El cazador es mi destino

14

Trato de subir las escaleras como puedo mientras avanzo escalón por escalón. Cargo toallas que rodean mis antebrazos, una pequeña olla con agua caliente y una bandeja con un plato humeante con sopa y una pata de pollo en su interior. Espero que esto sea suficiente porque sé que si no logro aliviar su malestar y salvar su vida, esto se convertirá en una tortura por el resto de mis días.

La puerta está entreabierta así que ingreso. Mi corazón se estruje de verla de esa manera: casi inerte, de no ser porque castañea los dientes y luce como si tuviera pesadillas. Sus labios están casi morados y la piel que la rodea no es de un color aparentemente saludable. Sus ojos se agitan y las expresiones faciales de su rostro indican que está teniendo un mal sueño. Me contengo de pie frente a ella, pero lo cierto es que quisiera aventar todo esto al suelo y reconfortarla, pero debo actuar con sabiduría y prudencia.

Arrastro una silla a su lado y organizo los elementos que he preparado. Atena está cubierta por varias mantas sobre sí, pero dudo que entre en calor si no actúo pronto. Palpo su frente desesperado. Ella continúa helada, así que no lo pienso más y remojo las toallas en agua caliente. Estrujo el excedente de agua y la cubro con los paños en sus pies, en el cuello y en su frente sin exponerla al aire frío de la habitación más de la cuenta.

—No, no, no... Colmillo Suave, no —su voz se pierde en susurros incoherentes—. Yo soy la loba de la manada. Mi deber es protegerlos —murmura negando con la cabeza hacia ambos lados de mi almohada.

Arqueo las cejas hacia arriba mientras intento descifrar algo de lo que dice. Nada me resulta familiar solo que ahora al fin comprendo que se trata de una loba de verdad. Es increíble... Una cambiaformas. Solo había escuchado de eso en mitos y antiguas leyendas de las tribus aborígenes pertenecientes al sudeste. Ahora resulta que estoy frente a una de verdad...

Aparto un sedoso mechón de cabello blanco hacia un costado y continúo aplicando calor a sus sienes. En verdad, el color no le queda tan mal. ¿Será así de natural?

Un par de lágrimas resbalan por sus mejillas. Está sufriendo y eso me retuerce el alma.

—Yo soy la loba —repite por tercera vez.

Capturo entre mis dedos una de sus lágrimas.

—¿Una loba, eh? Pues la loba más hermosa que mis ojos hayan visto —hablo sin pensar.

Como si ella pudiera oírme, abre sus ojos regalándome su mágica mirada. Sin embargo, hay una notoria irritación y bastante cansancio en su vista. Me siento mal, si mi comportamiento hubiera sido más amigable y empático, nada de esto hubiera sucedido.

—Dime que no escuchaste lo que dije —digo alejando mi mano y prosigo con mi tarea.

—Piensas que soy hermosa, pero esto que haces ahora es mucho más que un halago para mí.

—¿Y qué es exactamente?

—Que estoy en deuda contigo. Gracias por esto, Jake —susurra junto a una débil sonrisa.

—Y todavía puedo hacerte sentir mejor...

Atena se me queda viendo mientras aproximo la bandeja con el tazón de sopa caliente hacia ella. Deposito la cuchara en su mano, pero ella apenas puede sostenerla. Sus dedos se mueven trémulos y en breves segundos la cuchara se desliza hasta caer en la cama.

—L-lo siento. N-no puedo —repite aún temblando de frío.

—No te preocupes —murmuro con una sonrisa—. Lo haré por ti.

Sostengo la cuchara, levanto un poco del contenido del tazón y aproximo el cubierto a la boca de Atena. Compruebo su intento desesperado de beber del líquido así que antes la soplo un poco.

—No quiero que te quemes.

Y así, doy de beber el caldo caliente a Atena para que recupere su calor corporal. A medida que el tazón se va vaciando, compruebo cómo parte del color natural regresa a su cuerpo.

—Nuevamente gracias por cuidar de mí, Jake. No todos los humanos tienen comportamientos tan amables...

—No digas eso —esquivo su mirada—. Me comporté contigo como un imbécil así que no soy tan diferente al resto.

—No es tu culpa. No aceptabas lo que era, pero supongo que lo aceptas ahora.

—En cierta forma, creo que sí —me gusta verla sonreír hasta que la interrumpo—: ¿Qué querías decir con que no todos los humanos son amables? ¿Alguna vez alguno te hizo daño?

Su mirada de pronto entristece y, cuando creo que ya no va a contestarme, simplemente responde:

—Cuando me sienta cómoda, te lo contaré todo.

Toma un último sorbo de sopa en silencio y con la mirada cabizbaja.

—¿Te sientes mejor? ¿Hay algo más que pueda hacer por ti?

—Me preguntaba si... —de repente un sonrojo cobra vida en su rostro—. Podrías compartir un poco de tu calor corporal conmigo...

La reacción tampoco se hace esperar en mi cara, pues siento cómo el calor fluye por mis mejillas. Sé que debajo de las mantas, Atena está desnuda.

—Por favor —insiste.

Contemplo su rostro y lo cierto es que no puedo negarme. Me recuesto completamente vestido a su lado sobre la cama hasta que pronto ella se acerca y me rodea con su cuerpo.

—Así nos calentamos en nuestra manada cuando no hay fogata.

—¿Manada?

—Soy yo y un grupo más de lobos. Todos padecemos de esta maldición.

—¿Y por qué estás aquí solo tú? —le pregunto mirándola a la cara.

—Porque soy la única que puede cambiar a la forma humana —me contesta sin despegarme la mirada—. No te preocupes, Jake. Aprenderé a controlarlo —asegura y recuesta la cabeza en mi pecho.

Paso mi brazo por detrás de su cuerpo y rodeo su espalda. Permanezco así por unos minutos hasta que siento cómo Atena se duerme abrazada a mi cuerpo. Ella recupera el calor gradualmente a pesar de la interposición de las mantas entre nuestros cuerpos mientras yo pienso en qué líos me he metido. Estoy en mi cama con una cambiaformas en una situación de lo más descabellada así como lo es su historia y su pasado. Sin embargo, es un momento muy íntimo y se siente bastante especial, ya que nunca había compartido algo así con ninguna otra mujer.




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