Hakai y Taruko caminaban de regreso a casa cuando Hakai de repente le dio un codazo amistoso.
/Wey, mañana tenemos campamento escolar, ¡no lo olvides!/dijo con entusiasmo.
Taruko asintió con una sonrisa.
/Está bien, entonces nos vemos mañana.
Se despidieron al llegar a la intersección de sus caminos, cada uno yendo por su lado. Mientras Taruko caminaba solo, miró a su alrededor y susurró:
/Lan, ¿estás ahí?
De repente, el espíritu de Lan apareció flotando a su lado con los brazos cruzados y una expresión de fastidio.
/¿Qué quieres, mocoso?—dijo con su tono seco de siempre.
Taruko lo miró serio.
/Tengo una pregunta. ¿Cuántos portadores somos?
Lan suspiró, como si la pregunta le pareciera una molestia.
/Somos siete portadores/respondió, sin dar más explicaciones.
Taruko iba a seguir preguntando, pero ya había llegado a casa. Abrió la puerta y vio a sus padres en la sala. Su madre le sonrió.
/¿Cómo pasaste el día en el colegio?
/Bien/dijo Taruko con naturalidad, sentándose a la mesa.
Tras la cena, se fue a su cuarto y se acostó temprano, pensando en el campamento del día siguiente.
Al otro día, en la escuela, los alumnos subieron al autobús. Hakai se sentó junto a Taruko y le dio un codazo.
/Oye, ¿qué haremos en el campamento?
Taruko soltó una risa nerviosa.
/No sé…
Hakai se cruzó de brazos con una sonrisa confiada.
/Bueno, entonces yo haré los planes para que la pasemos bien.
Las horas pasaron hasta que cayó la noche. De repente, un sonido seco interrumpió la tranquilidad del viaje. El autobús se detuvo bruscamente y la profesora se puso de pie.
/Tranquilos, el chofer va a revisar qué ocurrió.
Tras unos minutos, el chofer regresó con malas noticias.
/Tenemos una llanta pinchada. Vamos a tener que caminar hasta un hotel cercano.
Los estudiantes suspiraron, pero no tenían opción. Tomaron sus mochilas y comenzaron a caminar en la oscuridad. De repente, un aullido lejano los hizo detenerse. Todos miraron nerviosos a su alrededor.
No se alarmen, chicos/dijo la profesora con un intento de calma.
Pero justo en ese momento, un arbusto cercano se sacudió violentamente. La profesora se acercó con cautela, pero apenas movió las hojas, un lobo saltó al camino. Todos los estudiantes gritaron aterrados. La profesora también chilló de miedo.
El lobo gruñó, listo para atacar. Hakai se interpuso con valentía.
/¡Atrás, animal salvaje!
Pero para sorpresa de todos, el lobo abrió la boca y habló.
/¿Me llamaste animal salvaje? Ja, ¡y este qué se cree!
Taruko, que había estado paralizado, sintió un escalofrío. Dio un paso al frente.
/¿Podrías dejarnos pasar?
El lobo lo miró con desdén.
/¿Y por qué haría eso?
De repente, una voz familiar interrumpió la tensión.
Oye, mocoso, ¿por qué tanto ruido?
Lan apareció flotando con su habitual expresión de fastidio. Taruko lo señaló rápidamente.
/Es que este lobo no quiere moverse y parece que nos quiere atacar.
Lan miró frío al lobo, su presencia se volvió oscura y aterradora.
/Lárgate. No molestes.
El lobo abrió los ojos de par en par, temblando. Sin decir una palabra, se dio la vuelta y huyó corriendo.
Lan suspiró.
/Ya, mocoso, no hagas más ruido.
Luego desapareció sin dejar rastro.
Todos los compañeros de Taruko lo miraron sorprendidos.
/¡Taruko, ¡eres nuestro héroe! ¿Cómo hiciste eso?
Taruko sonrió nervioso.
/No se preocupen, ya podemos seguir.
Siguieron caminando hasta llegar al hotel. Hakai se acercó a Taruko con una expresión pensativa.
/Felicidades, amigo. ¡Asustaste a ese lobo como si nada!
Taruko soltó una risa nerviosa.
/Jajaja, sólo le pedí que se fuera y ya.
Hakai lo miró fijamente.
/Así que eres el portador del dios Larry...
Al llegar al hotel, la profesora organizó las habitaciones. Cada grupo de estudiantes se dirigió a su cuarto asignado. La noche apenas comenzaba.