El Castigo del Rey Alfa

Cada nivel es peor que el anterior

Regla del juego número tres: si no puedes con ellos… sobrevive hasta que se cansen.

Lucian estaba al borde.

Al borde de su paciencia. Al borde de la locura. Al borde del tejado, literalmente, porque Kael había escondido el mapa del castillo en lo alto de la torre más empinada y se negaba a revelarlo sin una adivinanza.

—¿Qué tiene cuatro patas, huele mal y no entiende la diplomacia?

—¡TÚ! —rugió Lucian.

Kael lo miró como si fuera el lobo más tonto del bosque.

—Era un alce. Pero bien, anotado queda tu agresividad. Nivel tres: -10 puntos.

Arielle estaba igual… o peor.

Bren había reemplazado todo el shampoo del castillo por mermelada de arándanos.

Y Lya se dedicó a rediseñar el vestuario de Arielle con brillantina mágica y frases como “Mamá Alfa Molona” bordadas en lentejuelas.

Y para colmo, el castillo olía a sopa quemada. Porque el almuerzo, según los trillizos, “tenía que ser una experiencia sensorial completa”.

—¡Lucian, controla a tus lobitos infernales! —gritó Arielle, persiguiendo a Bren con una escoba en llamas.

—¡SON TUS lobitos! ¡Tú firmaste los papeles de tutela!

—¡Obligada por el Consejo!

—¡Bienvenida al club!

La cocina terminó con una cortina a medio incendiar, un Bren empanizado en harina y un Lucian que gritaba órdenes con la misma desesperación que un lobo en un karaoke.

Entonces el Consejo apareció otra vez.

Como setas en una tormenta.

—¿Es así como ejercen la paternidad responsable? —preguntó el Anciano Mayor, con el ceño tan fruncido que parecía un acordeón.

—¿Con trampas, fuego y vocabulario ofensivo?

—¡¿Y qué quieren que hagamos?! —bramó Lucian—. ¡Son salvajes! ¡Bestias diminutas! ¡Ellos nos están castigando!

—Ese es el punto —dijo el Anciano Menor, sonriendo como si estuviera disfrutando cada segundo del caos.

Y acto seguido, se desmaterializaron.

Otra vez.

Silencio.

Lucian se dejó caer en una silla rota.

Arielle se dejó caer en el suelo, con brillantina aún en la ceja izquierda.

—Esto… esto es tortura.

—Es entrenamiento para la guerra emocional.

Se miraron.

—No estoy durmiendo —dijo ella.

—Yo tampoco. Anoche soñé que Kael me juzgaba con una peluca de juez.

—Eso fue real. Lo hizo a las tres de la mañana.

—Ah.

Ambos suspiraron.

—Vamos a morir —dijo Arielle, completamente seria.

—Y ellos heredarían el trono —dijo Lucian, horrorizado.

Silencio.

—Tenemos que unir fuerzas —dijeron al mismo tiempo.

—Un pacto —murmuró Lucian—. No por gusto. Por supervivencia.

—Por cordura.

—Y por venganza.

Se estrecharon la mano, temblorosos.

Desde la ventana, Lya los espiaba con una lupa de juguete.

—Nivel cuatro desbloqueado: Confianza y Traición. —susurró con voz dramática.

Kael anotaba en una libreta.

Bren preparaba algo que brillaba y hacía burbujas verdes.

La guerra apenas comenzaba.

Y nadie estaba a salvo.

Lucian y Arielle estaban decididos.

Se estrecharon la mano otra vez (con desconfianza), juraron no golpearse antes del desayuno y elaboraron un plan para recuperar el control del castillo… y de los trillizos.

Plan “Disciplina Alfa”:

1. Horarios estrictos.

2. Castigos coherentes.

3. Nada de “castillos inflables en el trono” o “dragones invisibles con licencia para morder”.

Todo parecía comenzar bien.

Arielle se encargó de las mañanas, Lucian de las tardes. Incluso lograron que los trillizos se sentaran a desayunar sin invocar demonios ni incendiar los cereales.

Hasta que llegó el día del “nivel cuatro”.

Todo comenzó con un silencio.

Y los silencios, en esa casa, eran peligrosos.

Lucian lo notó primero.

—¿Dónde están?

—Demasiado callados —dijo Arielle, preparándose para invocar un hechizo defensivo.

—Esto huele a ceremonia mágica.

Tenía razón.

En el jardín real, decorado con flores robadas del invernadero y sillas del salón de guerra, los trillizos esperaban… vestidos de gala.

Kael con capa.

Lya con corona de cartón.

Bren oficiando.

—¡Bienvenidos a la ceremonia sagrada de unión obligatoria entre mamá Arielle y papá Lucian! —gritó Bren—. ¡No pueden huir, está en el contrato de castigo!

Lucian se detuvo en seco.

—No. No pienso hacerlo.

Arielle ya estaba caminando hacia el altar improvisado, los ojos entrecerrados.

—Relájate, no es legal. Solo están jugando.

—Es una ceremonia de unión espiritual con cánticos y testigos. ¡Eso es legal en al menos tres clanes montañosos!

Los trillizos los tomaron de la mano, forzándolos a pararse frente a frente.

—Repitan después de mí —dijo Bren con voz solemne—: “Prometo no gritarme más de lo necesario…”

—No.

—… “ni empujar al otro al pozo en represalia.”

—Tampoco.

—… “y cuidar de nuestros lobitos hasta que la Luna se aburra de vernos discutir.”

—¡NI EN TUS SUEÑOS! —rugieron ambos.

Y en ese instante… BOOM.

Una burbuja mágica explotó sobre ellos.

Glitter, pétalos, y una ligera corriente eléctrica.

Lucian tembló.

Arielle chispeó.

Lya levantó el pulgar.

—¡Ritual completo!

Kael anotó: “Nivel cuatro: superado. Sus expresiones de horror fueron de 10/10.”

Lucian rugió.

Arielle lanzó una bota.

Los trillizos huyeron riendo como demonios en celo.

Más tarde, empapados, cubiertos de pétalos, y aún brillando levemente, Lucian y Arielle se sentaron frente al fuego.

—¿Y si los dejamos en el bosque? —preguntó Lucian.

—Y fingimos que fueron criados por mapaches continuó Arielle con aquella idea. Los trillizos les estaban sacando las canas que no tenía.

—Te odio un poco menos por pensar igual que yo.

—Eeeeeh —Arielle se quedó muda de pronto y puso cara de pez sin saber cómo responder a eso.




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