JAEHYUN DEBIÓ DE LLEGAR mientras Taeyong y Mark estaban fuera. Salió del baño cuando Taeyong estaba haciendo el desayuno con Jungwoo y se sentó con elegancia en la silla, limpio y reluciente y oliendo a madreselva.
—Querido Taeyong —le dijo—. Siempre tan ocupado. Ayer trabajaste duro a pesar de mi recomendación, ¿verdad? ¿Por qué has hecho un rompecabezas con mi mejor traje? Es una pregunta amistosa, nada más.
—Porque lo destrozaste el otro día —dijo Taeyong—. Lo estoy reconstruyendo.
—Eso lo puedo hacer yo —dijo Jaehyun—. Creí que ya te lo había demostrado. También te puedo hacer un par de botas de siete leguas para ti solo si me dices cuál es tu talla. Algo práctico en piel marrón, tal vez. Es increíble cómo uno puede dar un paso de diez millas y media y aún así aterrizar en una boñiga de vaca.
—Puede haber sido de toro —dijo Taeyong—. Supongo que también encontrarías en ellas lodo de los pantanos. Una persona de mi edad necesita hacer ejercicio.
—Entonces has estado más ocupado de lo que creía —dijo Jaehyun—. Porque resulta que ayer, cuando aparté los ojos del hermoso rostro de Jaemin por un instante, creí ver tu larga nariz asomándose por la esquina de la casa.
—La señora Young es una amiga de la familia —dijo Taeyong—. ¿Cómo iba yo a saber que tú también estarías allí?
—Tienes un instinto especial, Taeyong —continuó Jaehyun—. Contigo nada está a salvo. Si decidiera cortejar a un doncel que viviera en un iceberg en el medio del océano, antes o después, probablemente antes, levantaría la vista y te vería volando por allí en una escoba. De hecho, me llevaría una decepción si no fuera así.
—¿Vas a ir hoy al iceberg? —replicó Taeyong—. ¡Por la cara que tenía Jaemin ayer, no hay razón para volver a verlo!
—Qué mal me tratas, Taeyong —dijo Jaehyun. Sonaba dolido de verdad. Taeyong le miró de soslayo con desconfianza. Detrás de la joya roja que le brillaba en la oreja, el perfil de Jaehyun se veía triste y noble—. Habrán de pasar largos años antes de que deje a Jaemin —dijo—. Y de hecho, hoy voy a ver al Rey otra vez. ¿Satisfecho, don Metomentodo?
Taeyong no sabía si debía creerse todo aquello, aunque después de desayunar, salió hacia Kingsbury de verdad, con el taco con la mancha roja hacia abajo, tras apartar a Mark que intentaba consultarle sobre el difícil conjuro. El joven, como no tenía otra cosa que hacer, también se marchó. Dijo que podía aprovechar para ir a Choi.
Taeyong se quedó solo. Seguía sin creerse del todo lo que Jaehyun había dicho sobre Jaemin, pero en otras ocasiones se había equivocado sobre él y, al fin y al cabo, solo tenía la palabra de Mark y Jungwoo como guía de su comportamiento. Sintiéndose culpable, cogió los triángulos de tela azul y empezó a coserlos en la red plateada que era lo único que quedaba del traje. Cuando alguien llamó a la puerta, se sobresaltó, pensando que era otra vez el espantapájaros.
—Puerta de Porthaven —dijo Jungwoo, dedicándole una sonrisa color púrpura.
«Entonces no hay problema», pensó Taeyong. Se acercó cojeando hacia la puerta y la abrió con el azul hacia abajo. Fuera había un caballo de tiro. El joven de unos cincuenta años que lo conducía le preguntó si el señor Mago tendría algo para evitar que dejara de perder herraduras todo el tiempo.
—Voy a ver —dijo Taeyong inclinándose hacia el hogar—. ¿Qué hago? —murmuró.
—Polvo amarillo, en la cuarta jarra del segundo estante —susurró Jungwoo como respuesta—. Esos conjuros son más que nada cuestión de fe. Oculta tus dudas cuando se lo des.
Así que Taeyong vertió un poco de polvo amarillo en un cuadrado de papel como había visto hacer a Mark, lo cerró con elegancia y se acercó cojeando a la puerta.
—Ahí tienes, hijo —le dijo—. Esto le pegará las herraduras mejor que cien clavos. ¿Me oyes, caballo? No te hará falta visitar al herrero durante todo el año. Es un penique, gracias.
Fue un día muy ajetreado. Taeyong tuvo que dejar la costura y vender, con ayuda de Jungwoo, un conjuro para desatascar desagües, otro para llamar a las cabras, y algo para hacer buena cerveza. El único que le dio problemas fue un cliente que llamó a la puerta a golpes en Kingsbury. Taeyong la abrió con el rojo hacia abajo y se encontró con un muchacho no mucho mayor que Mark vestido con ricos ropajes, pálido y sudoroso, que se retorcía las manos en el umbral.
—Señor Hechicero, por favor —dijo—. Tengo un duelo mañana al amanecer. Déme algo para asegurarme la victoria. ¡Le pagaré lo que quiera!
Taeyong miró por encima del hombro a Jungwoo y el demonio le devolvió una mueca, para indicar que no existía un remedio ya preparado para aquel caso.
—Eso sería jugar sucio —le dijo Taeyong al joven con severidad—. Además, los duelos están muy mal.
—¡Entonces dame algo que me permita tener una oportunidad! —dijo el muchacho desesperadamente.
Taeyong le miró. Era muy menudo para su edad y estaba aterrorizado. Tenía el aspecto desesperado de los que siempre pierden a todo.
—Veré lo que puedo hacer —le dijo. Se acercó a las estanterías y leyó lo que decía en los tarros. El rojo que decía CAYENA parecía el más indicado. Taeyong puso una buena cantidad en un papel. Colocó la calavera a su lado—. Porque seguro que tú sabes más de esto que yo —le susurró. El joven estaba nervioso, observándola apoyado en el quicio de la puerta. Taeyong cogió un cuchillo e hizo lo que esperaba que parecieran pases místicos sobre el montón de pimienta—. Haz que sea una pelea justa —musitó—. Una pelea justa, ¿entendido? —dobló el papel y se acercó a la puerta—. Cuando comience el duelo, esparce este polvo en el aire y te dará las mismas oportunidades que a tu oponente. Después de eso, que ganes o pierdas dependerá de ti.
Editado: 07.06.2025