El cazador es mi destino

10

Una revista sobre temas de pesca y anzuelos cubre mis ojos. Desde hace unos minutos trato de dormir una siesta sobre el sofá, pero esos malditos rasguños sobre la puerta me despiertan. Estoy seguro de que se trata de esos mapaches come basura. Hay varios de ellos por aquí, en la zona, y les encanta alimentarse de desperdicios crudos y pestilentes.

Ah... por fin. Se alejaron. Cierro mis ojos, aunque luego de unos segundos el sueño ya no regresa. En fin, tendré que levantarme. Me enderezo y calzo mis botas. Por curiosidad, me acerco a espiar por la mirilla de la puerta. No hay vestigios ni señales de ellos, incluso el cesto de residuos afuera luce impecable. Me doy la vuelta. Necesito beber algo caliente que pase por mi garganta. Un té liviano me parece una buena opción.

Me distancio apenas unos pasos cuando alguien golpea mi puerta. Apenas me volteo. ¿Visitas? ¿Buck? Pero si nos despedimos hace una hora y media. Un par de golpes resuenan nuevamente. Me giro y abro con lentitud la puerta. Contemplo a la figura delante mío de arriba abajo y casi boquiabierto.

Una mujer de largo cabello blanco y ojos color cielo me devuelve la mirada a la vez que introduce con movimientos lentos su camisa dentro del pantalón. Trago saliva al contemplar su escote, al que le faltan abrochar dos botones. Su piel es bastante pálida y su cuerpo es muy sexy. Parece que un ángel ha descendido hoy en mi casa... o tal vez no.

Acomodo mi voz antes de hablar.

—Escucha, eres bastante hermosa y todo eso, no quiero sonar descortés, pero es mejor que te vayas. No suelo pagar por aventuras de tipo... ya sabes —le advierto con mi cabeza en ebullición. La vergüenza me carcome y ella no deja de mirarme fijamente.

Sus ojos azules no se despegan de mi rostro y luego entreabre la boca como si intentara pronunciar algo...

—Me... —abre la boca y luego la cierra—, me llamo Atena —consigue balbucear.

Atena. Vaya nombre. Ellas siempre consiguen que suenen bastante exóticos.

—Bien, Atena. Tus servicios no son requeridos aquí. Así que adiós... —digo cerrando la puerta frente a su rostro.

Luego, me recargo con los ojos cerrados sobre la puerta. Mentiroso, me culpo sonriendo. Ella era hermosa, casi perfecta...

Una caricia suave recorre la barba en mi mentón. Abro los ojos al instante. ¡Ella está aquí! ¡Nuevamente frente a mí!

—¿Cómo has entrado? —le pregunto separándome.

Mi voz denota nerviosismo. Está claro que ella no podría hacerme daño, pero me intriga sobremanera la forma por la cual ha ingresado de nuevo.

—Había una ventana semiabierta —se encoje de hombros señalando el pasillo.

Voy hacia allí donde una cortina se ondea por acción del suave viento que proviene del exterior. La cierro en un instante. A continuación, sostengo a Atena con delicadeza por su antebrazo. Ignoro la sensación eléctrica que me recorre y la acompaño hasta la salida.

—Adiós —digo al soltarla y cerrar bruscamente la puerta.

Observo por la mirilla y ella permanece ahí abrazándose a sí misma. Me siento un poco culpable. El día está gris, frío y bastante nublado. Quién sabe si en cualquier momento no se larga a llover. Me doy la vuelta y meneo la cabeza. Ella se las arreglará.

Intento moverme cuando percibo unos pasos arriba. Me quedo de piedra al verla descender por las escaleras.

—¿Cómo...? —las palabras se atoran en mi boca.

—Otra ventana —indica sonriendo triunfante y feliz.

La acompaño nuevamente a la salida y cierro la puerta en su cara. A continuación, subo a toda prisa y aseguro la ventana del ático. Entonces por fin respiro tranquilo. Sé que ya no va a volver a fastidiarme. Momentos después, regreso a la sala y me extiendo sobre el sofá para continuar con la lectura de la página 29 de la revista.

Pronto doblo la siguiente página y una serie de ruidos sobre el techo llaman mi atención. Miro hacia arriba. Esa mujer... esa chiquilla...

Un estruendo suena y luego llena de un polvo espeso que se esparce rápidamente por toda la amplia sala. ¡La chimenea! Me acerco al tiempo que estornudo. ¡Atena! Le extiendo una mano mientras la ayudo a salir de allí.

Compruebo que esté sana e intacta. Luce bien, aunque cubierta de cenizas. Le extraigo con mis dedos una pluma y un palito atorado en su cabello.

—Necesito... necesito que me escuches —pide mirándome con súplica a los ojos.

Lo cierto es que, no puedo evitar su mirada color océano, y accedo finalmente asintiendo.




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