El Clan de los Inmortales: La elegida.

Capitulo 3: Sombras del Pasado

La lluvia había cesado, pero el cielo seguía cubierto por un manto gris que no prometía nada bueno. Lorena caminaba por la ciudad como si las calles le estuvieran traspasando, sintiendo el peso de la enfermedad y la presión de no encontrar a nadie que pudiera salvarla. La conversación con Killian había dejado una huella profunda en ella, una huella difícil de borrar. A pesar de la fría indiferencia de él, Lorena no podía evitar sentir que había algo más debajo de su fachada. Él sabía algo, y eso la impulsaba a seguir adelante. En su corazón, algo le decía que su destino estaba entrelazado con el suyo. Pero ¿cómo podía confiar en él? La respuesta no estaba clara, pero necesitaba encontrar una cura y la única manera de hacerlo era con su ayuda. Tras despedirse de él en el apartamento, ella había salido sin una palabra más. Las puertas de su vida se cerraban una a una, pero la esperanza aún brillaba, débil pero persistente. Lorena se detuvo frente a una pequeña cafetería. La calefacción del lugar se notaba desde la puerta, y el aroma a café recién hecho la atrajo como un imán. Su cuerpo, agotado por la enfermedad y la incertidumbre, le pedía un respiro. Entró sin pensarlo demasiado, y el sonido de la campanita sobre la puerta la acompañó mientras avanzaba entre las mesas. Se sentó en una esquina del local, dejando escapar un suspiro de alivio al sentir el calor que envolvía su cuerpo. El camarero la saludó con una sonrisa amable, pero ella no estaba en condiciones de responder más que con un leve asentimiento. Cuando él le preguntó qué deseaba, respondió con voz cansada: —Un café con leche y un trozo de pastel. Él asintió y se alejó para cumplir su pedido, dejando a Lorena sola con sus pensamientos. Su mente estaba en Killian, en sus palabras, en su rechazo y su mirada distante. La conversación había sido breve, pero llena de significado. Él había dicho que no podía ayudarla, pero ¿realmente lo creía?. ¿Por qué lo haría? Killian parecía tener demasiados secretos, demasiados muros a su alrededor. Pero algo le decía que la clave para entenderlo estaba en su historia, en lo que no le había contado. No podía dejar que el silencio de él la detuviera. Lorena sabía que su vida dependía de encontrar a ese hombre. La esperanza que tanto había guardado ahora se estaba convirtiendo en una obsesión. Cuando el camarero regresó con su café y un pequeño plato de pastel, ella apenas tocó la comida. Estaba demasiado pensativa, como si su mente estuviera en un lugar lejano. Alzó la vista y observó a la gente que pasaba por la ventana, sus vidas aparentemente normales, ajenas a la lucha que se libraba dentro de ella. Lo había dicho claramente. Si no encontraba a un inmortal, moriría en seis años o menos. Y el reloj ya había comenzado a correr. En otro lugar, esa misma noche... El sonido de los pasos de Killian resonaba en el pasillo oscuro del edificio. Estaba solo en su apartamento, la luz tenue de una lámpara iluminaba apenas una parte de la sala. Se echó hacia atrás, recostándose en el sillón, y cerró los ojos. Todo se sentía como una pesadilla que nunca terminaba. ¿Cómo había llegado a este punto? ¿Qué le había impulsado a seguir su propia senda solitaria? La puerta de su apartamento se abrió suavemente, y una figura conocida entró sin pedir permiso. —¿Todavía sigues con esa actitud? —dijo una voz grave y fría. Killian levantó la vista y vio al joven entrar con su habitual aire de superioridad. Nicolas, con su traje oscuro y su expresión de arrogancia, era el mejor amigo de Killian e inmortal como el. Pero ahora, su relación estaba más fría que de costumbre. —Vas a dejar que una mortal te cambie, ¿verdad? —dijo Nicolas, desechando cualquier cortesía. Su mirada estaba fija en Killian, despectiva. Killian no dijo nada. Cerró los ojos nuevamente, sintiendo el peso de su pasado sobre sus hombros. Sabía lo que su amigo pensaba. Sabía lo que él quería. Pero él ya no era el mismo hombre de antes. —No estoy cambiando nada. Solo... no quiero ser parte de este circo —respondió Killian, manteniendo su voz baja, pero firme. Nicolas se acercó con un paso calculado. Era obvio que algo lo molestaba. —No te hagas el santo conmigo, Killian. Sabes tan bien como yo que el destino tiene un propósito para todos nosotros. Ese tipo de cosas no se pueden ignorar. Killian se levantó, cruzando la habitación en dos pasos. —No tengo porque seguir creyendo en el destino. El joven lo miró fijamente durante un largo momento. Algo en su mirada denotaba frustración, incluso miedo. —Sé lo que estás haciendo. Estás tratando de salvarla. No puedes escapar de lo que eres, Killian. —¿Y qué soy, Nico? —preguntó Killian, su voz cargada de una amarga ironía. El joven sonrió fríamente. —Eres un inmortal. No puedes escapar de tu naturaleza. De regreso a la cafetería La campanita de la puerta sonó de nuevo, y Lorena levantó la vista. Un hombre entró, pero no era Killian. Era alguien más, alguien que tenía una mirada que rápidamente captó su atención. Sus ojos se cruzaron brevemente, y el extraño pareció sentirlo, porque la