—Hola otra vez, te llamas Daniel ¿verdad?
—¿Has investigado? ¿Cómo sabes mi nombre?— Dijo sin dejar de escribir y tachar pedidos y encargos.
—Eres del clan de los ilusionistas violeta ¿verdad?— Daniel paró en seco.
—¿Como sabes eso?
—Soy Meiga Jones, soy del clan de las hechiceras místicas. Necesitamos tu ayuda.
—Las hechiceras místicas murieron hace años.
—Yo soy una superviviente, no estaba ahí cuando pasó y creemos que hay otra hechicera que también sigue viva.
—Lo siento pero yo ya no me involucro en estos temas.
—Dalton te extraña. No te voy a obligar pero, por favor ponte en contacto conmigo si nos quieres ayudar— Dijo dándole su número. —Siento la molestia.
—Por fin, ¿que hacías en el baño?— Preguntó sentada, ya había empezado a comer. —¿Te pasa algo?
—Estoy bien, de verdad, vamos a comer.
—Bueno, yo ya he empezado.
—Ya lo veo, pero la comida la pagamos a medias.
—No vamos, te he invitado yo, lo pago yo.
—No voy a dejar que lo pagues todo tú, es un dineral.
—¿Y qué? Un día es un día.
—Pues otro día te invito yo.
—Tú lo has dicho. Otro día— Ya eran las 15:48 de la tarde. Ya habían terminado hasta el postre. —Ahora tengo dos planes, podemos ir al cine o ir por ahí, por el centro de Dos Torres. Tú decides ¿Meiga? ¿Estás bien?
—Creo que alguien nos está observando.
—No me asustes.
—No es mi intención, ven por aquí— Caminaron entre la gente. —No sé quién es, no sé si hay alguien o es solo mi imaginación.
—Vale ahora sí que me estas preocupando. ¿Qué has estado haciendo este último año?
—Trabajar.
—¿Todavía trabajas en esa tienda de magia?
—Sí. Todavía sigo ahí.
—¿Has tenido algún día libre? Tanta magia te deja desorientada.
—No creo que sea eso el problema.
—¿Entonces cual es?
—En el cine, ¿qué películas hay?
—No evites el tema.
—No lo evito. Solo es que no quiero hablar de eso en concreto. Por favor dime cuales hay.
—Pues hay: La felicidad es el latido de la vida. Doctor hechicero. La guardiana de china. La sirena y el príncipe. Esas dos últimas son infantiles.
—Lo sé.
—Los cuatro elementos. El mago marcado. Jugador preparado. Las aventuras de Sophie. Piratas en alta mar. La guerra por el universo. El valor de la familia. Agentes del espacio. Experimento once. Vampiros y hombres lobo. Una espía despistada. Dos hermanas y su vecino. Y la última ¿Cuál es tu nombre?
—Pues la del experimento once. ¿Has visto el tráiler?
—Sabia que ibas a escoger esa, yo también la quería ver. Vamos— Cogieron el coche y se fueron al cine, estaba cerca y no había mucha gente. En la cola de las palomitas, después de coger las entradas le sonó un mensaje a Meiga.
—“Hola, soy Dani, está bien, os ayudaré, pero con una condición. Quiero trabajar en las sombras”
—“Perfecto, muchas gracias, y no te preocupes, trabajaras en las sombras”—Cerró la aplicación de los mensajes. Eran las 16: 20 y la película empezaba a y media. —“Estoy en el cine, si no contesto es porque no he notado la vibración del móvil, insistid”— Se lo mandó a todos por mensaje.
En la tienda ya habían acabado de limpiar, Dalton y Elvia estaban jugando a un juego de mesa.
—Te he vuelto a ganar.
—No puede ser.
—Eso te pasa por creerte mejor que las chicas. Álvaro, ¿no quieres jugar?
—Gracias pero no, prefiero leer.
—Que aburrido— Dijo Dalton.
—¿Queréis galletas, chicos?
—Sí, gracias señor Ramón— Dijo Elvia muy contenta. —¡Y son de chocolate!
—Nunca falla.
—¿Ya ha vuelto?— Preguntó Tizen entrando en la tienda. Daba vueltas de preocupación.
—Tiene el día libre, se lo merece, tranquilízate y come una galleta— Dijo Ramón.
—No sé por qué, pero tengo la sensación de que no ha sido una buena idea, los del clan de los brujos psíquicos pueden estar en cualquier lugar. La pueden descubrir y matarla.
—No exageres.
—Es la última de uno de los clanes más poderosos que han existido.
—En realidad hay otra. Mirela nos ha contado que puede que haya otra hechicera de su clan que haya sobrevivido al ataque— Dijo Dalton.
—¡Chicos!— Un grito desgarrador y preocupante alarmo a los que estaban dentro de la tienda. Mirela estaba asustada. —Le va a pasar algo a Meiga si no regresa aquí enseguida.
—Respira ondo, ¿por qué dices eso?— Mirela se sentó en una silla, y poniéndose un mechón de su cabello liso detrás de la oreja, empezó a explicar.