El cazador es mi destino

11

Desde que Atena ha tomado asiento en mi sofá, no he dejado de escuchar su sorprendente pero disparatada historia. Ella habla de esto como si fuera totalmente real y no luciera como una loca a la que le falta más de un tornillo. Su charla me produce algunos bostezos, aunque no quiero interrumpirla ya que me agrada su voz y cómo gesticula con sus manos. También me gusta enormemente su escote y su piel cremosa oculta en... Pero, ¿en qué diablos estoy pensando?

—Detente —le pido entonces, pero ella no hace caso. Sigue hablando como si tratara de explicarme la teoría de la relatividad así que me acerco y tomo sus manos entre las mías. La obligo a mirarme—. Ya basta. Escucha, Atena. No soy bueno para las bromas, ni siquiera te conozco y estoy seguro de que hoy no es el día de los inocentes.

Sus ojos azules me escrudiñan en silencio y sé que la he herido, pero no puedo aguantar más su cháchara sin sentido.

—¿Has escuchado al menos algo de lo que he dicho? —logra pronunciar.

—Sí, te escuché. Pero dudo de que tengas 235 años vagando sobre la faz de este mundo, de que un tipo loco y brujo te haya maldecido por el resto de tu vida y de que luzcas como una auténtica bestia —digo soltando sus manos.

—¡Pero yo soy la bestia! Soy el lobo que te perdonó la vida y necesito de tu ayuda.

Su mirada es frágil y cargada de esperanza al pronunciar esas palabras. Suspiro y acuno su rostro entre mis manos.

—Cariño, yo nunca te confundiría con un monstruo así... No sé quién te haya metido esas ideas en la cabeza.

Sus labios tiemblan y desvía la mirada hacia un costado. ¡Genial, Jake! La has herido y la has tratado como a una perfecta desquiciada. ¿Qué sigue ahora? ¿Llamar al manicomio? Entonces pongo mis manos sobre sus hombros. No sé por qué me resulta tan reconfortante tocarla.

—Última oportunidad —repito de manera comprensiva mientras ella vuelve su mirada hacia mí—. ¿Hay alguna manera... de que puedas demostrarlo?

Sus ojos adquieren un brillo reluciente y una sonrisa adorna sus labios.

—No en este momento. Aún no puedo controlarlo muy bien, pero... si me dieras algo de tiempo.

Estallo en una carcajada. Esta chiquilla es muy ocurrente. Y yo que por un momento creía que me confesaría que su objetivo era burlarse de mí. No parece una ladrona, pero sí una vil mentirosa.

—Escucha, niña. Ve a contarle tus absurdas historias a otro tonto capaz de creerlas —me burlo levantándola del sofá. Con mi mano en su espalda, voy conduciéndola hasta la puerta.

—¡No, espera! Ni siquiera sé tu nombre —dice resistiéndose.

—Jake. Jake Wilson. Y no soy ningún objeto de tus mentiras.

Sus pequeñas manos se arrugan en mi camisa durante el trayecto. Una vez en la puerta, ella me concede por una última vez el suave eco y la melodía de su voz.

—¿Dejarás a una chica frágil, sola y desamparada a la intemperie en las afueras de tu casa? —sus ojos cargados de expresividad me escrutan como si no pudiera creerlo.

—No me conoces, no soy un caballero y has llegado en un muy mal momento —sentencio invitándola a salir por la puerta. Ella hace caso, se da la vuelta y me mira—. Tengo que abastecerme y no puedo perder más el tiempo. Adiós —digo sin más y cierro la puerta.

Silencio. Eso es lo único que se proyecta desde el otro lado de la puerta. Me siento un poco mortificado por mi actuar, pero no me atrevo a espiar por la mirilla. Sé que, si la veo de nuevo, en tales condiciones, tal vez le ofrezca asilo en mi casa. Ella no está bien, nada bien.

Me doy la vuelta y me recargo en la puerta. Vaya día, pienso suspirando. Luego masajeo mis sienes con la punta de los dedos. ¿Qué clase de historia descabellada fue esa? Esa chica está definitivamente mal de la cabeza como para soltar todas esas ideas absurdas en cuestión de segundos, lo cual es bastante lamentable. Ella es una belleza en todo el sentido de la palabra, aunque su cabello blanco desentone con el resto de su apariencia.

Falta poco tiempo para el anochecer y debo llenar la heladera de víveres y suministrarme de algunas provisiones de la tienda de armas. Reviso mi bolsillo y ahí está la billetera. Cuento los billetes uno por uno y tomo mis llaves. Tan solo espero que esa muchachita ya no este por aquí.

Abro la puerta luego de unos largos minutos y veo que no hay señales de ella por ninguna parte. Está mejor así. Rodeo la cabaña y luce como si ella nunca hubiera estado aquí. Subo a mi jeep y conduzco para salir de casa.

El día está nublado y la visibilidad es muy escasa. Pareciera que un denso vapor cubre las calles de tierra y se refugia aún más entre los árboles. Apenas estoy saliendo del tramo sinuoso para adentrarme en la carretera de asfalto, cuando sin querer miro por el retrovisor. ¡Demonios!

Mis ojos se ensanchan y apenas doy crédito a lo que veo. El lobo negro está corriendo directo hacia mí. Me quedo de piedra sin poder reaccionar y solo soy testigo de sus movimientos. Esa descomunal sombra llega a mi lado en la puerta y me espera. Sus grandes ojos blancos me contemplan y puedo percibir sus angustiosos lloros y lamentos. El vehículo se ha detenido por completo y la incertidumbre me rodea con cada segundo que pasa.

—Lo siento, Atena —me disculpo, pero giro la llave y arranco nuevamente el motor.

Acelero a toda velocidad con la forma lobuna de Atena corriendo detrás de mí. Me cuesta creerlo, pienso mirándola por el retrovisor, aunque no hay nada en que yo pueda ayudarla...

Cuando parece que puede alcanzarme, piso a fondo el acelerador y ya no hay nada que ella pueda hacer. Una oscura mancha va quedándose a medio camino en el medio de la nada.




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