El cazador es mi destino

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Mi estómago ruge como si tuviera relámpagos en las entrañas. Puedo sentir la necesidad en mis hermanos y en los cachorros más pequeños también. Lloran porque tienen hambre y el temporal próximo de otoño trae consigo menos presas. Eso hace que haya más competencia y más ferocidad en combate. Por alguna razón, soy la más fuerte de todos y ahora me toca el turno a mí de salir a buscar comida para ellos.

Garra Feroz, un lobo orgulloso de pelaje oscuro y con fuertes tintes marrones, pisotea el suelo con su pata derecha con insistencia. Ha resultado herido en combate hace unos días. Él no me ha comunicado con qué tipo de bestia se ha encontrado en el camino. Me acerco a él, me agacho y acaricio con mi mano su cabeza infundiéndole tranquilidad. Me dice que debo tener cuidado allá afuera. Luego se une a nosotros Colmillo Suave, una lobo hembra de completo pelaje blanco y bastante cálida, quien lame mi mano y me implora que no importan las presas, que tan solo regrese a casa a salvo con ellos.

Les asiento con la cabeza a todos y, en ese momento, mis huesos y articulaciones crujen y cambio a mi forma lobo. Es curioso que ahora mi cuerpo obedezca considerando lo inestable que ha estado últimamente. Mi cuerpo se fortalece en esta forma de cuatro patas y mis sentidos se agudizan considerablemente.

Giro sobre mí misma en dirección a la salida de la caverna. Antes de irme, puedo escuchar a Colmillo Suave desde atrás diciendo: Mucha suerte, Atena. Regresa pronto con nosotros.

Entonces emprendo la marcha y corro por el oscuro pasadizo abandonando el calor de la fogata. Una vez que atravieso el largo camino, veo el agujero hacia el exterior y allí la luz. Me detengo por un momento contemplando las hojas del otoño: amarillas, ocres, naranjas, y otros tonos de similares colores; todas caen de los árboles y la suave pero fría brisa acaricia las ramas despojándolos de ellas. Hoy el sol no ha salido, una suave bruma flota sobre el bosque en forma de nubes. Muevo mi hocico y olfateo en el aire. Los olores más próximos son los de aves y liebres. Supongo que tendré que conformarme con el menú de siempre al igual que el resto de mi manada.

Comienzo a correr por el bosque a la vez que pienso que me preocuparía sobremanera perder mi forma lobuna en el momento más inoportuno. Por alguna extraña razón he estado alternando entre mis dos formas sin control últimamente. Todo se lo atribuyo al eclipse lunar que se acerca. Puedo sentirlo cada vez que veo la noche y las estrellas. Está cerca. Aunque ya he perdido todas las esperanzas para mí y mi manada.

Hace más de un siglo y medio que los eclipses lunares se suceden una y otra vez y observo que nada ocurre. Durante todo ese tiempo he buscado sin parar en medio de noches de frío extremo y complicadas tormentas. Ningún rival en mi camino ha sido digno y todos han caído en una fiera batalla en contra mío. Quizá ya es demasiado tarde para romper esta maldición.

De pronto, el olor está muy próximo. Veo una liebre saltando. Me acerco sigilosamente y, vaya suerte la mía, veo a otras más dispersas y distraídas a su lado. El momento comienza...

Corro a toda velocidad hacia ellas. Mis patas se flexionan y estiran y alcanzo gran destreza en los giros. Ellas huyen. Salto sobre un tronco caído y me abalanzo sobre el cuello de una. Rasgo su carne y le quito su vida. Algo similar ocurre con otras dos presas que quedaron a unos metros cerca huyendo. El resto ha escapado.

Pongo los cadáveres sobre mi amplio lomo negro y camino desesperada en busca de agua. Tengo algo de sed y reconozco que el arroyo está cerca.

Mis patas se mueven con agilidad y elegancia, aunque siento el olor a liebre alrededor de mi cuerpo. Otra vez debo alimentarme de lo mismo y la verdad es que ya estoy cansada. Ojalá hubiera peces en el arroyo.

Las piedritas se abren paso bajo mis patas y agacho mi hocico para beber del agua cristalina. Luego un salmón salta entre la corriente. Qué bien. ¡Alimento fresco y diferente! Dejo las liebres entre unas rocas y me adelanto al centro del caudal del arroyo. Sé que puede costarme la vida, pero deseo comer otra cosa. Pongo mis patas delanteras sobre unas rocas resbaladizas y espero paciente. Luego otro salmón viene contra la corriente y lo atrapo. Genial, nada como una buena captura.

Mastico la carne y el sabor fresco y metálico se esparce en mi boca. Era justo lo que necesitaba para reponerme. Bebo un poco más de agua del centro y me sacudo cuando salgo de las proximidades del arroyo.

Busco las liebres y cuando las coloco sobre mi lomo, veo humo espeso y negro saliendo desde un campamento humano. No debo acercarme más río abajo. Supone peligro.

Luego unos disparos cortan el apacible silencio del bosque y el canto de la naturaleza. Uno, dos, tres... No puedo oír más. El miedo me paraliza a la vez que veo aves huyendo desde donde estaban asentadas en las copas de los árboles. Es la señal inequívoca de que también debo huir.

Corro con cuidado de no voltear mis provisiones y regreso a la caverna.

Hogar, dulce hogar. Una vez que veo la entrada, la tranquilidad me invade. Entro y el pequeño glotón de Pata Blanca sale a mi encuentro como siempre. Luego se unen los demás. Camino orgullosa con mis capturas e ingreso al interior con el resto de ellos siguiéndome por detrás.




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