El cazador es mi destino

3

Mi espalda es lo primero que se resiente al día siguiente. Es como si un toro me la hubiera apisonado con sus cuatro patas o como si la hubiera impactado a base de cornadas por todas partes. Me acomodo de tal manera que quedo sentado sobre el delgado colchón que funciona de cama y estiro mis brazos lo máximo que me es posible. Bostezo largo y profundo, me calzo mis botas junto con el abrigo y salgo a ver qué sucede en el exterior.

Aún es la noche ya que el manto oscuro todavía cubre el cielo. No obstante, quedan pocas estrellas visibles a lo largo del firmamento, por lo tanto, supongo que debe faltar poco tiempo para el amanecer. Las carpas permanecen a oscuras, así que estos incompetentes aún deben de dormir. La fogata sobre la que contaron historias bizarras hasta elevadas horas de la noche luce apagada.

Busco mi cantimplora con agua en los bolsillos y bebo un poco. Justo en ese momento, mientras el agua desciende por mi garganta quemando con su frío fluido, mi vista recorre el lugar y se detiene en un punto en particular. Esa cosa...

Cierro el recipiente y lo escondo de nuevo en mi abrigo. Tomo la determinación de desplazarme a paso lento con mis zapatos enterrándose en la densa capa de nieve y subo hasta ese lugar. Las piernas parecen pesar toneladas y cada avance es dificultoso, pero logro elevarme hasta el punto en cuestión. Estoy parado exactamente en la ubicación misma desde donde estaba ese fenómeno. ¿Qué demonios era eso? Ni siquiera hay huellas o rastros de esa cosa gigante por aquí. Muevo mi pie derecho de lado a lado y dejo mis huellas sobre la capa del suelo sin ninguna dificultad.

—¡Eh, Jake! —me grita el jefe desde abajo—. Ya están todos levantados. Ven a desayunar. Necesitas estar fuerte si vas a ir tú solo.

—De acuerdo. Espero que tengas mucho tocino y mantequilla —le respondo también en gritos.

Escucho su risa fuerte y estridente a la vez que se voltea para alejarse. En segundos, el campamento comienza a cobrar vida y todo el mundo se pone en marcha: los cuerpos se mueven de aquí y para allá, las cacerolas de las más variadas formas comienzan a ser rellenadas con agua y el humo negro comienza a ondear de la fogata. Desciendo de la pequeña elevación dispuesto a desayunar y a preparar mi rifle con las demás herramientas.

Tiempo después, me encuentro completamente saciado, y con la maleta en la mano, la arrojo al asiento del copiloto del jeep. Me trepo y entro en la cabina. El jefe se aproxima a mi lado.

—Suerte, Jake. Si necesitas ayuda, ten esto —recibo un intercomunicador—. No dudes en llamar si precisas ayuda.

—Gracias, viejo. Te preocupas mucho por mí —reconozco—. Regresaré en una sola pieza, ya lo verás.

—No lo dudo. Pero por si acaso...

Asiento, le muestro mi pulgar arriba y enciendo el motor. Luego me marcho por el camino.

*****

Un leve sol matinal hace acto de aparición, pero no es ni siquiera lo suficientemente intenso como para comenzar a derretir la gruesa nieve del camino. Conduzco a baja velocidad por si alguna roca camuflada de blanco obliga a mi vehículo a detenerse. Los árboles a los costados son solo largos mástiles oscuros, desprovistos de hojas y ramas.

El camino continúa en ascenso hasta mi objetivo ubicado en el punto alto de la montaña. Un giro largo y profundo hace que me aproxime mucho más, hasta que logro divisar las chozas por el cristal. Son pequeñas carpas improvisadas de materiales básicos y endebles. Cualquiera que viviera en una de estas pequeñas construcciones, seguro que sufriría las inclemencias del tiempo y el acentuado frío.

Freno al estar en el centro de ese conjunto de chozas y la situación con la que me encuentro no es para nada entusiasta. La mayoría de ellas están casi destruidas en el acceso a sus entradas. ¿Qué clase de bestia pudo haber hecho algo como esto? ¿Habrá sobrevivido alguien?

Saco mi maleta y la llevo cargada sobre el hombro mientras no dejo de comprobar las chozas. No solo las puertas están destruidas, sino también algunas ventanas. Sin embargo, ninguna se compara con los daños de infraestructura que recibió la que se encuentra alojada en el centro del campamento. Parece ser la residencia más grande y mejor ornamentada de la zona. Observo hacia mis pies y una serie de huellas de garras parecen haber taladrado el suelo. Estoy seguro de que pertenecen a un animal bastante fuerte y grande, en amplias proporciones. La dirección de las pisadas lleva directo hacia la gran choza.

Sigo las huellas y entro en la residencia desvencijada. El techo de baja calidad está entreabierto por severos daños. Es como si algo hubiera aterrizado directo y lo hubiera derrumbado por fuera. En la ventana, hay algo que parece haberse abierto paso a través de ella. ¿Por dónde entró o salió esta bestia? Las cortinas están rasgadas y solo quedan de ellas pequeños retazos de tela, como si hubieran sido rasgadas con una furia incontenible. Sigo observando los alrededores a la vez que ingreso a un dormitorio, donde la presencia de unos rastros de sangre me lleva de manera irremediable. Al entrar en la habitación, una cama permanece revuelta de tal manera que el mueble está apoyado sobre la pared y percudido de manchas pardo-rojizas, lo que me hace preguntar nuevamente qué rayos ha pasado aquí. Algo no pinta nada bien. Las personas aquí están ausentes y han desaparecido por completo, y dudo que una bestia sea la involucrada. Aprieto los puños y regreso con mi supuesto jefecito...

La peligrosa bajada no supone ningún obstáculo para mí y mi adorado vehículo. Entre sinuosos giros y aterrizajes, me las apaño y estoy en el campamento de abajo en un santiamén. Estaciono el jeep y busco al jefe. Cuando le localizo a través del ventanal expuesto de una carpa, trueno mis dedos con fuerza, porque juro que va a escucharme. Mis pasos furiosos resuenan como un vendaval que azota lo que sea que se interponga y me llevan hasta él.

—¿Qué paso con todas esas personas? —exijo saber mientras lo levanto del suelo tomándolo del cuello de su abrigo—. ¿Qué me estás ocultando?




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