Regla no escrita del Juego del Castigo: si los adultos empiezan a cooperar, ¡confúndelos!
Día doce de convivencia forzada.
La paz duró lo mismo que una siesta con lobitos sueltos.
Después de la “boda” no oficial, Lucian y Arielle habían intentado mantener su frágil tregua. Tenían un calendario de turnos, una estrategia para frenar bromas mágicas y un frasco de caramelos de menta para las emergencias.
Pero los trillizos ya estaban tres pasos por delante.
—Nivel cinco empieza… ¡ahora! —anunció Kael desde lo alto del armario del despacho real.
—Hoy jugamos a “Intercambio de Identidades”.
Bren apareció con la capa de Lucian.
Lya con la chaqueta de Arielle.
Y Kael con ambos anillos de autoridad, uno en cada dedo.
—Yo soy el Rey Alfa Lucian —dijo Bren, levantando el mentón—, y ordeno que se me prepare un trono de gelatina.
—¡Y yo soy la orgullosa Arielle Duskbane, y voy a practicar gritos de guerra en la sala del Consejo! —le siguió Lya con su gato disfrazado de pirata en los brazos.
—Y yo soy los dos —añadió Kael para colmo—. Así que declaro día de descanso nacional con pastel obligatorio.
Lucian parpadeó.
—No puede estar pasando esto otra vez.
—¿Otra vez? —Arielle bufó—. Esto es un nuevo infierno. A cada hora inventan una dimensión diferente.
Los sirvientes, aún bajo orden de “no intervenir”, solo pasaban de largo con cara de “yo no vi nada”.
Trataron de recuperar la autoridad pero fallaron de manera estrepitosa.
—¡Bren, bájate de ese trono! —ordenó el Rey Alfa con un cero porciento de paciencia.
—¿De quién lo escucho? —cuestionó el niño— ¿Del Lucian real o de Arielle disfrazada de Lucian?
—¡¿Qué...?! ¡Yo soy yo!
—¡Sospechoso!
Y así, iniciaron el día más largo de sus vidas: el Día del Caos Identitario.
Lucian fue obligado a vestirse con la capa rosa “de castigo” que Lya inventó.
Arielle tuvo que asistir a una “asamblea escolar” organizada por Bren donde los trillizos debatían qué castigo merecían por “haberles robado la infancia con responsabilidades”.
—¡Nos deben dulces, abrazos y un dragón! —gritó Kael, con un cartel.
—¡Y menos gritos al dormir! —añadió Lya.
—¡Y baños opcionales! —concluyó Bren.
Para el final del día, Lucian caminaba con un tic nervioso.
Arielle murmuraba maldiciones en tres dialectos lobunos antiguos.
Y en medio del caos, una carta apareció en el salón.
Una nota del Consejo:
“Nivel cinco completado. Prueba de paciencia: marginalmente superada. Nivel seis en curso.”
Y debajo, escrito con caligrafía infantil:
“Nivel seis: Confesiones forzadas y emociones innecesarias.”
Lucian tragó saliva.
—No.
—Oh, sí —dijo Arielle, leyendo la nota con horror—. Nos van a obligar a… ¡hablar de sentimientos! Algo inútil que no pasaremos porque mi Rey Alfa no tiene emoción alguna. Es un lobo de hielo.
—¡Cállate!
Ambos se miraron.
Como enemigos. Como aliados. Como dos adultos siendo derrotados por tres demonios peludos y encantadores.
—Nos están destruyendo —resopló Lucian.
—Con sonrisas y brillantina —agregó Arielle.
—Y lo peor es… —Lucian suspiró, agotado—. …que estoy empezando a sentir menos odio e irritación por ellos cuando debería ser todo lo contrario.
—No te atrevas —dijo Arielle, señalándolo con un dedo tembloroso—. No sucumbas al síndrome de apego.
—Demasiado tarde. Kael me abrazó esta mañana y me dijo “Eres casi un buen papá, no te preocupes que yo te enseñaré lo que te falta”.
—¡Nooooo!
Desde el pasillo, los trillizos espiaban.
—Listo —susurró Lya, anotando—. Nivel seis desbloqueado. Operación “Unión Emocional” en marcha.