TAEYONG NO ENTENDÍA para qué iba a servir ensuciar el nombre de Jaehyun ante el Rey, ahora que la bruja lo había encontrado. Pero el mago le dijo que era más importante que nunca.
—Necesitaré toda mis energías para poder escapar de la bruja. Y si tengo al Rey encima, no seré capaz de hacerlo.
Así pues, la tarde siguiente Taeyong se puso la ropa nueva y se sentó, sintiéndose bien aunque un poco agarrotado, mientras esperaba a que Mark se arreglara y a que Jaehyun terminara en el cuarto de baño. En ese tiempo le contó a Jungwoo cómo era el extraño país donde vivía la familia de Jaehyun. Era una forma de no pensar en el Rey.
Jungwoo estaba muy interesado.
—Sabía que venía del extranjero —dijo—. Pero esto parece ser otro mundo. La bruja ha sido muy lista al mandarle la maldición desde allí. Muy lista, sí, señor. Admiro ese tipo de magia, la que usa algo que ya existe y lo convierte en una maldición. Me pareció algo curioso cuando lo estabais leyendo el otro día. El bobo de Jaehyun le contó demasiado sobre sí mismo.
Taeyong observó el rostro delgado y azul de Jungwoo. No le sorprendió descubrir que Jungwoo admiraba la maldición, ni que llamara bobo a Jaehyun. Siempre lo estaba insultando. Pero lo que no conseguía decidir era si Jungwoo odiaba a Jaehyun de verdad. Tenía siempre una expresión tan malvada que era difícil saberlo. El demonio del fuego movió sus ojos anaranjados para mirar a los de Taeyong.
—Yo también estoy asustado —dijo—. Sufriré con Jaehyun si la bruja le atrapa. Si no rompes el contrato antes de que lo haga ella, no podré ayudarte.
Antes de que Taeyong pudiera hacer más preguntas, Jaehyun salió del cuarto de baño más elegante que nunca, inundando la habitación con perfume de rosas y llamando a Mark a gritos. El muchacho bajó corriendo las escaleras con su nuevo traje de terciopelo azul. Taeyong se levantó y cogió su fiel bastón. Había que irse.
—¡Qué aspecto tan elegante y majestuoso! —le dijo Mark.
—Me deja en buen lugar —dijo Jaehyun—, excepto por ese horrible bastón viejo.
—Hay gente de lo más egocéntrica —intervino Taeyong—. Este bastón va conmigo.
Lo necesito como apoyo moral.
Jaehyun levantó la vista al techo, pero no discutió.
Salieron majestuosamente a las calles de Kingsbury. Taeyong, naturalmente, miró hacia atrás para ver cómo era el castillo desde fuera. Y vio un dintel grande y curvo sobre una puerta negra y pequeña. El resto del castillo parecía ser un trozo de pared entre dos casas de piedra labrada.
—Antes de que preguntes —dijo Jaehyun—, en realidad no es más que un establo vacío. Por aquí.
Recorrieron las calles con un aspecto tan elegante como cualquiera de los moradores de la ciudad. La verdad es que no había mucha gente. Kinsgbury estaba muy al sur y hacía un día terriblemente caluroso. El empedrado brillaba al sol. Taeyong descubrió otro inconveniente de la vejez: uno se siente muy extraño cuando hace mucho calor. Los grandiosos edificios temblaban ante sus ojos. Eso le molestaba porque quería verlo todo, pero lo único que consiguió distinguir fue una impresión borrosa de cúpulas doradas y casas altas.
—Recuerda —dijo Jaehyun—, la señora Lee te llamará señor Jeong.
La casa de la señora Lee era alta y elegante y estaba hacia el final de la calleja. A los lados de la hermosa puerta principal había dos naranjos plantados en tiestos. Les abrió un anciano mayordomo vestido de terciopelo negro, que les condujo a un recibidor fresco con suelo de mármol blanco y negro, donde Mark intentó limpiarse el sudor de la cara discretamente. Jaehyun, que siempre parecía estar fresco, trató a aquel hombre como si fueran viejos amigos y bromeó con él.
El mayordomo los dejó con un paje vestido de terciopelo rojo. Mientras los conducían ceremoniosamente por una escalera lustrosa, Taeyong comenzó a entender por qué aquello era una buena práctica antes de reunirse con el Rey. Ya se sentía como si estuviera en un palacio. Cuando el joven les hizo pasar a una salita en penumbra, le pareció que ni siquiera un palacio podría ser tan elegante. Todo era azul, dorado y blanco, pequeño y elegante. La señora Lee era lo más elegante de todo. Era alta y delgada y estaba sentada muy derecha en una silla tapizada de azul y dorado. Una mano estaba cubierta por un mitón calado de seda dorada, y la apoyaba sobre un bastón con empuñadura de oro. Vestía sedas doradas, de estilo muy formal y pasado de moda, y portaba un tocado de oro viejo que parecía una corona, atado con un gran lazo bajo el rostro demacrado y aguileño. Era la señora más elegante e imponente que Taeyong había visto en su vida.
—Ah, mi querido Yuno —dijo, ofreciéndole la mano con el mitón dorado.
Jaehyun se inclinó y la besó, como obviamente se esperaba de él. Aunque su gesto fue de lo más elegante, lo estropeó por la espalda, desde donde se veía cómo agitaba furiosamente la otra mano. Mark, un poco tarde, se dio cuenta de que debía colocarse en la puerta junto al paje. Se retiró hacia allá a toda prisa, feliz de encontrarse tan lejos de la señora Lee como le fuera posible.
—Señora Lee, permítame que le presente a mi anciano padre —intervino Jaehyun, señalando en dirección a Taeyong. Como Taeyong se sentía igual que Mark, Jaehyun tuvo que hacerle un gesto también a él.
—Encantada. Es un placer —dijo la señora Lee, y le ofreció su mitón dorado. Taeyong no estaba seguro si quería que le besara la mano también, pero no se atrevió a intentarlo. En lugar de eso, puso su mano sobre el mitón y sintió la mano bajo la suya como una zarpa vieja y fría. Después de eso, Taeyong se sintió sorprendido de que la señora Lee estuviera viva—. Perdone que no me levante, señor Jeong —dijo la señora Lee—. Mi salud no es buena. Me obligó a dejar las clases hace tres años. Les ruego que se sienten los dos.
Editado: 07.06.2025