El cazador es mi destino

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La vibración de la camioneta se expande a lo largo de cada vértebra que compone mi columna. Un espeso vaho caliente surge de mi boca cada vez que la abro para bostezar en lo que va del camino. Mi jeep está resguardado a buen cuidado en las manos del jefe, pero, por su absurdo capricho, debo ir en este vehículo junto a los otros para investigar qué ha ocurrido en la ubicación cercana al campamento aborigen.

El viento frío acaricia mis orejas y de paso congela mis fosas nasales. No existía otra ubicación para mí que no fuera ir en la caja descubierta de la pickup junto con el cargamento; los demás van adentro con el resto de comodidades que eso implica.

No me agradan las cualidades de estos chicos. Son solo novatos, ya que apenas he visto que pueden sostener un rifle y ni siquiera saben acomodarlo con eficiencia. Definitivamente, no voy a dejar que se acerquen a mi bebé: la Sentinel. Es un arma muy potente que, al instante de disparar, podría herirlos.

El sol de la mañana prácticamente ha desaparecido y es casi la tarde. En pocas horas, el anochecer se hará presente y un grupo de hombres se inmiscuirá en el bosque. Solo espero que esa descomunal bestia reciba su merecido por los daños causados, y además, espero ser yo quien lo haga.

Abrazo mi arma mientras inspecciono la zona con la mirada. El vehículo continúa subiendo por el camino en un movimiento inestable, pero a la vez, tolerable. Me pregunto cuánto faltará para llegar a la ubicación donde nos dispersaremos. El jefe ha establecido un lugar desde el cual nos separaremos en grupos para encontrar a esa cosa. ¿Quién hubiera imaginado que se tratara de un mestizo descendiente de los indios?

Una de las camionetas frena de golpe y de ella desciende un sujeto que arroja una bengala que empieza a emitir una espesa humareda roja. La pickup en la que voy se acerca a tal punto y todos sus ocupantes bajan. Acomodo el rifle en mi maleta y salto de la caja.

—Bien, iremos de a dos. ¡Todos en marcha! —indica el que se autoproclama el “nuevo jefe”. El grupo comienza instantáneamente a formarse, pero yo ni me inmuto. Cruzado de brazos, le dirijo una mirada severa—. ¿Has escuchado, Jake Wilson? ¡Nada de problemas! Busca a tu compañero. ¡Ahora mismo!

Aprieto los puños y me esfuerzo en no lanzar maldiciones contra ese sujeto. Relajo los brazos a los costados y recorro con la mirada al grupo de hombres ya reagrupados. Solo queda uno de ellos y parece poco competente, además de la única opción que me queda. Llego a su lado y le dirijo un asentimiento de cabeza.

—¡A investigar la zona! —grita el nuevo cabecilla del grupo con una señal de los dedos.

Las líneas de equipo comienzan a dispersarse con armas en mano tomando distintos caminos: algunas se introducen en el bosque sombrío, entre los árboles; y otras, van por el despejado camino lleno de nieve. En cuanto a mí, el compañero que se suponía que debía seguirme ni siquiera me espera y se aleja de mi lado.

Fulmino con mi mirada su espalda y resoplo inaudible en el aire. Le veo marchar como si realmente no perteneciéramos al mismo bando. En realidad, agradezco su proceder, ya que prefiero ir solo que mal acompañado. Armo mi rifle y lo cargo a la expectativa de cualquier sonido que me indique peligro. Mi orientación se aproxima a una elevación revestida por un sendero de árboles. Una vez que llego a un punto bastante elevado, puedo observar al resto de los demás recorriendo el lugar. Quizás esta ubicación me permita ser espectador de a quien ataca primero la bestia, pienso con una enorme sonrisa de satisfacción en el rostro.

Continúo andando sobre ese pequeño cerro y, de repente, una rama cruje muy fuerte. El ruido es bastante real y se repite, tanto que emite ecos cada vez más estrepitosos. Empiezo a imaginarme que lo habrán oído todos allá abajo. Miro hacia la dirección donde se sitúan mis compañeros y, en un mal movimiento, caigo sin poder evitarlo. Giro sobre mí mismo sin parar y desciendo lastimándome con todo lo que encuentro a mi paso: ramas, troncos, raíces, piedras, y quién sabe cuántos más obstáculos. Mi pulso late acelerado de forma incontrolable a la vez que trato de alcanzar cualquier rama para lograr sostenerme, pero, no lo consigo, hasta que ruedo una última vez y por fin me detengo de esta agónica caída.

Quedo sentado sobre mi grueso trasero. Suspiro sonoramente y apoyo mis manos contra la nieve, en verdad no me importa cuán fría esté. Respiro tratando de calmarme, no puedo creer que todavía permanezca vivo. ¡Casi sano y salvo! Me inspecciono las extremidades, repaso con las manos tanto los brazos como las piernas buscando algo roto. Luego giro la cabeza hasta el sitio por el que caí. ¡Menudo precipicio! Es un milagro que me encuentre impecable. Mi sonrisa se amplía aún más cuando veo mi rifle a tan solo unos pocos metros de mi posición.

No obstante, unos ruidos vuelven a ponerme en estado de alerta. Agudizo el oído y puedo detectar que son los mismos que me distrajeron y ocasionaron mi caída. Alcanzo mi arma estirándome entre la nieve y permanezco atento. Los ruidos continúan...

Miro hacia todas partes mientras sonidos de ramas acompañados de gruñidos salvajes siguen incrementándose. Logro incorporarme con éxito y comienzo a buscar a los protagonistas de esos chirridos que entorpecen el silencio del bosque. El sitio está poblado de troncos aun más gruesos y secos, así que continúo adentrándome hasta que un curso de agua interfiere en mi camino. Los árboles finalizan justo allí donde comienza el arroyo.

Los ruidos se intensifican de manera inmediata y me quedo de piedra al observar la intensa batalla ahí delante. Un par de bestias se enfrascan en una aguerrida pelea: ni más ni menos que un oso contra un lobo. El oso es de una contextura física robusta y posee zarpas como cuchillas, además de que ruge cada vez que intenta embestir al lobo. Este, por su parte, es un lobo de características bastante peculiares... Jamás había visto uno tan negro y de dimensiones tan grandes como para hacerle frente a un oso. Sus ojos son un par de orbes casi totalmente blancas como la misma nieve que nos rodea.




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