El Club de las Ánimas
Por
Eliacim Dávila
Prólogo
La noche estaba oscura y con neblina; de hecho, quizás más oscura y con más neblina que de costumbre.
La muchacha de atuendo blanco caminaba tranquilamente por la desolada calle, a lado de la cual se encontraba un canal. Las lluvias de esa tarde facilitaron el correr del agua por éste, y entre la oscuridad sonaba como la estática de algún viejo televisor.
Salvo por el sonido del agua, y el apenas apreciable de sus pasos sobre el asfalto, todo era silencio. Hasta que escuchó de pronto:
—¡Ay, mis hijos!
Era un doloroso alarido que hizo que la muchacha se detuviera en seco. Miró a su alrededor, intentando divisar de dónde podría haber venido aquello. Y al principio todo fue silencio una vez más, pero entonces lo escuchó una segunda vez, ahora con más claridad:
—¡Ay, mis hijos!
Se estremeció, y fijó su atención en el canal. Al aproximarse unos pasos hacia la orilla, logró distinguir la forma del agua moviéndose, como un animal arrastrándose con rapidez.
Pero había algo más.
La muchacha tuvo que enfocar lo más posible su mirada para distinguirlo. Era como una sombra totalmente negra debajo del agua, que poco a poco se hacía más grande hasta comenzar a sobresalir de la superficie.
La figura negra comenzó a surgir del agua, mientras caminaba lentamente en dirección a la muchacha. Totalmente empapada y con pasos erráticos, la sombra se convirtió en una mujer de largo cabello, con su cabeza cubierta con un viejo velo negro de luto y un vestido a juego.
Aquella aterradora aparición salió por completo del agua y se aproximó hacia la muchacha, con su cabeza agachada y sus brazos alrededor de su propio cuerpo. Unos profundos y sonorosos llantos la acompañaban, y surcaban el aire cómo paloma llevando horribles noticias.
—¡Ay, mis hijos! —Repitió aquel espectro una vez que estuvo prácticamente delante de la muchacha.
La cabeza del espectro se alzó, revelando debajo de su velo mojado un rostro demacrado, sus ojos totalmente vacíos y su mueca torcida. Extendió sus esqueléticos dedos hacia la muchacha y gritó con más fuerza que antes:
—¡¿Dónde están mis hijos…?!
Y su alarido se logró escuchar por toda la colonia.
—Oh, santo cielo —exclamó la muchacha como respuesta, pero al espectro le pareció un poco extraña la forma tan… calmada en la que lo había dicho. Y aún más el hecho de que no estaba gritando ni corriendo—. ¿Te duele algo?, ¿estás herida? —Le preguntó a continuación con más preocupación que miedo, y aquello desconcertó aún más al espectro.
La muchacha se le aproximó rápidamente, y la respuesta inmediata del espectro fue retroceder un poco, confundida por lo inusual de la situación.
—No tengas miedo —le susurró despacio aquella muchacha, esbozándole una linda sonrisa y extendiéndole una mano amigable—. Soy enfermera, déjame ayudarte…
Y en ese momento, cuando el espectro la vio con más cuidado, se dio cuenta de que su rostro no era del todo normal. De hecho, aquella muchacha de cabellos rubios e impecable uniforme blanco de enfermera, se veía igual de muerta que ella; o quizás sólo un poco menos.
CONTINUARÁ…
Editado: 06.10.2022