El cazador es mi destino

17

He notado a Atena bastante ausente desde que la abandoné en mi habitación por la mañana. Quizá mi temperamento fue demasiado brusco o rudo, pero debo ser así. No puedo encariñarme con ella ni con nadie, por lo tanto, creo que comportarme de manera distante será lo mejor para ambos.

Sin embargo, se siente extraño tener a alguien en casa. Una presencia que sé que está presente por sus pasos deslizándose en el piso de arriba. Aunque me cueste reconocerlo, también se siente bien. Supongo que ya soy un viejo al que la soledad no ha endurecido la bondad de su corazón después de todo. ¿Pero qué otra cosa podía hacer? No podía simplemente abandonarla a su suerte en aquellas condiciones. Tampoco puedo marginarla y abandonarla cuando tengo un hogar y una chimenea caliente que puede acogerla.

Deposito más aceite en el sartén y continúo fritando una masa dulce de harina. Por otra parte, el café ya está listo y servido. Solo espero que esto le guste a Atena. Vaya, ¿desde cuándo me preocupo por el apetito de alguien más? Sonrío sin poder evitarlo, pero es que tantos años de soledad me recuerdan que hay vida incluso más allá del trabajo y de regresar a casa a salvo.

Coloco las tortillas crujientes sobre platos cuando percibo una presencia detrás mío. Me giro para encontrar a Atena recargada sobre el marco de la puerta.

—Veo que el aroma atrajo la atención de alguien... —murmuro escondiendo una sonrisa.

—Huele delicioso —Atena halaga mi comida sin despegar sus ojos azules de mí. Adoro la forma en que me mira, como si yo fuera algo muy interesante, pero gracioso a la vez—. ¿Invitas a esta forastera? —pregunta usurpando y tomando asiento frente a la barra de mi cocina.

—No tienes ni que pedirlo —contesto aproximando un plato para ella.

Mientras sirvo los cafés, contemplo de reojo y a la expectativa su reacción al degustar de mi talento culinario. Ella toma un bocado y siento cómo este cruje en su boca.

—Me gusta —añade asintiendo.

Sonrío como un idiota al ganarme su aprobación.

—Puedes agregarle este jarabe si gustas.

A continuación, le demuestro cómo añadirle el dulce de relleno a la preparación. Ella me imita complacida.

—¡Sabe aún mejor! Gracias, Jake.

Asiento con la cabeza al tiempo que muerdo mi porción.

—Hacía tanto tiempo que no probaba comida humana. Nadie más cocinó para mí, a excepción de mi madre... —dice luego con un tono melancólico en su voz y con el bocadillo a medio terminar.

Jamás había contemplado esta faceta de Atena. Supongo que ella fue más que una simple cambiaformas. Saber que ha sido humana alguna vez y que algo drástico le ha sucedido parece estar fuera de lógica, pero ella es tan real como que está aquí presente conmigo, por lo tanto, creer en sus palabras y que ha sufrido producto de una maldición no parece tan bizarro después de todo.

Su expresión triste hace que me preocupe por ella además de una creciente e imperiosa necesidad de saber sobre lo que fue su vida.

—Atena, ¿qué puedes recordar acerca de tu antigua vida?

—Aunque parezca imposible, muchas cosas —comenta posando su mirada en mí—. Han pasado muchos años, casi siglos, pero aún recuerdo mi infancia como si fuera ayer. Canadá era muy diferente en aquellos tiempos a lo que es ahora...

—¿A qué te refieres?

—No había tantas ciudades, no había tantos vehículos. Ni siquiera existían este tipo de vehículos... Chatarra rodante lo llamo yo —añade con una sonrisa.

No puedo evitar reír a causa de ese ingenioso mote.

—Tampoco habían tantas personas. El condado era solo un conjunto de establecimientos que consistían de una comisaría, un pequeño hospital y la típica capilla religiosa que había en cada pueblo. El resto eran casas y ranchos, ubicados a bastante distancia el uno del otro. Sabes, en aquellos años los vehículos tenían ruedas de madera y los tiraban solamente los caballos.

Asiento emocionado e intrigado a la vez por el relato de Atena. Trato de imaginarme aquellos tiempos remotos y de hacerme una idea de cómo se vivía en ese entonces. Me fascina cada detalle y cómo lo describe todo.

—Extraño esas tardes otoñales en las que corría pisando las hojas secas por el prado lleno de vida silvestre o esos inviernos nevados donde me refugiaba en los cálidos brazos de mi madre —agrega soñadora como si sus ojos aún revivieran el momento.

—¿Recuerdas a tus padres?

—Por supuesto. Nunca podría olvidarlos. Marie Ann era mi madre y Sloane Perry, mi padre. Él era médico, y además veterinario. Yo solía acompañarlo a las granjas vecinas y pude verlo impartir sus cuidados a los animales de campo o asistir a los ancianos del pueblo con sus medicinas. Era todo un erudito y solían gustarle mucho los libros e historias de la mitología griega. Por eso me pusieron Atena. Yo era la menor de tres hermanas.

Asiento con atención y concentrado en su historia de vida.

—Yo también quería seguir los pasos de mi padre. Ser como él. Siempre me gustaron los animales, especialmente los caballos. A medida que crecía, él me permitía tener contacto con ellos y juntos salvamos la vida de varios caballos heridos durante grescas y tiroteos. Sin embargo, todo acabó cuando... —contemplo cómo sus ojos de pronto se humedecen—. Alguien me maldijo de por vida y mis padres me perdieron para siempre.

—Pero Atena, ¿quién pudo maldecirte?

—Un hechicero de una tribu aborigen. Su nombre era Meliodas. Nos odiaba, siempre amenazaba con hacernos daño a mí y a mi familia por tomar sus tierras sin su permiso. Aborrecía el hecho de que fuéramos extranjeros asentados en esas tierras.

—¿Y cómo fue que te maldijo?

—Era una noche de luna llena. Mi mascota, un perro, había huido de mí y fui a buscarlo a lo más interno del bosque. Lo encontré herido y, justo cuando iba a tomarlo entre mis brazos, apareció este hombre para hacerme daño. Tenía pintura colorada en su rostro y ojos acerados de odio junto a una capa de cuero animal que lo cubría desde la cabeza hasta caer por su espalda. Él solo pronunció unas cuantas palabras, tal vez una maldición, y así mi vida cambió para siempre condenándome a sobrevivir como una cambiaformas por el resto de mi vida, a huir de mis padres y a vagar sola durante años y años.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.