miró de nuevo. Lorena desvió la vista rápidamente, sintiendo la extraña sensación de ser observada. ¿Por qué esa sensación la incomodaba tanto? El hombre pasó cerca de su mesa, y sus pasos se detuvieron un momento. Ella levantó la vista, y él le sonrió. —¿Puedo sentarme? —preguntó, con una voz profunda que resonó en su pecho. Lorena no dijo nada al principio. Algo en su presencia la hacía sentirse incómoda, aunque no podía identificar por qué. —Lo siento —murmuró, recuperando su compostura—, no quiero compañía. El hombre la miró, pero no insistió. Solo hizo una ligera inclinación de cabeza y se alejó hacia otra mesa. Sin embargo, algo en él le resultaba familiar. Algo en esa mirada... Pero no tenía tiempo para perder. Killian era la única pista que tenia. Lorena se sintió aliviada al ver que el extraño se alejaba, pero la incomodidad persistía en su pecho. Era como si una sombra se hubiera posado sobre ella, una sensación de que algo no estaba bien. Sin embargo, no podía permitirse distraerse. Su mente seguía girando en torno a Killian y a la conversación que habían tenido. La urgencia de encontrar una solución a su enfermedad la empujaba a seguir adelante, a no rendirse. Tomó un sorbo de su café, sintiendo el calor del líquido recorrer su garganta. Mientras observaba a la gente pasar por la ventana, su mente se llenó de preguntas. ¿Dónde estaba Killian ahora? ¿Por qué había decidido no ayudarla? ¿Qué secretos guardaba? De repente, el sonido de la campanita de la puerta la sacó de sus pensamientos. Un grupo de jóvenes entró riendo, llenando el lugar de energía y risas. Lorena los miró con envidia; ellos parecían tan despreocupados, tan ajenos a las sombras que la acechaban. Se sintió sola en medio de la multitud, como si estuviera atrapada en una burbuja que la separaba del mundo exterior. Decidió que no podía quedarse ahí sentada, sumida en sus pensamientos. Se levantó, dejando el café casi intacto, y salió de la cafetería. El aire fresco la golpeó en la cara, y por un momento, se sintió más viva. Caminó sin rumbo fijo, permitiendo que sus pies la guiaran. La ciudad estaba llena de luces y sonidos, pero su mente seguía centrada en Killian. Lorena se detuvo en una plaza, donde una fuente iluminada lanzaba chorros de agua al aire. Se sentó en un banco cercano, sintiendo la brisa fresca en su rostro. Cerró los ojos y trató de calmar su mente. Necesitaba un plan, una forma de acercarse a Killian sin parecer desesperada. Pero, ¿Cómo podía hacerlo? La idea de confrontarlo nuevamente la llenaba de ansiedad. Mientras reflexionaba, sintió una presencia a su lado. Abrió los ojos y vio al mismo hombre que había entrado en la cafetería. Su mirada era intensa, y aunque su rostro era desconocido, había algo en él que le resultaba familiar. —¿Te importa si me siento? —preguntó él, con una voz profunda que resonaba en su pecho. Lorena dudó, pero algo en su mirada la hizo sentir curiosidad. —No, está bien —respondió, moviéndose un poco para hacerle espacio. El hombre se sentó a su lado, observando la fuente con una expresión pensativa. —No es común ver a alguien tan pensativo en un lugar como este —dijo, rompiendo el silencio. —Solo estoy... reflexionando —respondió Lorena, sintiendo que era mejor no entrar en detalles. —A veces, reflexionar puede ser peligroso —dijo él, girando la cabeza para mirarla. Sus ojos eran de un color profundo, casi hipnótico—. Te hace cuestionar cosas que preferirías no saber. Lorena sintió un escalofrío recorrer su espalda. —¿Y qué es lo que debería evitar cuestionar? —preguntó.intrigada por el giro inesperado de la conversación. El hombre sonrió levemente, como si disfrutara del misterio. —Depende de lo que estés dispuesta a descubrir. Hay verdades que pueden cambiarlo todo —dijo, apoyando los codos en sus rodillas y entrelazando los dedos—. Y una vez que las conoces, no hay vuelta atrás. Lorena sintió su pulso acelerarse. Había algo en sus palabras que le resultaba inquietantemente familiar. ¿Quién era él realmente? ¿Y cómo parecía saber tanto sobre lo que la atormentaba? —No creo en el destino —dijo ella con cautela—, pero algo me dice que no es casualidad que estés aquí. El hombre soltó una risa baja, casi como si se burlara de su propia existencia. —El destino es solo una excusa para los que no quieren aceptar que todo tiene un precio. Y tú, Lorena... —se inclinó apenas hacia ella—, estás más cerca de descubrirlo de lo que crees. Su nombre en sus labios la hizo estremecer. No recordaba habérselo dicho. —¿Quién eres? —preguntó, obligando a su voz a mantenerse firme. El hombre la miró con una mezcla de curiosidad y diversión. —Alguien que puede ayudarte. Pero solo si estás lista para escuchar la verdad. Lorena dudó. Había pasado demasiado tiempo buscando respuestas y tropezando con secretos. ¿Podía confiar en él? ¿O solo estaba entrando en un juego aún más peligroso? —Dímelo —susurró, sin apartar la mirada de sus ojos oscuros. Él sonrió, pero en su expresión no había amabilidad, sino una advertencia. —Bien. Pero recuerda... algunas verdades no pueden deshacerse.




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