El cazador es mi destino

8

Después de una buena ducha caliente y de un generoso desayuno, mi cuerpo ha vuelto a la vida. La comodidad y la sencillez de mi hogar me envuelven por completo. El ambiente no se siente tan solitario en compañía de la radio y de esa vieja canción rockera de los '80 que tanto me fascina...

Without a girl on my side, i knew it i'm completely ruined it.

She's the one, she'll always be there for me.

Menos mal que no está Buck aquí ahora mismo, sino se burlaría de mí y retomaría sus insistencias con lo de conseguirme una mujer. ¡Qué maravilla de solo de guitarra! Esa parte del estribillo que tanto me gusta le sigue nuevamente a continuación...

Without a girl on my side, i knew it i'm completely ruined it.

She's the one, she'll always be there for meeeee.

Solo me hace falta conseguir a "la chica" para vivir mi propio sueño de la melodía, pero no la he encontrado por ninguna parte en todos estos años. Bebo el último sorbo de café justo cuando la canción finaliza. Los anuncios comerciales de la radio me distraen un poco de lo que tengo en mente: la dichosa paga por aquel trabajo.

Pulso el botón del viejo cacharro parlante y lo apago. Luego sigo derecho hacia mi dormitorio y me visto. Mientras me calzo las botas, no dejo de pensar en ese encargo que fracasé. Se suponía que tenía que matar a la bestia, cualquiera de las dos. Pero la dejé vivir. Sin embargo, la paga es bastante generosa y me serviría para subsistir por un largo tiempo. No obstante, tengo mi orgullo, no me gusta ser recompensado por un trabajo deficiente. ¿Qué debería hacer? ¿Con quién debería hablar?

Regreso a la cocina y observo los dulces de Felicity dentro de una canasta. Tomo uno, lo saboreo y pienso en la única persona que con honestidad puede ayudarme. El viejo Buck me parece una buena opción. Sus sabios consejos podrían orientarme.

Busco el teléfono por algún rincón de la sala. Extiendo su antena y marco los números de mi amigo. Buck tarda un poco en contestar, hasta que por fin atiende.

—¿Sí, diga?

—Soy yo, Jake. Quiero que quedemos en alguna parte para hablar de algo... importante. Necesito tus consejos.

—Qué maravilla, Jake. Sabía que vendrías en algún momento por mí a por algunos consejos sobre mujeres —ruedo los ojos—. Dime, ¿quién es la indicada?

—Ninguna, viejo baboso —digo conteniendo la risa—. Es sobre trabajo. ¿Adónde quieres que nos reunamos?

—La posada de Felicity Parker me parece bien —dice con retintín.

—Ni hablar, viejo. Son las diez de la mañana y ya pretendes ingerir carne asada... Tus arterias se taparán y algún día amanecerás muerto.

Escucho su risa jocosa a través del teléfono.

—No eres nadie para decirme qué hacer, mocoso. Tengo una idea mejor. Espérame en la cafetería Blues&Creams. Se me antojaron unas buenas donas.

Bufo ante su iniciativa.

—Eres un caso perdido —digo meneando la cabeza—. Bueno, allí estaré.

Corto la llamada y me alisto para salir. Por último, alcanzo mi sombrero de cuero marrón y me lo calzo sobre la cabeza.

Abro la puerta. En el exterior, la temperatura está bastante cálida, el día no se halla tan frío como de costumbre. Bajo las escalinatas con llaves en mano y me estiro desde afuera para encender el motor. Sin embargo, algo extraño llama mi atención en ese preciso instante. Mis cejas se arquean al momento en que trato de reconocer lo que son... ¿Qué es esa clase de trapos al lado de mi ventana?

Qué raro... Dejo de lado mi carro y me acerco para ver ese conjunto de ropa detenidamente. Me paro justo enfrente con la mirada fija.

—Bueno, hay muchos vagabundos sin hogar en este pueblo... —digo en voz alta sin creérmelo demasiado.

Deslizo mi pie entre la ropa. Luce demasiado pequeña, como si fuera apenas un ovillo de tela. Me agacho y la tomo con cuidado entre la punta de dos de mis dedos. Es la seda blanca y suave de una camisa... ¿Del tamaño de una dama? Sostengo la prenda y luego la extiendo en el aire. Sí, definitivamente se trata de la prenda de alguna mujer.

—Hmmm... ¿Qué debería hacer? —me pregunto, pero al momento me encojo de hombros y la abandono donde estaba—. Creo que debería dejarla allí. Tengo cosas importantes que hacer.

Me monto en mi jeep que ya está encendido y gastando gasolina como si fuera un cohete y me marcho al pueblo.

El trayecto en la ruta luce normal y bastante más calmado que de costumbre. Apenas me he cruzado con uno o dos camiones de carga, sin contar con algunos motociclistas a bordo de sus Harley. Doblo en la entrada de camino a Blues&Creams y me detengo sobre un semáforo en rojo. Vaya, la gente sí que se despertó tarde hoy...

Poco a poco, el habitual movimiento en las calles se hace notar y el tránsito de los vehículos comienza a aumentar. De pronto, una maldita paloma derrama su basura sobre el cristal de mi jeep. Miro en ese instante hacia el cielo y el animal vuela tan tranquilo y natural como si nada. ¡Rayos!

Entonces miro por el retrovisor y veo una pequeña fila de autos detrás, una niña estrena su pequeña bicicleta color rosa pastel sobre la vereda y un perro negro cruza la otra calle. Los vellos de mi nuca se erizan cuando reconozco el pelaje y el parecido de ese animal con...

Como si ese animal adivinara mis pensamientos, se detiene y gira su cabeza en mi dirección. Por un momento, sus ojos negros se vuelven brillantes y emiten destellos blancos.

—¡Muévete, imbécil! —grita alguien.

El ruido estridente de bocinas me devuelve a la realidad. El semáforo está en verde. Me fijo de un vistazo nuevamente en ese animal, pero el perro ya no está por ninguna parte. Podría jurar que fue bastante real...

Arranco nuevamente el motor y sigo mi camino.




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