El Chico De Las Pizzas

6. EMBOSCADA ZOMBI

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EMBOSCADA ZOMBI

Un trago amargo en el Distrito 5…

 

–Explíquese, Mairo– exigió Max –¿Qué es todo ese rollo de las tortugas?

–Hermano– sollozó Loui –De verdad que yo no entiendo nada. Tu temor infundado hacia estos pequeños anfibios, tus escapadas del trabajo cuando jamás habías cerrado temprano; sin mencionar ahora esto. Has estado muy extraño desde el día que desapareciste y nunca me has querido decir por qué.

–Lo haré ahora mismo– farfulló Mairo, cabizbajo. Sus manos temblaban –Pero no sé si puedan creerme. Ni yo mismo me lo creo.

–Pues, pónganos a prueba– le sugerí.

–Muy bien– dijo, poniendo las manos cruzadas en la mesa –Todo empezó hace unas semanas, cuando Max pidió permiso para ir a su baile de despedida de la escuela y tú te ausentaste por incapacidad.

–En ese tiempo– recordó Loui –Jaime y Abraham aún no trabajaban con nosotros.

–Así es– continuó el pizzero –Esto ocurrió tan sólo unos días antes de que estos holgazanes vinieran a trabajar aquí, lo que significó que me quedé solo en la pizzería, y sin nadie que hiciera las entregas, tuve que aventurarme a repartir una a las cercanías del desierto. Sin embargo, nunca llegué a entregarla, pues al bajar de la catapulta caminé cerca de un arbusto, y de alguna manera caí en un abismo hacia lo que parecía ser otra dimensión.

–¿Cómo supo que era otra dimensión, señor Gross?– preguntó Abraham.

–¡Porque todo en aquel endemoniado lugar estaba al revés. Además, no estaba habitada por gente, sino por tortugas!

Hubo un silencio incómodo, mientras Mairo esperaba a que sus palabras nos aterrorizaran tanto como a él.

–Las tortugas no son anfibios, señor Loui. Son reptiles semi acuáticos– dijo Abraham, aprovechando el silencio.

–Entonces– intervino Max –¿Caíste en una dimensión habitada por tortugas?

–Así es.

–¿Y hablaban?

–Parloteaban el farlandiano tan bien como cualquiera de nosotros.

–¿Y qué pasó después?– preguntó mi compañero de aventuras, que parecía ser el único que estaba creyendo la historia.

–¡Fue horrible! En cuanto me vieron, intentaron atraparme, gritando que era un peligro para su misión de conquista si lograba escapar. Corrí durante días y noches a través de esa dimensión buscando la salida, internándome en las catacumbas subterráneas, saltando precipicios, recorriendo cuevas y comiendo hongos y raíces para sobrevivir.

–¿Hongos y raíces?– preguntó Loui.

–¿Por qué crees que he sacado los especiales de champiñones del menú? Porque me recuerdan aquella terrible pesadilla.

–Debe ser verdad– corroboró Max –Ahora entiendo por qué ahora cierras con llave el cajón de las verduras.

Mairo prosiguió con su relato, que cada vez nos confundía más.

–Finalmente, tras vagar mucho por ese horrendo lugar, encontré un castillo. Me aventuré a recorrerlo, solo para encontrar a la criatura más horrenda que mis ojos hayan visto.

–¿Qué era? ¿Alguna especie de dragón o dinosaurio?– pregunté.

–¡Una tortuga!– volvió a vociferar, y esperó una vez más a ver si esta vez la palabra nos aterraba tanto como a él. Al ver que no reaccionábamos, añadió –La tortuga más grande y horrenda que alguna vez hayan visto en la vida. Era su rey, y estaba planeando una invasión hacia nuestra dimensión.

Loui estaba impresionado, mirando a su hermano a los ojos como si tratara de ver en ellos que él decía la verdad, y Abraham escuchaba cada palabra con atención. Max, al igual que yo, parecía esforzarse por mirar hacia la pared para evitar cualquier contacto visual con Mairo.

–Finalmente la criatura me acorraló en un puente, pero logré hacerme con una daga de la armería y lo corté, haciéndolo caer, para después bajar por un pasadizo que me llevó de vuelta a mi dimensión. Vagué otro par de horas por el desierto hasta que los oficiales campestres me encontraron, pero ellos, como era de esperarse, no creyeron mi historia.

–No puede culparlos– dije –De verdad es algo difícil de digerir. En especial tratándose de un animal lento e inofensivo como las tortugas.

–Eso es lo que ellas quieren que creas– dijo –Pero en algo tenían razón y es que, ahora que logré escapar, pienso advertir al mundo de su llegada antes de que sea demasiado tarde. Es por eso que me ausenté del trabajo la semana pasada: estuve en el programa de entrevistas de Britania Dóriga.

–¡Programa de chismes, querrá decir!– interrumpió Max –Nadie en el mundo le va a creer nada si aparece en un programa amarillista e insulso como ese. Ahora entiendo por qué mis amigos no paraban de reírse de usted.

El resto de la mañana transcurrió de la manera más normal posible. Aunque las ventas continuaban bajas en comparación a los primeros días que había trabajado en Pizza Farland, Abraham y yo hicimos muchos viajes a diferentes partes de la isla.




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