El circo de los homicidas

Capítulo 3: Cenizas del pasado

Con la noche estando avanzada, siendo casi las seis de la mañana; Ava se la pasó sentada en la alfombra con una taza de café en sus manos, todo a su alrededor estaba en cajas o bolsas. No es que tuviera demasiado, puesto que la mudanza sería a primera hora de la mañana. Así que solo tenía lo justo y necesario para su partida. Durante largos minutos permaneció con la vista fija en la pantalla de su computadora, puesto que los mail del Conclave no dejaban de acumularse en su bandeja de entrada y por consiguiente irritar su humor sobremanera.

Algo que no podía permitir de nuevo, era que ese grupo de dementes volviera a controlar su vida y era justo lo que estaban buscando hacer. Incluso tantos meses, años lejos de todo, seguían imponiendo una postura que sabía, no llegaría muy lejos.

“Volvemos a ofrecerte el puesto de Remi, como la guardiana de los nuevos iniciados dentro de nuestra hermosa, sana y bienaventurada familia…”

La más joven de los Roux, mantuvo una mueca de rechazo en su rostro al ver que en su mayoría, decían lo mismo. Ella repudiaba su bienaventurada mierda de creencia desde muy temprana edad.

El último en llegarle era de su madre, tan amorosa como siempre solo recalcaba lo infeliz que se sentía teniéndola como hija al no respetar sus “valores” y como buena marioneta del alto mando, fue reiterativa al ofrecerle el lugar de su gemelo muerto, como guardiana o niñera de los inocentes que estaban entrando a la orden.

Mientras mordía su mejilla con un poco de inquietud, abrió el chat con su progenitora y ante un suspiro comenzó a grabar un audio.

—Hola mamá, estoy leyendo los trescientos mails que tu y el resto me han enviado por los últimos — hizo una pequeña pausa para contar — tres días y vaya que es demasiado incluso para ustedes… solo quiero reiterar esto, una vez más — suspiró sonoramente — no, gracias por esa atractiva e innecesaria oferta metiendo a Rem en medio para hacerme ceder. Mi hogar está aquí y no me iré, estoy bien por cierto — rio un poco irónica — por si a ti o a alguno le interesa saber eso.

Al momento que el audio fue enviado, algo se alojó en el pecho de la joven Roux, cada vez que tenía algún tipo de enfrentamiento con el Conclave, todo su organismo amenazaba con colapsar del estrés que este le causaba. Tuvo un pequeño arranque de locura que la llevó a rebuscar en algunas cajas y no paró hasta hallar lo que su mente necesitaba; las cosas de su gemelo. Luego del accidente, su familia había mandado a buscar el cuerpo de Remi, más nadie se presentó para asegurarse de las cosas. Incluso en aquel momento tan horrible, Ava se había encargado de cada trámite, solo quedándose con el equipaje que trajeron en su desembarque.

Examinó todo lo que tenía en frente hasta que sus ojos frenaron en el anillo que su igual siempre llevaba consigo y que, había “olvidado” enviarle a su madre, este tenía el escudo de la orden, era un maso o un martillo aplastando dos serpientes. Ella lo miró con detenimiento e hizo lo que cualquiera, ponérselo, pero, en lugar de hacerlo en el dedo correspondiente a los guardianes, lo hizo en el índice derecho.

Lo contemplo por escasos segundos hasta que sintió una pequeña electricidad que la obligo a quitarlo con desconcierto.

— Pedazo de baratija — masculló dejándolo donde estaba. Ladeó la cabeza por un instante al ver el grabado del interior y volvió a tomarlo — Libera al mundo del pecado — fue allí que soltó una carcajada que sonó más profunda de lo que esperaba — Si claro… un grupo de fanáticos de Cristo podrán lograr eso

Algo llamó su atención e instintivamente su mano se dirigió hacia allí, el diario que Remi siempre mantenía en el bolsillo de su chaqueta, la menor de los Roux, recordaba que siempre había sentido curiosidad por él. Le resultó difícil el tan solo tomarlo, pero tomando coraje, se animó a si misma.

— El cónclave oculta algo y necesito descubrir qué es — leyó en voz alta con intriga, elevó su cabeza por un instante y sin dudarlo regresó a su lugar para continuar — Esto es de hace diez años… — susurró al ver la fecha — Hace exactamente dos semanas que se llevaron a Av al confinamiento y nadie quiere decirme nada.

Fue entonces que su respiración se volvió irregular, esa simple oración le trajo a la mente los recuerdos que tanto tiempo le había costado esconder. Los flashes en su mente no dejaban de pasar como película antigua, pero lo que más detestaba era el sentimiento que estos traían consigo. Podía verse sentada en la oscuridad de la noche junto a la cama precaria de esa vieja habitación, podía sentir el frio del hierro abrazando su tobillo mientras tironeaba para volver a romper esa vieja cadena oxidada. En ese momento Ava estaba sintiendo como la ansiedad comenzaba a manifestarse, años atrás, siendo esta la razón de su confinamiento en primer lugar.

Se paró de un salto y comenzó a caminar por todo el departamento hasta llegar al baño para poder tirarse agua en el rostro en busca de un poco de calma temporal. Estando allí se miró al espejo repitiendo esas palabras que antes funcionaban.

— No perteneces a ese pasado — respiró profundo — estás a salvo ahora — mantuvo sus ojos cerrados por unos breves segundos y regresó a su reflejo. Pero algo en su mirada había cambiado, parecía más oscura de lo normal.

En su mente resonaba sin parar “liberame” tantas veces que asumía era parte de su propio estado inquieto, al notar lo rígida que se encontraba, se acercó lentamente al espejo frente a sí viendo como poco a poco una pequeña sonrisa se asomaba, más ella se mantenía seria y en el momento que quedó a pocos centímetros de este, su reflejo soltó un “boo” seguido de una amplia sonrisa tétrica que la hicieron retroceder al punto de chocar con la pared.

Ava sostuvo su pecho y negó varias veces queriendo quitar esa sensación, incluso cuando sus manos temblaban demostrándole lo real que eso había sido. Unos golpes resonaron por toda la habitación, despertándola de aquel ensimismamiento, aún estando desorientada barrió el pequeño departamento solo asegurándose de que todo seguía igual.




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