peligrosamente cerca de perder la poca dignidad que les quedaba.

—Muévete, necesito impulso —dijo Lucian, trepando sobre una roca resbalosa.

—¿Disculpa? Este es mi lado del foso. Vete a fracasar en tu intento por escapar al otro lado.

—Tienes menos cooperación que un gato poseído.

—Y tú menos carisma que una roca mojada.

Lucian resopló.

Arielle rodó los ojos.

Intentaron de nuevo.

Lucian trepó por el hombro de Arielle.

Resbaló.

Cayó.

Arrastró a Arielle consigo.

Ambos terminaron en el barro, de nuevo.

—¡¿Podrías dejar de ser un peso muerto, Blackthorn?!

—¡Oh, perdón por no estar acostumbrado a trampas infantiles!

—Infantiles que te vencieron en menos de veinticuatro horas. Bravo, Su Alteza el Inepto.

—¡Estoy intentando mantener la compostura!

—¡Pues tu compostura está llorando en un rincón, abrazando una toalla!

Se quedaron en silencio un segundo. Respirando fuerte. Mirándose. Muy cerca.

Demasiado cerca.

Lucian la miró como si no supiera si quería estrangularla o… otra cosa.

Arielle sostuvo la mirada, desafiante, aunque su corazón latía como si hubiera corrido en forma de loba por tres horas.

—No creas que esto cambia algo —murmuró Lucian.

—Jamás.

—Sigo odiándote.

—Con cada fibra de mi ser.

Pero algo en el aire… vibró.

Hasta que, desde arriba, una vocecita canturreó:

—¡Nivel dos desbloqueado! ¡Prueba de cooperación: escapen juntos del Pozo de los Enemigos Mortales o quédense ahí para siempre!

—¡No es para siempre! ¡La comida solo dura dos días! —añadió Bren, práctico como siempre.

Lucian y Arielle gruñeron al mismo tiempo.

—Tenemos que trabajar juntos —dijo él, como si le costara vomitar cada palabra.

—Sí, sí. Cooperar. Qué horror.

—Tú escalas, yo impulso. Sin empujarme esta vez.

—No prometo nada.

A la tercera, lograron que Arielle subiera. Luego ella —con una fuerza que el Rey Alfa no admitiría jamás— ayudó a Lucian a salir, con un gruñido de esfuerzo y una rodilla llena de barro.

Jadeando, sentados en el césped al borde del pozo, Arielle dijo:

—Cuando salgamos de esta…

—…vamos a aplastar ese “juego del castigo” —terminó Lucian.

—Y encerrar a los trillizos en una celda de peluches hasta la mayoría de edad.

—O hasta que les crezca el sentido común.

—¿Nunca, entonces?

—Exactamente.

Ambos se miraron. Y por un microsegundo, compartieron una sonrisa.

CLIC

Una nueva trampa se activó. Desde los arbustos, Kael, Bren y Lya aparecieron con cascos de cartón, mapas y un cartelito colgante:




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