El cazador que luchó contra el viento vol.2 - Trilogía Cazadores de leyenda

Hadas - 4

4 Hadas

 

 

 

Arrojaba sus pensamientos más funestos al río al tiempo que se entretenía observando el discurrir del agua bajo esa impresionante bóveda. Oriol había madrugado, y tras perderse en las callejuelas del casco viejo, se dirigió a las ruinas de la Iglesia de Santa María, edificada sobre el río Cerezuelo. Aunque no estaba todavía abierto al público, se las ingenió para introducirse en ella y caminar entre unas piedras que databan del siglo xvi. Se deleitó con el paisaje, olvidando todos los pesares que le habían impedido dormir, e imaginó la majestuosidad original del edificio desafiando a las montañas colindantes. Le impresionó descubrir que el arquitecto de la época se vio obligado a canalizar las aguas antes de iniciar su construcción. Bajo esas ruinas y prácticamente toda la plaza, circulaba el Cerezuelo sin hallar oposición.

Ahora, sobre la extensa pasarela diseñada para turistas entusiastas y apasionados del arte, Oriol examinaba el techo de la fascinante bóveda mientras se dejaba llevar por el canturreo del agua. Cazorla era uno de esos pueblos llenos de magnetismo y secretos inimaginables. Era lo que más le gustaba de ser cazador: explorar los rincones mágicos de lugares que nunca creyó visitar. Era en estos parajes donde se abandonaba hasta expulsar a los fantasmas de su pasado y a aquellos que continuaban atormentándolo en el presente. Su bestia interior se calmaba, se relajaba olfateando la variada naturaleza y escuchando los latidos abombados de los árboles.

Después de unos minutos disfrutando de un misterioso amanecer bajo las ruinas de la iglesia, se centró en la investigación, causante principal de su insomnio. No quería revivir los episodios del verano. Esos ofitas habían logrado invocar a una sombra casi indestructible. Poderosa. Demoníaca. Habían muerto brujos, videntes y demasiados cazadores en todo el mundo. No conseguía imaginar a qué otra fiera habrían liberado para lograr su siguiente objetivo: la llave de los cazadores. Ya se encontraban en posesión de la de los videntes y ahora vendrían a por ellos. Pero ¿quién? ¿O qué?

Se suponía que su líder había sido apresado, y la secta, disuelta. Sin embargo, ese cuadrado dibujado sobre la víctima no dejaba lugar a dudas: esos fanáticos continuaban con sus delirios de grandeza y deseaban abrir las puertas del Cielo.

Oriol maldijo para sus adentros. ¿Para qué organizar todo ese espectáculo inmiscuyendo a las autoridades, a la vista de cualquiera y asesinando a humanos inocentes? ¿Por qué no ir a por los cazadores sin más? ¿Acaso era una advertencia, o quizá una simple distracción? ¿Trataban con un ente juguetón o con un acechador avispado? Tal vez, si quería espiarlos y analizar sus métodos de caza, ese ente no habría abandonado el pueblo todavía. Quizá estuviese allí, indagando sobre sus pasos, observando sus movimientos y desmenuzando su comportamiento. Pero ¿y si quería despistarlos?, ¿entretenerlos, hacerlos correr detrás de una cortina de humo mientras se centraba en lo verdaderamente importante? ¡Las llaves!

Un profundo suspiro se desvaneció entre el límpido sonido del agua. Si era así, Sofía estaba en peligro de nuevo. Tensó el mentón hasta sentir dolor en su dentadura. La había alejado a propósito. Después de que ella regresara a casa, muchas noches solitarias lo hicieron meditar, reflexionar sobre su relación. No le preocupaba la distancia que los separaba ni que no se viesen a menudo. Le atormentaba el hecho de que pudiera hacerle daño. La quería demasiado para ponerla en peligro. Y él había nacido para la caza. No había mes en que no tuviera que dejarlo todo y salir corriendo tras la pista de un ser oscuro. Esa era su vida, estaba en sus genes. Y aunque Sofía fuera la mejor bruja que jamás había conocido, tenía una oportunidad para apartarse de ese mundo, de continuar con sus estudios, de conseguir un trabajo que no fuera una excusa para aparentar estar integrado en la sociedad. ¡Ella podía tener una vida!

Sin embargo, si continuaban su relación, Sofía lo bombardearía a preguntas sobre sus misiones e incluso era capaz de coger un avión y presentarse en el lugar para ayudarlos. Y una vez no importaría, pero cinco, seis o diez, ya implicaría verse arrastrada a ese mundo invisible con sus retorcidos senderos y peligros constantes. Detestaba pensar que con los años se convirtiera en una mujer sin sueños, sin aspiraciones que contribuyeran a su realización personal, y que lo culpara por ello. Hugo tenía razón en algo: nada duraba para siempre, y menos en su mundo frenético, donde cada año, por desgracia, debían enterrar a algún compañero. ¡¿Qué clase de vida llevaría ella, luchando contra monstruos y a veces esperando en casa con el corazón en vilo a que él apareciese?! Sofía se merecía algo más. Alguien que le brindase un futuro lleno de ilusiones y esperanza.

En cambio, él nunca pudo escoger. Era medio demonio. En su interior habitaba una bestia salvaje, primaria y repleta de instintos ardientes. Había conseguido apaciguarla, controlar esos arrebatos a través del arte de la lucha y el constante entrenamiento. Su destino estaba marcado en las estrellas desde el día en que nació: él era un arma eficaz contra los seres del inframundo, lo llevaba en la sangre.

—Imaginaba que te encontraría aquí. —Hugo se presentó con su habitual semblante mesurado—. Siempre necesitas visitar los lugares más emblemáticos o rodeados de cierto halo mágico que pisamos. ¡Por cierto, bonito sitio! —exclamó al reparar en la belleza de su alrededor.

—En realidad, pensé en irrumpir en el castillo de Yedra e investigar esos calabozos donde se supone que vivió esa Tragantía, por si sacábamos algo en claro. La pereza me lo impidió. No tenía ganas de ir hasta allá arriba.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.