TODOS SALIERON CORRIENDO detrás del espantapájaros, pero Taeyong corrió en dirección contraria, atravesó el armario de las escobas y llegó a la tienda, cogiendo su bastón por el camino.
—¡Es culpa mía! —murmuró—. ¡Soy un experto en hacerlo todo al revés! No debí dejar salir al señorito Park. ¡Habría bastado ser educado con él, pobrecillo! Puede que Jaehyun me haya perdonado muchas cosas, ¡pero esto no me lo va a perdonar así como así!
En la floristería sacó las botas de siete leguas del escaparate y vació en el suelo los hibiscos, las rosas y el agua. Abrió la puerta y arrastró las botas mojadas hasta el medio de la calle abarrotada de gente.
—Perdón —dijo en dirección a los zapatos y mangas anchas que avanzaban en su dirección. Levantó la vista buscando el sol, que no era fácil de encontrar en el cielo nublado—. A ver. Sudeste. Por allí. Perdón, perdón —dijo, abriendo un pequeño espacio para las botas entre la gente de fiesta. Las colocó en el suelo apuntando en la dirección adecuada, metió los pies y se puso en marcha.
Zas—zas, zas—zas, zas—zas, zas—zas, zas—zas, zas—zas, zas—zas. Fue rapidísimo, y el viaje lo dejó más mareado y sin aliento con las dos botas que cuando llevaba solo una. Ante los ojos de Taeyong pasaban las imágenes a toda velocidad: la mansión al fondo del valle, reluciente entre los árboles con el carruaje de Taeyeon a la puerta; helechos en las colinas; un riachuelo precipitándose hacia el verdor de un valle; el mismo río deslizándose por un valle mucho más ancho; el mismo valle que ya era tan amplio que parecía eterno y azul en la distancia, y un montón de torres a lo lejos que podían haber sido Kingsbury; la llanura que volvía a estrecharse en dirección a las montañas; una montaña tan empinada que se tropezó a pesar del bastón, lo que lo llevó al borde de un precipicio teñido de niebla, desde el que se veían las copas de los árboles muy al fondo, donde tuvo que dar otro paso para no caerse.
Y aterrizó sobre arena amarilla. Clavó el bastón en el suelo y miró con cuidado a su alrededor. Detrás de su hombro derecho, a varias millas de distancia, había una neblina blanca y vaporosa que casi ocultaba las montañas por las que acababa de pasar. Bajo la neblina se veía una franja verde oscura. Taeyong asintió. Aunque desde tan lejos no distinguía el castillo viajero, estaba seguro de que la bruma marcaba el lugar de las flores. Dio otro paso cuidadoso. Zas. Hacía un calor espantoso. La arena amarillenta se extendía en todas direcciones, relumbrando bajo el sol. Había rocas desperdigadas por aquí y por allá. Lo único que crecía eran unos arbustos grisáceos y tristes. Las montañas parecían nubes acercándose en el horizonte.
—Si esto es el Páramo —dijo Taeyong, chorreando sudor por todas sus arrugas—, entonces la bruja me da lástima, por tener que vivir aquí.
Dio otro paso. El viento no lo refrescó en absoluto. Las rocas y los arbustos eran iguales, pero la arena era más gris y las montañas parecían haber hundido el cielo. Taeyong escudriñó el tembloroso resplandor gris que se divisaba a lo lejos, donde le pareció ver algo más grande que una roca. Dio un paso más.
Era como estar dentro de un horno. Distinguió un montículo con una forma peculiar como a un cuarto de milla, erguido sobre una leve pendiente en un terreno rocoso. Era una forma fantástica de torres torcidas, que se elevaban hacia una torre principal ligeramente inclinada, como un viejo dedo nudoso. Taeyong se quitó las botas. Hacía demasiado calor para cargar con algo tan pesado, así que avanzó para investigar llevando solo su bastón.
Aquella cosa parecía estar hecha con la misma tierra amarilla del Páramo. Al principio Taeyong se preguntó si sería algún tipo de hormiguero extraño. Pero al acercarse se dio cuenta de que era como si estuviera formado por miles de macetas amarillas amontonadas unas sobre otras. Sonrió. A menudo el castillo viajero le había recordado al interior de una chimenea y aquel edificio era como una colección de remates de chimenea, de los que se colocan por fuera para mejorar el tiro. Tenía que ser obra de un demonio del fuego.
Mientras Taeyong subía jadeando la pendiente, no le quedó ninguna duda de que aquello era la fortaleza de la bruja. De un espacio oscuro al fondo salieron dos figuras anaranjadas que se quedaron paradas esperándolo. Reconoció a los pajes de la bruja. Acalorado y sin aliento, intentó hablar con ellos educadamente, para hacerles ver que no tenía problemas con ellos.
—Buenas tardes —dijo.
Se limitaron a mirarlo con cara de pocos amigos. Uno de ellos se inclinó y extendió la mano, señalando hacia una entrada con un arco deformado y oscuro entre las columnas torcidas de remates de chimenea. Taeyong se encogió de hombros y lo siguió al interior. El otro paje caminó detrás de él. Naturalmente, la entrada se desvaneció en cuanto la atravesaron. Taeyong volvió a encogerse de hombros. Tendría que solucionar ese problema a la salida.
Era como atravesar la puerta del castillo con el pomo apuntando hacia el negro. Hubo un momento de nada, seguido por una luz sucia. La luz venía de las llamas amarillas verdosas que ardían y flameaban por todas partes, pero estaban hechas como de sombra, porque no despedían calor y solo muy poca luz. Cuando Taeyong las miraba, las llamas no estaban nunca donde él fijaba la vista, sino siempre a un lado. Un efecto mágico típico. Taeyong se encogió de hombros otra vez y siguió al paje entre delgados pilares formados por los mismos remates de chimeneas que el resto del edificio.
Por fin los pajes lo llevaron a una especie de madriguera central. O tal vez no fuera más que un espacio entre los pilares. Taeyong estaba confundido. La fortaleza parecía enorme, aunque sospechaba que era un engaño, como ocurría con el castillo. La bruja lo estaba esperando. No supo cómo la había reconocido, salvo que no podía ser nadie más. La bruja era enormemente alta y delgada y ahora tenía el pelo rubio, recogido en una coleta como una cuerda que le colgaba sobre un hombro huesudo. Llevaba un vestido blanco. Cuando Taeyong avanzó directamente hacia ella levantando el bastón, la bruja retrocedió.
Editado: 07.06.2025